jueves, 8 de junio de 2017

ARANDANITIS

          Hace no tantos años en España lo único que sabíamos de los arándanos es que les chiflaban a los estadounidenses. En casi todas las películas de Hollywood aparecían americanos sonrientes y satisfechos, disfrutando de los arándanos en forma de tarta, zumo, mermelada o cualquier otra deliciosa variedad, pero aquí, lo que se dice aquí, no encontrabas la susodicha fruta ni en los delicatesen de El Corte Inglés. Bueno, pues la cosa ha cambiado. Hoy, tomando un café en La Cocinuca del Bourbon, una amiga me ha ofrecido a muy buen precio arándanos de la cosecha de su sobrina. Como yo sabía que mi hermana estaba interesada en comprar arándanos frescos, rápidamente la he llamado para ponerle al corriente de la oferta, pero ha resultado que a ella ya le había surtido de arándanos una conocida suya, cultivadora también. No habían pasado ni diez minutos cuando una amiga nuestra se ha parado a charlar un rato, y nos ha contado que está muy ocupada recogiendo su cosecha de arándanos. También nos ha informado detalladamente sobre los diversos cultivos de arándanos que, según parece, proliferan sin control por las tierras de Cantabria. Os juro que ha llegado un momento en el que me he sentido agobiado al pensar en todos esos miles de arándanos, ese auténtico tsunami arandánico, que avanzan cubriendo antiguos panojales, prados y huertas, como una plaga bíblica. De no haberlos comido nunca, han pasado a ser comida imprescindible en cualquier hogar que se precie de moderno y cumplidor de las normas de vida saludable.






          Algo parecido pasó con los kiwis en su momento. Los kiwis eran antes unos pájaros muy pequeños que ponían unos huevos muy grandes. Ahora es una fruta que hay que comer mañana, tarde y noche si queremos tener el tracto intestinal como un San Luis. Todos empezamos a comer kiwis como si no hubiera un mañana, como si nos hubiésemos pasado la eternidad esperando  bendecir a nuestro maltrecho triperío con la llegada del kiwi redentor.

          Yo me críe en una época en que las mermeladas eran de melocotón o de ciruela, y punto en boca. El azúcar era azúcar y la leche, leche. No digo yo que hayamos salido perfectos, pero tampoco estamos tan mal. Antes se consideraba una delicia el pescado fresco, y ahora conozco gente a la que las lubinas se le quedan en anchoas de tanto hurgar, limpiar y rebuscar en busca del malvado anisakis. ¿Y las galletas? Tostaducas, Marías, Napolitanas, Surtido Cuétara y Sanseacabó. Ir a la compra era sencillísimo. Ahora tienes que lidiar entre montones de arándanos, kiwis, mangos y papayas para poder encontrar un par de manzanas decentes. Caminas kilómetros y kilómetros rodeados de leche semi-entera, semi-desnatada, con omega 3, con oligoelementos, sin lactosa, con lactosa light… hasta que, por fin, encuentras un litro de leche normal y corriente. Y si no compras arándanos, o yogur griego natural desnatado con azúcar, o cualquier otra memez que se ponga de moda, te miran como si fueses un hombre (o mujer) de las cavernas.




          Dios quiera que los cultivadores de arándanos tengan en su empresa todo el éxito posible, pero yo, la verdad, estoy empezando a marearme de tantas novedades, tanta moda alimentaria y tanta pamplina saludable.


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