Soy homosexual, pero no estoy orgulloso de serlo. Tampoco estaría orgulloso de ser heterosexual, blanco o ambidextro. Opino que el orgullo legítimo solo se siente ante los logros conseguidos por el propio esfuerzo, no por lo que somos por naturaleza o por el puro azar de haber nacido en un lugar u otro. Lo aclaro porque ya empiezan a tocarme los cojones todos esos necios graciosillos que, en vísperas de la celebración del Día del Orgullo Gay, hacen bromitas sobre si habría que celebrar el día del orgullo hetero y gilipolleces por el estilo. Me interesa aclarar que los homosexuales no estamos orgullosos de serlo, sino de haber sobrevivido a serlo. Salvo, quizá, el pueblo judío, no hay colectivo que haya sido perseguido con más saña y persistencia a lo largo de siglos y siglos de cristianismo que nosotros, los homosexuales. Y sentimos el orgullo gay de haberlo superado.
No soy ateo, ni antirreligioso, ni me convencen los fríos punto de vista de la ciencia sobre nuestro sentido en el mundo, pero soy, y de esto si estoy orgulloso, profundamente anticlerical. Mi condición de homosexual no tiene nada que ver en eso. Soy anticlerical porque sé que en todos los lugares en los que las religiones “del Libro”, da igual cristianos, que judíos, que musulmanes, influye en la política, se cercenan libertades esenciales en nombre de Dios. Pero en mi condición de homosexual ¿Qué tengo que agradecer a La Iglesia? Cientos y cientos de años de persecución, vejación, y asesinato. Cientos de años de ser un asqueroso sodomita, un practicante del vicio nefando, una sabandija digna únicamente del oprobio y de la hoguera. Y me da igual lo comprensivo que parezca el actual Papa, porque sé que, en cuanto puedan, volverán las oscuras golondrinas. Y a todo eso hemos sobrevivido, y sentimos el orgullo gay de haberlo conseguido.
Nací en 1960, cuando ser maricón era una de las peores cosas que te podían pasar. Eran años en los que ser homosexual era un delito que perseguía la Ley de Vagos y Maleante. He tenido una ración muy generosa de humillaciones, insultos, acosos, y demás sevicias propias de aquellos días, como por desgracia nos ocurría a casi todos. Todo aquello lo he superado y siento el orgullo gay de haberlo conseguido. Con cincuenta y siete años y muchos kilómetros de taconear aceras, poco me importa lo que digan, juzguen opinen y comenten sobre mí. No es que tenga hecho mucho callo, que sí, es que soy lo que soy y a quien no le guste, que no frecuente mi trato. Pero ¿Qué pasa con todos esos adolescentes solos y desamparados? Vejados, insultados, solos… Y solos con la soledad de saber que su propia familia, aquellos que deberían darles cariño y protegerles, serían sus enemigos si supiesen lo que pasa. Queda mucho por hacer, y sentimos el orgullo gay de luchar por ello.
Tengo un carácter bastante intransigente e intratable, pero no soy rencoroso. De pocas personas, una o dos, podría yo decir que me parezcan verdaderamente odiosas. Pero me resultan insoportables, casi odiosos, todos esos contertulios que se escudan detrás del “yo tengo muchos amigos gais” para soltar sapos y culebras de homofobia indiscriminada. Me resulta odioso oír decir que “no es para tanto”, que “eso de hablar de persecución es exagerado”, cuando saben que dan palizas a parejas gais por darse un beso en la calle. Son “hombres de verdad”, a la antigua, de esos para los que acosar al maricón en el colegio era tan natural como fumar el primer cigarrillo. Yo lucharé como pueda contra esa asquerosa frivolización del sufrimiento ajeno, y siento el orgullo gay de hacerlo.
Estoy soltero, pero si estuviese casado y mi marido y yo adoptásemos un niño o una niña, ese niño o esa niña tendría cariño, protección y todo lo que nuestras posibilidades pudiesen darle. Y tendría el amor y la protección del porrón de hermanos, hermanas, sobrinos y sobrinas, primos y primas que conforman mi familia. Y sería desgraciado o feliz, homosexual o heterosexual; sería lo que quisiera o lo que puediera, como todos. Tendría siempre un nido al que volver cuando le rompiese la vida un ala. ¿Así atacamos a la familia? ¿Así rompemos los cimientos de la sociedad? Esos dolidos e indignados Foros de la Familia ¿A qué familias representan? ¿A qué gente? Les parece mejor que un niño se muera de hambre en un hospicio rumano, a que sufra la desgracia de ser acogido por dos hombres o dos mujeres que le quieren. ¿Que clase de familias son esas? ¿Que clase de gente?Yo siento el orgullo gay de despreciarles.
Y siento el orgullo gay de desdeñar a toda esa buena gente que nos insulta a todos diciendo que “yo no tengo problemas con los gais, pero no soporto a las locas”. Y a todos los que ponen su moral por encima del cariño. A los que quieren “curar” la homosexualidad con la biblia en una mano y la represión en la otra.
Y el mayor de los reproches, lo imperdonable: hacerse ver. Vale, nos resignamos a que haya maricones pero, por Dios, que no se os vea. Celebramos el orgullo de haber luchado para conseguir lo que hemos conseguido con una fiesta de los sentidos, un carnaval alegre y loco en el que todo el mundo es bienvenido. Y resulta que ofendemos, que exageramos, que tratamos de imponernos. Dicen que damos mal ejemplo ¿De qué? ¿De la alegría de vivir? ¿De tolerancia? La rancia mujer de las peras y las manzanas y toda su cohorte de gente bien pensante se sienten humillados y ofendidos, víctimas de la presión del “Lobby gay”. Y resulta que me da la gana de reírme en su puta cara y decirles: aquí estamos y aquí nos vamos a quedar. Con orgullo gay.