viernes, 25 de agosto de 2017

VIAJE A TAILANDIA VII

CHIANG MAI

Yo creo que ocho días con sus noches en Bangkok son más que suficientes para disfrutar razonablemente de las delicias, y padecimientos, que la ciudad ofrece. Al menos así fue para nosotros. Se debe tener en cuenta que todas las actividades diurnas y nocturnas hay que desarrollarlas con una temperatura media de unos treinta o treinta y cinco grados, a veces más, y una humedad del 90% p’arriba, y eso  quieras que no agota al más pintado. En consecuencia la mañana del noveno día, a unas horas indecentemente tempranas, estábamos haciendo el camino de vuelta hacia el aeropuerto de Suvarnabhumi, en donde tomamos un vuelo que en poco más de una hora nos depositó en sanos y salvos en Chiang Mai, al norte de Tailandia.

Nuestro hotel, The Empress Hotel Chiang Mai, era un poco del mismo estilo que el de Bangkok, pero más aparente. Nada más entrar  te recibía todo el lote de despampanancias  típicamente tailandesa: un hall enorme lleno de empleados sonrientes, en cuyo exacto centro relucía  una mesa de cristal sostenida por cuatro elefantes dorados, justo de ese tipo que suelen verse en la casa de los multimillonarios rusos de Marbella; unos sillones que a primera vista parecía tronos del emperador de la China, pero que no lo eran… Así mismo lucía su correspondiente lote de tallas doradas de estilo churrigueresco tailandés, maderas de oriente y todo y todo. Lamentablemente toda esa pompa y todo ese boato estaban un poco lejos del centro, pero no demasiado.



Chiang Mai es mucho más manejable que Bangkok. Tiene una parte  moderna, que podría estar perfectamente por la zona de Silom Road o Sukhumvit, y una  parte antigua  más tradicional. La ciudad antigua está amurallada, rodeada por un foso y recuerda un poco a Thonburi, pero sin klongs. Todo son casas bajas, de una o dos plantas, huertas pequeñas y cada poco, un templo. Yo me pasé una mañana entera paseando por allí, haciendo fotos a todo lo que veía y tomando un botellón  de cerveza Shinga cada media hora aproximadamente, no fuese a ser que me deshidratase. De todas aquellas (presuntamente) maravillosas fotos no salió ni una por algún oscuro misterio, relacionado  probablemente con mi manifiesta incompetencia en asuntos técnicos o, quizás, con la mencionada ingesta de cerveza. Pero ya os digo yo que era precioso. Los templos de Chiang Mai suelen ser más pequeños que los de Bangkok y con mucho más encanto, construidos en un  estilo que recuerda más a Láos que a Tailandia. Sin poder llegar a decir que son sencillos, su decoración no resulta tan apachurrantemente pomposa.


Con todo lo que habíamos taconeado en Bangkok, mi idea para los dos o tres días que teníamos previsto estar en Chiang Mai era la de una disipación nocturna relajada y un diurno conocer cosas  sin agobios. En el primer propósito coincidía con mi grupo. Para contento de todos encontramos, o alguien nos habló de ello en el hotel, un insospechado restauranta llamado “Casa Antonio” (sic) en el que se servía comida española y tailandesa. Yo elegía comida local porque me gustaba, porque me parece que la gastronomía es parte esencial de la cultura de los países y, sobre todo, porque no acabo de verle la gracia a recorrer más de diez mil kilómetros para terminar comiendo tortilla de patata en “Casa Antonio”. Puede que yo sea algo rarito porque lo cierto y verdad es que el local estaba repleto de españoles refractarios, al parecer, a las sutilezas de la comida exótica.

De la noche Chiangmaiense no es que se pueda contar mucho. Hay sitios para tomar copas, claro, pero muy poco animados. Nosotros fuimos a parar a un local notoriamente cutre y escasamente concurrido por una clientela mixta, pero mayoritariamente occidental, que nos había recomendado un tuctucero. En realidad era como una especie de estropajosa carpa de circo, pero con mesas y sillas en lugar de gradas. Allí pudimos disfrutar de un espectáculo de travestis de tercera categoría y otro de muay thai de cuarta, o eso me pareció ya que era la primera vez en mi vida que veía un espectáculo de lucha. Pocas veces en mi vida me he aburrido tanto.Pero mis acompañantes parecían estar fascinados con aquellos divertimentos locales y allí nos dieron las tantas. Las tantas de Bangkok son algo desérticas, pero las de Chiang Mai son absolutamente desoladoras, sin un alma por la calle porque la mayoría de los tailandeses, los de provincias al menos, no son de trasnochar; y los occidentales tampoco porque al día siguiente madrugan para ir a ver elefantes, mujeres jirafa o y triángulos de oro. El caso es que acabamos en la calle tardísimo a más no poder y sin un triste tuc-tuc en lontananza. Deambular a esas horas por una ciudad tailandesa desierta, oscura y descascarillada no resulta muy tranquilizador, la verdad. Pero bueno, justo cuando estábamos a punto de echarnos a llorar, apareció un  tuc-tuc y llegamos al hotel sanos y salvos.Esa noche no me dio por arrebatarme en el regateo.



En la actividad diurna de conocer cosas sin agobios surgieron discrepancias. Mis amigas tenían empeño en ver el Wat Phra That Doi Suthep. Todo el mundo dice que estando en Chiang Mai, es “visita obligada” el Wat Phra That Doi Suthep, más conocido como templo del elefante, o de los elefantes. Varias razones me impidieron hacerlo. La primera de ellas fue precisamente ese “visita obligada” que siempre me ha chinchado mucho. No me gusta verme obligado a visitar nada, ni me obsesiona conocer todos y cada uno de los lugares de interés, ni suelen coincidir las “visitas obligadas” con mi gusto personal. La segunda fue que para llegar al templo, lo que se dice el templo, hay que subir una escalinata de nada más y nada menos que trescientos nueve escalones o, si no te ves con fuerzas, tomar un funicular, que tampoco me gustan. La tercera, que mis acompañantes habían decidido contratar una visita guiada, y las visitas guiadas me irritan mucho porque me siento siempre como una oveja dentro de un rebaño. La cuarta y definitiva, que el autobús hacia Wat Phra That Doi Suthep salía del hotel a las seis de la mañana, que no son horas. Quien quiera ver en mi negativa a hacer esa visita un puntito snob, así del estilo de “yo no voy a donde va todo el mundo”, pues puede que tenga también algo de razón, pero poca. Así pues mientras todos sudaban la gota gorda subiendo escaleras y muertos de sueño, yo me levanté a las tantas, desayuné tranquilamente y me fui a visitar Wat Chiang Man, el templo más antiguo de Chiang Mai, que me pillaba a unos escasos diez minutos en tuc-tuc. Me contaron a la vuelta que la excursión había incluido una visita a la aldea de las Mujeres Jirafa, con lo que me alegré doblemente de no haber ido. En honor a la verdad y toda la verdad debo decir que, según parece, el templo es maravilloso y las vistas son espectaculares y demás.



          Los mercados nocturnos de Chiang Mai están tan animados como los de Bangkok, con lo que pudimos dar rienda suelta a nuestra dispendiosa locura compradora. Por comprar compramos hasta una maleta para guardar las compras, porque nuestros respectivos equipajes empezaban a amenazar con reventar de un momento a otro. Cuando creímos que ya le habíamos sacado a Chiang Maí todo el jugo del que éramos capaces, tomamos un vuelo a Bangkok para enlazar allí con otro que nos llevaría a nuestro siguiente destino: Phuket.

         





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