viernes, 25 de agosto de 2017

UNA NOCHE EN EL BALLET

UNA NOCHE EN EL BALLET

          Anoche estuve viendo en el Palacio de Festivales  una «Carmen», por la Compañía de Victor Ullate. Lo primero a destacar fue que, a pesar de que mi acompañante era Doña CJGA, llegamos al Palacio a tiempo de ver la función completa. Por los pelos, pero llegamos. 

La versión de Victor Ullate de la heroína de Merimée es, como era de esperar, muy contemporánea y muy de hoy en día. Las «versiones contemporáneas» de obras clásicas pretenden actualizar los mitos intemporales, pero conservando su esencia, o eso manifiestan los modernizadores. Tengo que decir que en mi opinión raras veces lo consiguen. En primer lugar no veo la necesidad de modernizar mitos intemporales. Si son efetivamente intemporales ¿Qué necesidad hay de modernizarlos? Y en segundo ese «actualizar conservando la esencia» suele ser en realidad una mera adaptación de la forma a la estética contemporánea, con muy pocas contemplaciones con el fondo y las esencias. Tanto lo modernizan que a veces resultan irreconocibles. Como ejemplo diré que mi acompañante me comento al oído, casi al final de la obra, que no conseguía saber quien era el torero y quien el soldado. Por mi parte no había conseguido saber ni tan siquiera quien era Carmen. 

La música era en su mayor parte la de la ópera de Bizet, pero con incrustaciones de piezas de Pedro Navarrete. Para haceros una idea de como sonaban estas últimas, tratad de imaginar que a la Filarmónica de Londres le hubiesen robado los instrumentos y hubiesen tenido que apañarse con txalapartas. Muy contemporáneo. En cuanto al vestuario, oscilaba entre el fetichismo leather y los concursos de drags queens. La escenografía, todo hay que decirlo, muy austera pero extraordinariamente efectista. Parte de la puesta en escena incluia la proyección en el fondo del escenario de lo que perfectamente podría haber sido un anuncio de Freixenet. Todo el cuerpo de baile vestido de burbujas de colorines  subía y bajaba las escaleras del palacio de Longoria, muy en plan Pasarela Cibeles. Al final, en un efecto muy conseguido, pasaban del vídeo al escenario, de lo virtual a lo real, para seguir el desfile ya en carne mortal.

Aquella melée de originalidad y extravagancias fue avanzando entre peleas callejeras con sus insultos y todo, desfiles militares que recordaban a las carrozas BDSM del Orgullo Gay, fondos de escenario como la nave de «Alien, el octavo pasajero». La representación lo mismo podía servir para «Carmen» que para «Psicosis». Hubo también  momentos de silencio total en los que, invariablemente, me daba un ataque de tos. Mi compañera también tosió lo suyo, pero aprovechaba astutamente las fanfarrias más retumbantes de la ópera de Bizet para hacerlo. 

En cuanto al cuerpo de baile en sí, tengo que decir que no soy experto en la materia. Solo comentaré, así de pasada,  que  se veían varios hombres y mujeres con unas contundencias glúteas y pectorales que casaban bastante mal con la idea clásica de los bailarines-sílfides. Pero según mi acompañante, que tiene la carrera de ballet clásico, lo hicieron bastante bien, incluso muy bien en algunos casos.

Anoche, a la salida del Palacio, no sabía muy bien que opinar porque las «versiones acualizadas»  me resultan casi siempre abominables y blasfemas, pero no era el caso. Me daba cuenta de que aquel conglomerado de incongruencias escénicas no me había disgustado, pero no quería manifestarme antes de haber consultado con mis carpetovetónicos principios artísticos y estéticos.Una vez hecho, os diré que me gustó, que merece la pena verlo. No sé si era «Carmen» lo que vimos, pero algo atractivo vimos. 

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