sábado, 30 de abril de 2016

PROFESOR MAMADOU






                Desde que llegó Internet a nuestras vidas, abrir el buzón ha perdido toda su emoción y su misterio. Ya nadie escribe cartas, porque todo nos lo  decimos por email. Tampoco recibimos aquellas encantadoras postales que era casi obligatorio enviar cada vez que salías de viaje. Aquellas postales decían muchísimo de la persona que las escribía. Estaban las que se dividían en cuatro, cinco o incluso más minifotos que compraban aquellos que querían demostrar lo listos que habían sido y lo que les había cundido el viaje. Los aburridos y faltos de imaginación preferían las que representaban el monumento icónico de la ciudad visitada: de Roma, el Coliseo; de París, lo Torre Eiffel; de Pisa, la Torre Inclinada, de España la Especulación Inmobiliaria… y  así sucesivamente. Por el contrario, los finos y sofisticados procuraban comprar postales con un pedazo de un fragmento de un trocito irreconocible de una puerta de un palacio desconocido, para hacerse los entendidos e intelectuales y, sobre todo, para que no se les pudiese confundir ni remotamente con los despreciados “turistas de viaje organizado”. Hubo una temporada en que se pusieron de moda las de tías y tíos cachas, para enviar desde la playa, y las de frases chistosas, digámoslo así, que se podían enviar desde cualquier sitio. Para terminar estaban aquellas típicamente españolas, con sevillanas y toreros de traje bordado en relieve y lentejuelas pegadas que tienen el mérito de ser lo  más  kitsch que ha producido el solar patrio y puede que el mundial. Ahora, gracias a los teléfonos móviles, siempre que algún conocido sale de viaje te ves expuesto a recibir un bombardeo diario de fotos absurdas de la pizza que se están comiendo, la habitación del hotel y cosas así. Las peores son las que te mandan para que compruebes la juerga que se están pasando por la noche, que son todas iguales: unas figuras borrosas con un vaso en la mano y ojos fosforescentes, sobre un fondo de oscuridad roto por alguna luz de colorines.



                Todo aquello se lo llevó el viento de la tecnología. Ahora abrir el buzón es aburridísimo. Las únicas cartas son las del banco, que jamás dan sorpresas agradables, más bien al contrario. El resto es publicidad del supermercado y de mueblerías de las de “amueble su piso por 500 euros”. Últimamente en España anima el cotarro postal esa propaganda electoral  que recibimos con una frecuencia tan inesperada. En fin, que lo habitual es abrir el buzón y tirar todo lo que contiene en la papelera más cercana así, sin mirar. Sin embargo hoy, como antaño, he tenido una sorpresa. Medio oculta entre las ofertas de “Lupa” he descubierto una pequeña e intrigante tarjeta  de papel que decía: PROFESOR MAMADOU.

                Confesaré  que ha sido ese mama dou de tan descaradas connotaciones felatorias  lo que me ha llamado la atención. Pero no, resulta que Mamadou, lejos de dedicarse a chuparla,  es ni más ni menos que un “vidente y futurólogo africano”.  No me queda más remedio que reconocer que mis conocimientos sobre la magia africana son limitadísimos. Todo lo que sé sobre el tema lo aprendí en las películas de Tarzán y en “Las minas del rey Salomón”, películas en las que invariablemente el hechicero era muy malo y muy feo y el único porvenir que te adivinaban era el de terminar cocinado al fuego vivo de una hoguera, en la clásica perola gigante. Más recientemente mi sobrino Raúl, que ha viajado mucho al Congo, me ha ilustrado sobre la magia Gri-Gri. Parece ser que el Gri-Gri es una magia multiusos que la desgraciada situación de la antigua finca de Leopoldo II ha enfocado principalmente al tema bélico. Un soldado grigrizado se vuelve totalmente invulnerable salvo, claro está, que tenga la mala pata de que le peguen un tiro y le maten, aunque esto suele achacarse a una grigrización deficiente. Hay un grupo de brujos Gri-Gri que han conseguido la proeza de grigrizar un palo; si se señala con ese palo grigrizado a un avión enemigo, este cae fulminado y se espachurra. No cabe duda del gran avance que supondría ese palo Gri-Gri en el campo de la tecnología militar, pero Raúl me ha reconocido que no se dispone de datos estadísticos sobre su efectividad real. A la vista de tan escasos datos sobre la magia africana se comprenderá mi sorpresa al leer la gran cantidad de aspectos de la vida que, según el profesor Mamadou, son susceptibles de ser controlados gracias a ella.


                Lo primero que nos dice la tarjetita es que el profesor tiene “Alta experiencia en todos los campos de la videncia africana”, así, a modo de curriculum, para que seamos conscientes de que no estamos tratando con un brujillo del tres al cuarto. Le sigue una asombrosa relación de facultades y poderes que le dejan a uno patidifuso, pero con una redacción, lamento decirlo, algo deficiente en ciertos casos que genera alguna duda que otra. Veamos.

                “Ayuda a resolver tus problemas con resultados increíbles en poco tiempo”. ¿Qué nos quiere decir el autor? Pudiera ser que los problemas se resuelvan en poco tiempo, pero también puede interpretase que los resultados son increíbles en poco tiempo, así como si solo te lo pudieses creer a largo plazo, lo que resulta de una incomodidad extrema porque ¿de qué te sirve que te resuelvan un problema si no te lo crees? Sería casi trágico estar sufriendo por un problema resuelto, simplemente porque no te lo crees. Eso es como un Gri-Gri mal grigrizado. No sé.

                “Recuperar la pareja por difícil que sea con inseparable atracción”. Vamos a ver, si alguien ha conseguido separarse de una pareja difícil, lo que siempre es muy complicado y trabajoso,  parece poco razonable que quiera recuperarla nada menos que “con inseparable atracción”. Hay gente para todo, pero me da la sensación de que poca demanda tendrá el Alto Vidente de semejante servicio. “Recuperar la pareja, por difícil que sea con inseparable atracción” tendría más sentido. Así uno está seguro de recuperar a su pareja, pero se le advierte de que es problemático que esa recuperación llegué al extremo, poco atractivo por otra parte, de la “inseparable atracción”.

                “Devolver al Amor perdido o atraer a la persona querida con amarres fuertes, corriendo cariñosamente detrás de ti”. Dejando a un lado eso de los “amarres fuertes”, que me suena más a recuperar un atraque perdido en el puerto deportivo que un amor ¿En qué consiste el conjuro? Recuperar el atraque perdido es muy apetecible, pero si es a costa de que el profesor Mamadou vaya “corriendo cariñosamente detrás de ti” no creo yo que mucha gente se anime; y muchos menos en Cantabria, con el sentido tan extremado del ridículo que tenemos. Si yo me decidiese a hacerlo, en dos días estaría todo el mundo comentando que detrás de Emilio corre cariñosamente un negro senegalés, lo que es poco probable que fuese interpretado como una sesión de Alta Videncia Africana, que la gente es muy mala.

                Del resto no tengo nada que decir, salvo que evidentemente el profesor Mamadou es un Alto Vidente multiusos: “Ayuda a mejorar en los negocios y en el trabajo; Ayuda a solucionar problemas familiares, matrimoniales, judiciales, impotencia sexual; Limpia mal de ojo, hechizos, malos espíritus. Ayuda a dejar el alcohol y las drogas, etc…”. Mucho me temo que  se vea el profesor en los tribunales, acusado de intrusismo profesional por el Colegio de Médicos, el de Abogados y algunos otros, que hay mucha envidia en este mundo. En el tema del trabajo puede estar tranquilo, ya que si ayuda a conseguirlo no interferirá ni de lejos las funciones del Servicio Cántabro de Empleo.

                Lo importante es el final, ese “SU TRABAJO ES SERIO CON GARANTÍA 100%”. Se pueden cuestionar los métodos de la magia africana, pero comprometerse al 100% con lo que se promete es cosa seria y muy poca gente lo hace. Esa frase me gustaría mucho verla al final de esos programas electorales con los que nos ametrallaran en breve tiempo. Mamadou no es como Carmena, para quien los programas electorales no son más que una “declaración de intenciones”. Mamadou no es como Rajoy, que piensa que los programas electorales son para hacer justamente todo lo contrario de lo que se promete. Mamadou lo garantiza todo al 100%. Claro que, ahora que lo pienso, puede que esa tarjetita tan llena de promesas increíbles sea en realidad el primer programa electoral que me ha llegado, en cuyo caso ese “SU TRABAJO ES SERIO CON GARANTÍA 100%” no sería más que una mentira descarada o una declaración de intenciones.

               

                

domingo, 24 de abril de 2016

CONTRADICCIONES

                Diréis que le saco punta a todo, que soy muy polilla y muy quisquilloso y muy todo lo que queráis, pero es que yo veo a mi alrededor muchas contradicciones. Hoy me he enterado con gran satisfacción  que Su Majestad el Rey Felipe, QDG, ha recibido en el Palacio de la Zarzuela a Su Alteza Serenísima el príncipe Alberto de Mónaco. La noticia me ha alegrado, porque la   Familia Real Española y la Familia Principesca de Mónaco no se ajuntaban por aquel asuntillo de la candidatura española a los Juegos Olímpicos, que tan arteramente trunco a favor de Francia  el  Sr. Alberto Grimaldi, de los Grimaldi de Mónaco de toda la vida. Eso de que las familias reales no se ajunten y hagan cosas impropias de su linaje y alcurnia  es un asunto muy feo y da muy mala imagen, porque luego vamos los súbditos y nos da por imitarles, y nos ponemos a enfadarnos con los parientes, a llevar el dinero a Panamá e insensateces por el estilo. Me alegra, pero veo contradicciones. La primera y más evidente es llamar “palacio” a ese horroroso caserotón que los reyes eméritos eligieron como residencia oficial. Tenían a su disposición el Palacio de Oriente, el más grande de Europa y uno de los más bellos, pero eso no cuadraba con la idea de espartana sencillez que ellos querían dar al pueblo. Estaba el Palacio del Pardo, más recoleto, pero olía demasiado a Franco para su gusto, vaya usted a saber por qué. Bueno, eligieron La Zarzuela para poder llevar allí esa vida normal y sencilla que le reportó a D. Juan Carlos una fortuna estimada en 1800 millones de euros (Forbes dixit), a Doña Sofía un joyero que se le desparrama de puro lleno (“Hola” dixit) y a SSAARR las infantas Cristina y Pilar esa manía de tener empresas millonarias sin saber por qué ni para qué. Me parece muy bien, pero La Zarzuela un palacio no es (Yoda dixit).



                En D. Alberto veo también contradicciones. La más evidente es eso de que los príncipes de Mónaco, precisamente ellos, tengan el tratamiento de Altezas Serenísimas.  ¡Serenísimas! ¿Hay en Europa familia real de historial menos sereno? ¿A quienes llamaban en Paris Cocaína de Mónaco y Estefasniff?  ¿Qué príncipe europeo tiene las puertas del  armario desvencijadas de tanto entrar y salir de él? ¿Qué sereno linaje ostentan si su abuela nació de “una relación extramatrimonial en un cuartel argelino”? Pero no nos pongamos snobs. Vamos a lo más contradictorio. Resulta que SAS ha venido a Madrid a inaugurar su fundación en defensa del medio ambiente. Quienes conozcan Mónaco sabrán que hay mucho ambiente cosmopolita y ricachón, pero ni un milímetro medio ambiente. La familia principesca se ha encargado de prosperar a base de no dejar ni un tiesto de geranios sin urbanizar, una ensenada sin rellenar o un espigón sin construir. Y ahora que lo tienen todo bien asfaltado en casa, van y se dedican a proteger el medio ambiente. Bien decía Oscar Wilde que toda clase social   predica las virtudes que no necesita practicar.


                Leí también hace unos días que SS el Papa Francisco ha visitado Lesbos. Ya se sabe que el Pontífice es muy bueno y muy sencillo y que no se cansa de apelar a la generosidad con los más necesitados. Se podría decir que resulta un poquitín contradictorio que esas apelaciones las haga desde una ventana de los Palacios Apostólicos, esa sucesión de edificios que atesoran toneladas de oro, plata y piedras preciosas que bien podrían pignorarse, o ser directamente vendidas, a favor de los pobres. Gente malintencionada murmura que de esos kilómetros de estancias y galerías, trufadas de obras maestras del arte universal, bien podrían salir para subastarse una escultura y un par de cuadros, para ayudar un poco. Es cuestión de opiniones. El caso es que el Papa no solo ha ido a visitar a los refugiados de Lesbos, sino que ha tenido el buen corazón de llevarse de vuelta a doce de ellos “cuyos gastos de manutención sufragará El Vaticano”. ¿No es enternecedor? Hay que tener en cuenta que para alojar a esos doce refugiados SS el Papa solo cuenta en Roma con el Palacio Apostólico, el palacio y Galerías del Belvedere, el palacio de San Calixto, el de la Cancillería, el predio papal de Castelgandolfo, los edificios anexos a las basílicas pontificias, el palacio de Letrán, el de Propaganda Fide y cuatro cosas más. Recuérdese que  el que insigne cardenal Bertone tuvo que alojar su voto de pobreza en apenas trescientos o cuatrocientos metros cuadrados de apartamento en el palacio papal. . ¿Y sufragar los gastos de mantenimiento? Se dice muy a la ligera que El Vaticano posee grandes riquezas pero, repito, esas riquezas están congeladas en diamantes y esmeraldas, en leonardos, rafaeles, caravaggios, en bronces etruscos y mármoles griegos… cosas que no se pueden comer. ¿Hay contradicción en predicar la pobreza rodeado de riqueza? Ese gesto del Papa ¿Será solidaridad o será la clásica caridad de toda la vida?


                El asunto de los llamados “Papeles de Panamá” tampoco lo veo yo muy claro. A los ciudadanos se nos suelta la carnaza de todos los individuos a los que han pillado, para que hagamos escarnio de ellos y canalicemos por ahí nuestra frustración y nuestra rabia, y lo hacen con gran éxito. Así no nos paramos a pensar que los gobiernos, esos gobiernos que se escandalizan tanto con el asunto y que juran o prometen escarmientos ejemplares, tienen en sus manos acabar con los paraísos fiscales en un plis plas. Si EEUUAA, la Unión Europea, China y Japón se lo propusiesen en serio ¿Cuánto durarían esos paraísos? La menor de las contradicciones es ese consenso general entre todos los pillados, que dicen que sí, que tenían la empresita en Panamá (o en Jersey, o en las Isla Caimán), pero que no la usaban para evadir impuestos, que la tenían así, por tener, como quien compra diez kilos de cocaína “para uso personal”.


                Pero el rey de las contradicciones, al menos a nivel nacional, es el ínclito Pablo Iglesias, nuestro Lenin de andar por casa. Preguntado el otro día por la aparente contradicción entre predicar la libertad y la igualdad al tiempo que se dejaba financiar por el gobierno de Irán, D. Pablo nos dio las siguientes explicaciones, en ese tonito suyo condescendiente y paternal que tanto le gusta: “Si el gobierno de Irán tiene la estrategia de financiar movimientos de izquierda en los países de occidente, sería de tontos no aprovecharse de ello”. El propio Lenin, continuaba, aprovechó la ayuda del emperador Guillermo II de Alemania, enemigo natural suyo, para poder volver a Rusia en aquel famoso “tren sellado”. Ni el mismísimo Maquiavelo lo hubiese dicho mejor. Para acabar con la política en la que vale todo, todo vale.  Pablo se presenta en mangas arremangadas de camisa a consultar con el Rey, pero se viste de smoking para ir a los Goya, demostrando así que sabe diferenciar lo serio de lo superficial; predica una renovación social profunda, de verdad-verdad, al tiempo que dedica todo su tiempo a gestos provocadores banales y sin sentido práctico alguno. Predica soluciones pero no vende más que ideología. ¿Podemos? Más bien Queremos el Poder. Claro que en el fondo no se diferencia tanto del resto de los políticos actuales, que predican democracia y ansían poder absoluto. Cada cual interpreta la voluntad del pueblo expresada en las urnas a su manera particular, excepto en el de ponerse de acuerdo por el bien común; todos dicen buscar lo mejor para España, pero harían mejor en usar el viejo término de “Las Españas”: La de Podemos, la del PSOE, la de Ciudadanos, la del PP. Mientras tanto We the People seguimos jodidos como puta por rastrojo.  ¿No es un poco contradictorio?



               
               

                

lunes, 18 de abril de 2016

ELOGIO DE LA FARMACOPEA

        Tenía yo hace unos años un médico fenomenal. Llegabas a la consulta, le decías con qué querías automedicarte, te daba la receta y en paz. Recuerdo una vez que me dio por hacerme análisis de sangre. Hacerse análisis es como comprar lotería, pero al revés. En la lotería nunca te toca nada, en los análisis te toca algo siempre. El caso es que los resultados fueron muy descorazonadores en el asunto del colesterol y los triglicéridos, cosa nada sorprendente teniendo en cuenta mis hábitos alimenticios y beberticios. El caso es que mi antiguo médico, en lugar de soltarme una perorata sobre si comía bien o bebía mal, me pregunto si yo toleraría bien el hacer un régimen alimenticio. Sospeché de una pregunta retórica, también llamada erotema, pero la falta total de expresividad en el rostro del buen doctor me animó a contestar con un decidido y avispado “No”. Ni corto ni perezoso se puso a imprimir recetas de píldoras para lo uno y grajeas para lo otro, me dio amablemente los buenos días y nos despedimos casi como amigos. Yo salí de la consulta contento como unas castañuelas y dando gracias a la farmacopea, de la que soy decidido defensor.

                Todos los medicamentos tiene efectos secundarios y las píldoras para el exceso de triglicéridos tuvieron en mí uno totalmente inesperado. Un día, justo antes de salir de casa, me di cuenta de que Chispas había estado lamiendo como un poseso la pildorita de marras, que tenía yo dispuesta para tomar encima de la mesa de la cocina. Quiero mucho a mi gato, pero no hasta el punto de tomarme algo que él haya estado rechupeteando. Estuve a punto de tirar la cápsula a la basura pero como resulta que por una parte, eran carísimas y, por la otra el líquido que contenían era muy natural y muy buenísimo, me dio por abrirla y extender el contenido por mi cara, algo necesitada de revigorizantes y nutrientes a causa de los estragos de la edad. Es verdad que me pareció notar un olor un poco extraño, pero no hice demasiado caso y me largue a tomar unas cervezas con mi familia, al Bourbon. A los cinco minutos de haberme sentado con ellos, una de mis hermanas comentó que se notaba un olor muy desagradable a pescado podrido. Inmediatamente se me encendió una bombillita en el cerebro, algo que había leído en el prospecto, muy por encima. Era algo sobre aceite de hígado de bacalao. Disimuladamente me pasé un dedo por la cara, lo acerqué a la nariz y pude comprobar que, efectivamente, la cara me apestaba a pescado podrido. Rápido como una centella me precipité a ir al baño a restregarme la cara con agua y jabón con un vigor digno de un huérfano de hospicio victoriano. Seguro de haber tenido éxito en la operación, volví a sentarme en la terraza, solo para escuchar a otra de mis hermanas decir que sí, que ella también notaba el olor de pescado podrido. La conversación sobre pescado podrido se hizo general. Yo traté de desviarla hacia una tiendecita de congelados que estaba justo al lado, infamando su reputación sin el menor asomo de arrepentimiento. Cualquier cosa antes de confesar la idiotez que se me había ocurrido hacer por una coquetería completamente fuera de lugar en una persona de mi edad y condición. Al final, muerto de vergüenza, me inventé alguna excusa tonta e increíble y me marche para casa, en donde tuve que pasar más de media hora enjabonando y aclarando mi cara, hasta que conseguí que desapareciese aquella horrorosa pestilencia. Pese a ello, sigo añorando a aquel médico tan expeditivamente farmacopeista y tan majo.

                Muchos años más tarde, concretamente la semana pasada, una cierta fatiga y desgana me llevaron a cometer la imprudencia de acudir otra vez a consulta. Resulta que mi antiguo médico se había muerta de un infarto fulminante, Dios siempre se lleva a los mejores,  y he tenido la mala fortuna de que su sustituto ha resultado ser concienzudo y competente. Cuando apenas había yo terminado de contarle mi triste historia, y cuando creí que se pondría a escribir dos o tres recetas, resultó que empezó a hacer escupir a la impresora papeles y más papeles, cada uno con una orden de prueba médica distinta, todas ellas de nombres extraños o inquietantes: espirometría, cardiograma, análisis, placas abdominales y torácicas.. Un pandemónium de engorros e incomodidades que me tiene de enfermera a médico y de médico a enfermera casi todos los últimos diez días. También me tomo la tensión, que resulto estar bastante alta, pero en lugar de darme unas pastillas, que hubiese sido lo decente, me ha encasquetado un régimen de comidas. Cuando me he puesto a ojearlo he visto: “CENA Lunes: patatas con puerro, pan y fruta; Martes: verdura a la plancha, pan y fruta… No he tenido valor para seguir leyendo.

                Comentando esta serie de catastróficas desdichas con un par de amigas, una de ellas ha tenido la gentileza de tranquilizarme diciendo que es normal, que la “gente de mi edad tiene que cuidarse”. Y digo yo ¿A dónde va la medicina actual? ¿Qué ha sido de aquellos médicos que siempre decían que todo eran pamplinas? ¿Nos hemos vuelto locos?

                Veo ante mí un camino triste y aburrido de patatas con puerro, pan, fruta y, vade retro, agua mineral y cerveza sin alcohol. Con médicos como el mío ¿Qué será de la prospera y necesaria industria farmacéutica? Irá a la ruina. Claro que todos los nuevos parados que se generen tal ven encuentren trabajo cultivando patatas y puerros. Que desastre. Yo quiero pastillas.
               

sábado, 16 de abril de 2016

TRES CUENTOS TRISTES Y UN EPÍLOGO INFAME

EL OBJETO ROTO

                Detrás De la casa estaba el prado. A vista de golondrina es poco más que un cuadradito de hierba,  resto de uno de  esos minifundios que hacen de las tierras del norte un puzzle de verdores siempre inacabado. Lo rodea por tres lados una serie de viejas estacas de madera reseca, gris y retorcida, como si un agrimensor sin sentimientos hubiese troceado la milenaria momia de un gran árbol, para convertir en marcas de frontera lo que un día fue frescor y sombra. En el cuarto lado se ven las cuatro piedras  de una casa quemada hace ya muchos años, mucho antes de la casa,  cubiertas por una miscelánea salvaje de zarzas, ortigas y cualquier otra planta montaraz de las que no se deja crecer en los jardines, de las que solo encuentran su lugar en el indomesticable reino del bardal.

                Es allí, junto al zarzal, en donde se ve al niño agazapado. Allí, oculto a las miradas de la casa. Está agazapado y reza con un fervor congestionado a ese Dios bueno que todo lo puede, al Padre amable y misericordioso del que tanto le han hablado. El niño está pidiendo ni más ni menos que un milagro, mientras oculta entre sus manos el objeto prohibido, el objeto roto.

                La casa está llena de objetos prohibidos. También lo están las casas que se ven más allá de las estacas muertas. Él lo sabe como lo saben sus amigos, como todos lo saben. Saben lo que ocurre cuando las manos pequeñas son la causa de que un objeto prohibido acabe roto. Ni él ni sus amigos, ni nadie,  pedirían un  milagro a causa de los objetos rotos. La regañina, el castigo, quizás un par de azotes… gajes de la infancia. No, lo malo no era la rotura.

                La casa está llena de objetos prohibidos. Pero hay objetos que está prohibido tocar y objetos que está prohibido desear. Él lo sabe, sabe reconocer el reproche del miedo y la sospecha. Por eso reza para que dios haga el milagro del recomponer aquel objeto.

                Reza, suplica, pide por favor, pero al abrir las manos pequeñas el objeto sigue roto. Dios no hizo el milagro. No hay nada que hacer, la suerte está echada. Le vemos abandonar despacio la seguridad de avestruz que da el zarzal y dirigirse hacia la casa. Le vemos entrar sin hacer ruido y subir las escaleras de forma sigilosa (sigilo inútil). Le vemos entrar en la habitación de sus padres, abrir el joyero de su madre y dejar allí la pulsera hecha pedazos.

                Todavía no sabe que lo sabe, pero ha dejado de creer en Dios. Sin embargo tiene que haber algo, algo que le evite tener que escuchar el reproche del miedo y la sospecha. ¡La magia! Eso es, la magia podrá sacarlo del apuro. Tiene que haber alguna varita mágica, algún conjuro…

                Se queda allí en el prado, rodeado por el zarzal y las estacas muertas, esperando. Ese día esperando el reproche; el resto de su vida esperando el conjuro.


LA PIZARRA DE JUGUETE

                Tiza tras tiza el niño  va desgranado sus siete años en la pequeña pizarra de juguete. Su debilidad son las casas de arquitecturas imposibles y las princesas de faldas imposibles. Le gusta quebrar lo vertical del edificio en salientes disparatados y absurdos; le gusta hacer salir la cabeza coronada de una princesa de una enorme falda llena de adornos, como las de esa María Antonieta cuya biografía le ha impresionado tanto.

                En una mesa grande de madera oscura desgrana sus siete años en princesas y casas imposibles.

                -¿por qué dibujas así las casas? ¿No comprendes que una casa así caería derrumbada?
                -Me gustan.

                El niño es imposible, no cabe duda de que es tozudo y raro. Viene a continuación el reproche del miedo y la sospecha, el asunto intolerable.

                -Este niño solo dibuja princesas.

                Por la pequeña pizarra de juguete han pasado ríos sobre los que flotan barcos a vela desplegada, montañas nevadas en las que nacen ríos y cascadas; han pasado hasta casas posibles, con chimenea humeante, valla de madera y árbol lleno de manzanas; han pasado también coches grandes y pequeños con sus faros apagados o brillando con el esplendor de tres pequeñas líneas de tiza. Todo eso se puede, pero todo eso lo borra la princesa, que no se puede, no se debe, no debe apetecer. El niño no sabe como lo sabe, pero reconoce al vuelo el reproche del miedo y la sospecha.

                Empieza a dibujar soldados. ¡Son tan difíciles las piernas! Con lo fácil que es hacer salir de un semicírculo la cabeza coronada de una princesa. Pero dibuja soldados, soldados de piernas rígidas como zancos, soldados que se apresura a enseñar con (falso) orgullo. Hay que alejar el fantasma del reproche.

                Aprende a dibujar soldados de piernas como zancos. Aprende también ha esconder las princesas y las casa imposibles. Aprende que algunas veces solo se puede sobrevivir mediante engaños.




                                                                  EL COCHE VERDE

                Han pasado diez años. El niño va en un coche verde (“verde valle” lo llama el fabricante). Diez años desde que  supo que Dios, al fin y al cabo, no es más que otro ídolo fallido. El niño se deja llevar a donde no quiere en aquel coche verde valle, por aquella carretera de la que conoce todas sus rectas, todas sus curvas, todas sus vueltas y revueltas. Aquella carretera que debía haber desaparecido “a causa de la proeza”. Hay tensión y fatalidad, tantas que parece imposible que quepan en aquel pequeño coche verde valle. El conductor rompe el silencio, rompe la tensión y la fatalidad, lo rompe todo en mil pedazos.

                -Me tienes que decir por qué lo hiciste.
                -No lo sé.

                Lo sabe, claro que lo sabe. Podría escribir un enorme diario con todo lo que sabe, un diario con todas las anotaciones iguales. Anotaciones pesadas como losas de granito, todas iguales. Podría contar lo que ocurre todos los días más allá del jardín, pero sabe que ni loco va a desgranar ese rosario. No lo hará porque no quiere y porque sabe que de ese rosario el conductor no desea escuchar ningún misterio.

                -Lo sabes. Sabes que lo has hecho en contra mía.

                No, no sabía eso, eso no. Eso es una sorpresa inesperada, un rasgar la fatalidad por el lado más insospechado. Hay verdad en lo que ha dicho, en todo hay verdad al fin y al cabo, pero no es eso, no ha sido por eso. El niño conocía la distancia que le separaba del conductor, la sabía pero no la creía tan enorme, tan de abismo.

                -No es verdad, no ha sido por ti.
                -No lo digas si no quieres (siempre la fría templanza), pero sabes que es verdad.

                Quizás si el conductor hubiese dicho otra cosa, cualquier otra cosa… Pero no, en verdad no era posible. No lo comprendió entonces, pero años después, años y años, se dio cuenta de que el conductor había estado también rodeado de estacas muertas. Distintas, colocadas en orden diferente, pero estacas.  

                No había más que hablar, solo dejarse llevar en aquel coche verde valle. 



                                                                    EPILOGO 

                El niño esta vomitando rabia. Sin motivo, sin control, sin objetivo verdadero. Ella siente ese vómito caliente como un alud de hielo. Todo se rompe en un momento. Todas las palabras no dichas se disparan en ese vómito caliente que parece de hielo. Ella no es, ella sencillamente está en el camino del alud. Todo se rompe.
                Más tarde, solo,  el nota el pinchazo de una astilla, una astilla vieja, gris, reseca y retorcida. Más tarde. Tarde.


SALVÉMONOS DE SÁLVAME




           Hace poco recibí, por facebook creo recordar, una de esas peticiones de firma para tratar  de conseguir algo razonable por la fuerza bruta del número, ya que no por el peso específico de la cuestión en sí, como debería ser. Se trataba en este caso de una petición a la cadena de televisión Tele5 para que dejase de emitir los programas “Sálvame” y “Sálvame de Luxe”,  epítomes de ese fenómeno que se ha dado en llamar telebasura. Pedirle a un lobo hambriento que suelte su presa  es cosa inútil; si la petición llegase a reunir un número sustancial de firmas, cosa que dudo, ya me estoy imaginando las carcajadas de los directivos de Tele5 cuando la reciban. Pero siempre he sentido debilidad por los gestos inútiles, siempre y cuando no sean multitudinarios, de modo que me decidí a compartir la petición en mi muro. Tengo que decir que la mayor parte de mis amigos la han ignorado, a unos cuantos les ha gustado y apenas un par de ellos la ha compartido. Ha habido un solo comentario: “Pues hacer como yo, si no os gusta no lo miréis, se puede leer. Ordenador... Y si un día me apetece verlo lo veo y sin más…” Creo que esa es la opinión mayoritaria. Respeto mucho el derecho de todo el mundo a expresar lo que mejor le parezca, pero creo que lo mismo podría haberse dicho del circo romano, de las ejecuciones públicas o de cualquier otro espectáculo ahora prohibido  y que en su momento se consideraron diversiones adecuadas para la masa; espectáculos que, como “Sálvame”, justificaban su existencia por la gran afluencia de público, por la audiencia en definitiva.

                Habrá quienes piensen que la comparación es exagerada. Al fin y al cabo en esos programas no muere nadie. Se matan el buen gusto y el pudor; se hace apología de la incultura y la ordinariez; se destripan intimidades de la forma más soez y repugnante. Pero no muere nadie, eso es cierto. Recuerdo el escándalo que se organizo en los medios de comunicación, hace ya muchos años, cuando empezó a emitirse por la Televisión Valenciana el programa “Tómbola”, directo antecesor de los “Sálvame” y similares. Si no recuerdo mal el asunto llegó hasta Las Cortes en donde, claro está, se solventó el asunto de un plumazo apelando a la Libertad de Expresión. Y tengo que reconocer que en este asunto entro en contradicción, porque siendo como soy fervoroso defensor de que todo el mundo pueda decir lo que quiera, me parece intolerable y vergonzoso que programas como esos sean emitidos. Intentaré explicarme. El racismo me parece una de las ideologías más repugnantes, sin embargo creo que si una persona es racista, debe tener derecho a decirlo. Otra cosa sería, y yo estaría radicalmente en contra,  que un programa de televisión estuviese haciendo apología del racismo cuatro horas todas las tardes. ¿Bastaría con ignorarlo, con no verlo? Sé que la sensibilidad, la cultura y el pensamiento reflexivo son consideradas por mucha gente como anacronismos despreciables; defiendo el derecho de quienes lo piensan a decirlo, pero estoy en contra de que un programa de televisión dedique cuatro horas todas las tardes a hacer apología de ese desprecio. El daño que se provoca me parece tan evidente en el primer caso como en el segundo.

                Que hace años escandalizase “Tómbola” y ahora se considere inocuo “Sálvame” es una triste muestra del camino que llevamos. Estoy convencido de que la desastrosa sucesión de leyes y contraleyes de educación ha tenido mucho que ver en el asunto, aunque es posible que sea solo el signo de los tiempos. Lo que es evidente es que el nivel de exigencia de calidad está llegando a sus mínimos.Es ya un tópico decirlo, pero que Belén Esteban venda 100.000 ejemplares de su libro es para no estar muy orgulloso de ser español.

                   Otro que también vende libros es Jorge Luis Vazquez, conductor del programa y buque insignia de Tele5, lo que dice mucho de la cadena. Leí hace no mucho en “Babelia” (¡en Babelia!) una entrevista que le hacían a proposito de esa nueva y sorprendente faceta suya de intelectual. D. Jorge Luis, siguiendo la senda de ese Ramoncín que paso de rey del pollo frito a filósofo televisivo en el plis plas de leerse un par de libros, es ahora escritor, actor y no sé cuantas cosas más. Listo como el hambre ha comprendido que debe despegarse poco a poco de la baba verde de los programas que le llevaron a éxito. A él ya le aburre que le pregunten por la historia de la telebasura, eso dice, y nos pide que veamos “Sálvame” como “entretenimiento”. Hasta el se da cuenta de la mierda que se dispara desde la trinchera del “entretenimiento”, pero claro está que no va a tirar piedras sobre su tejado.Al menos no demasiado descaradamente.

                  La colección de personajes que rodean a Don Jorge y Doña Belén parecen sacados todos a golpes de un frenopático. Gritan, lloran y ríen como posesos. Disertan con seriedad académica sobre los asuntos más banales, y si pueden ser nauseabundos, vomitivos y corrompidos mucho mejor. Se matan a cuchillo unos a otros cuando hay que dar un repunte de audiencia; se perdonan y abrazan en cuanto ven que la cosa se les ha ido un poco de las manos. Cuentan sus miserias a tanto el kilo. Los entrevistados están lógicamente a nivel. El programa tiene sus propias fábricas de personajes, cortados por el patrón de los “colaboradores”. Vienen de la cantera de la Milá y sus experimentos sociológicos y demás programas de telerrealidad. Todos ellos  a su vez se despellejan y venden sus placeres y penurias sin pudor alguno, todo en aras del “entretenimiento”.

                Sé que el programa tiene gran audiencia. Esa es la gran baza de todos, ese público “que no es tonto”, como no se cansan de repetir. Estoy seguro de que, efectivamente, ese público no es tonto, que simplemente se deja llevar por la fascinación de lo escatológico y, digámoslo todo, por dar rienda suelta a ese punto de cotillas que todos tenemos. También estoy seguro de que si les diesen verdadero entretenimiento lo disfrutaría más. 
 
                Yo no creo que baste con ignorarlo, con no verlo. Creo que hay que verlo para darse cuenta de lo dañino que es. Yo quiero que dejen de emitir “Sálvame”.



                

jueves, 14 de abril de 2016



                                                    “ Esta noche ha nevado y hace frío;
                                                      el agua corre, repitiendo
                                                      una interrogación ya sin pregunta.
                                                      Más allá del jardín hay hambre y lodo,
                                                      y se cubren de cuervos las fronteras.
                                                     Nunca supe ni quise
                                                     mirar de frente el curso de las horas:
                                                     sólo escuché su blanda melodía
                                                     en un reloj dorado,
                                                     acorde de belleza sin aviso,
                                                     y nunca probé el agua de una fuente
                                                     sino entre las rocallas y las cariátides
                                                     de la gruta de mármol de un ninfeo.
                                                     Ignoré la victoria de la muerte,
                                                     la sordidez, el mal, la cobardía,
                                                     entre nubes y muros que afirmaban
                                                     un sueño de virtudes inmortales:
                                                     piedad de Eneas, magnanimidad
                                                     de Alejandro, bravura de Perseo,
                                                     clemencia de Escipión, candor de Dido,
                                                     pero la soledad, la cobardía,
                                                     la sordidez, mezclaban mis colores.
                                                     Coronada de pámpanos y rosas,
                                                     la muerte me tendía los pinceles.”



                                                    Guillermo Carnero.
                                                    Vejez de Juan Bautista Tiépolo

domingo, 10 de abril de 2016

LOS SIETE PILARES



“Te amaba, y por eso tomé aquellas oleadas de hombres en mis manos
y escribí mi voluntad en el cielo con las estrellas
Para ganarte la Libertad, la noble casa de siete pilares,
para que tus ojos pudieran brillar para mí
Cuando llegara.
La muerte era mi sirviente en el camino, hasta que estuvimos cerca
y te vio esperando:
Cuando sonreíste, y con lastimosa envidia se me adelantó y te llevó aparte:
A su quietud.
Así nuestra ganancia de amor fue tu cuerpo desechado, para sostenerlo
por un momento
Antes de que la blanda mano de la tierra explorara tu rostro
Y los ciegos gusanos transmutaran
tu desfalleciente substancia.
Los hombres me rogaron que erigiera mi obra, la casa inviolada,
en memoria de ti.
Mas para que fuera monumento apropiado la destrocé, inacabada, y ahora
Los pequeños seres se deslizan para componerse guaridas
en la arruinada sombra
De tu regalo”


T.E.LAWRENCE

jueves, 7 de abril de 2016

CARRUAGENS-CAMAS



Estaba yo el otro día tomando el blanco con unos amigos, cuando a uno de ellos le dio por darnos la tabarra contándonos con pelos y señales su reciente viaje a Lisboa, antigua y señorial. Yo no sé lo que tienen los viajes de los demás que siempre es un tostonazo tener que escuchar su relato, con lo entretenidísimo que resulta siempre contar los propios. Pasa lo mismo con la mili, quien haya tenido la mala suerte de tener que hacerla, las enfermedades y todo lo demás. Cuando notamos que alguien se va a lanzar por esos derroteros hacemos esfuerzos desesperados por tratar de cambiar de conversación. Si te dicen “pues ayer fui a recoger los análisis”, vas tú y sueltas “dicen que mañana va a llover a cántaros”; que te espetan “ah, en Málaga hice yo la mili”, regateas con un tentador “¿te apetece otra cerveza?”. Se crean así unos estúpidos diálogos de besugos, lo que en Cantabria llamamos “de dónde vienes, manzanas traigo”, que además de ridículos resultan absolutamente inútiles, porque el que está dispuesto a darte el tostón te lo dará quieras o no quieras. Hay además quienes sortean esos intentos de evasión con argucias muy sofisticadas. Yo tengo una conocida que cuando quiere contarte lo suyo, te pregunta por lo tuyo. Si acabas de regresar, por ejemplo, de un viaje por El Algarve, ella te dice astutamente “Cuéntame ¿Qué tal por Portugal?” Y cuando apenas has podido articular un simple “muy bien”, empieza a ametrallarte con anécdotas, datos y detalles de su reciente viaje a Madagascar. Lo mejor en esos casos es armarse de valor y resignarse a la fatalidad.

Eso hice yo el otro día y terminé con la cabeza como un tambor, atiborrado de historias sobre la Avenida da Liberdade, la Estufa Fría, la plaza de Rossio, Estoril, el bacalao y todo lo demás. Probablemente fue ese atontamiento el que me hizo decir:”Yo, la primera vez que fui a Lisboa, viajé en el Lusitania Express”. Nada más decirlo me di cuenta del tremendo error que había cometido, porque se hizo un silencio de muerte y todos se me quedaron mirando como si se les hubiese aparecido de repente un monstruo antediluviano para, acto seguido, romper a reír a carcajada limpia. En estos tiempos de aviones, trenes de alta velocidad y demás maravillosos y velocísimos artilugios transportadores, mi “Lusitania Express” sonó espantosamente a novela de Agatha Christie, a Belle Epoque, a rancio y viejuno en resumidas cuentas. Yo traté de defender el encanto de aquellos antiguos trenes frente a la asepsia eficiente de los actuales, pero sin ningún éxito, porque la época del lujo ha dado paso a la del confort, que diría Nancy Mitford. Y sin embargo el viaje en aquellos trenes me parece que era más viaje.


En tiempos de Napoleón decía el conde de Segur que quien no hubiese vivido antes de la Revolución Francesa, no sabía lo que era vivir. Pues bien, quien no haya viajado en aquellos trenes, no sabe lo que es viajar en tren. Cuando yo viaje a Lisboa,antigua y señorial, a mediados de los años ochenta del pasado siglo, el Lusitania Express vivía sus últimos años y estaba ya un poco descascarillado el pobre. Aquel tren de lujo que nos trajo en 1948 a D. Juan Carlos de Borbón y Borbón, reputado cazador y financiero por todos conocido, empezaba a ser una pálida imagen de lo que en su día fue. Pero lo que le faltaba en brillo le sobraba en empaque y distinción.


Recuerdo aquellos enormes coches-cama pintados de azul de Prusia, con un despampanante escudo de bronce dorado, o de algún metal que lo parecía, en el centro. Un escudo en el que dos leones rampantes protegían el monograma de la compañía, rodeado todo ello de una banda con la mítica leyenda:”Compagnie Internationale des Wagons-Lits (o de carruagens-camas en su versión portuguesa) et des Grands Express Europeens”. A la puerta del vagón te esperaba lo que se llamaba “conductor de coche-cama”. A que es debido un nombre tan pintoresco nunca he conseguido saberlo, porque el señor se pasaba la noche sentado en un taburete al fondo del coche, atento a los timbres y sin conducir nada de nada. El caso es que el conductor te acompañaba a tu departamento y se hacía cargo de tu billete y de tu pasaporte, que aquellos no eran tiempos de espacio Schengen (ese por el que NO pueden circular libremente los refugiados), para que no te tuviesen que despertar ni el conductor ni la policía de fronteras. El departamento era un cubículo chapado de madera oscura, con un aparatoso sofá victoriano forrado de brocado de terciopelo empotrado en uno de sus lados; sofá que la magia potagia del conductor había convertido en cama cuando volvías del vagón-restaurante. La otra esquina del lado de la ventana estaba ocupada por un misterioso mueblecito de madera, un transformer avant-la-lettre, que se convertía en lavabo cuando levantabas la tapa. Sobre él, en una estantería, una botella de cristal tallado con agua potable, que siempre desaparecía cuando había algún cleptómano entre los amigo que te acompañaban a la estación. En la parte de abajo un tirador metálico sacaba a relucir un extravagante orinal de acero inoxidable y de un diseño del que se podria decir de todo, menos manejable ; tenía el aspecto de una vinagrera de restaurante de menú del día, pero gigante y sin tapa. Aquel orinal se suponía que era una comodidad, para que no tuvieses que salir de tu departamento si te atacaba un arrechucho de aguas menores, pero en mi vida he visto nada más incómodo de usar. El reverso de la moneda de aquello trenes tan glamourosos era que traqueteaban una barbaridad y, claro, apuntar con la pilila a aquella vinagrera enloquecida en medio del traqueteo no era cosa sencilla; y el ruido que hacías al mear en ese artefacto metálico, que te daba la sensación de que todo el vagón estaba oyendo tus micciones.Tampoco me gustaba lo que llamaban "luz de noche", valga la refonfonfia, que era una lamparita empotrada en la pared, sobre la cama, y que daba una desagradable luz morada. Tumbado en aquella cama estrecha, en un sitio tan pequeño y con esa mortecina luz morada, uno no podía evitar la sensación de estar pasando la noche en el tanatorio.Pero esos eran pequeños detalles sin importancia.



Te despertaban con el desayuno y con tiempo suficiente para tomarlo tranquilamente, lavarte y vestirte antes de llegar a Lisboa, antigua y señorial,a aquella vetusta Santa Apolonia que con esa fachada que tiene como de internado de jesuitas es la estación con menos aspecto de estación que nunca he visto. Luego, ya en el taxi, enseguida llegabas al Terreiro do Paço y te dabas de morros con esa maravillosa Lisboa, antigua y señorial, tan descascarillada entonces como el Lusitania-Express, y con el mismo encanto.

En fin ¿No es cierto que es un rollo escuchar los viajes de los demás?