1. m. Angustia por un riesgo o daño real o imaginario.
2. m. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.
Hace dos o tres días estuve en el Palacio de Festivales de Santander. Se representaba una «Carmen» en versión del Ballet de Victor Ullate». Ese tipo de espetáculos, en Santander, tienen un gran poder de convocatoria: la Sala Argenta estaba llena a rebosar. Poco antes de comenzar la representación, cuando las luces empezaban a atenuarse, se me vino a la cabeza la imagen de un terrorista de Daesh irrumpiendo a tiros en la sala al grito de «Alá es grande». Reconozco que no lo pense como algo probable, pero sí posible. El caso es que sentí por un momento el «recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea»; esto es miedo según la definición del Diccionario de la Real Academia. No fue intenso, no fue duradero, pero eso es lo que ocurrió. Creo, aunque esto no es más que pura suposición, que no sería yo el único que pensó en ello.
Estos días, a raíz de los trágicos atentados de Cataluña, la proclama general, la respuesta al terror, es manifestar una y otra vez que no tenemos miedo. En mi opinión eso no solo es falso, sino engañoso, superficial y extraordinariamente peligroso Es posible que tengamos poco miedo, que no estemos obsesionados, especialmente en lo lugares pequeños como es Renedo, con que una cosa así nos vaya a ocurrir. Pero cada vez pensamos más en ello, cada vez tenemos un poco más la sensación de inseguridad. Yo sí tengo miedo. ¿Como no tenerlo si golpean indiscriminadamente allí donde tienen la oportunidad?
Comprendo que vivimos unos tiempos de sloganes, de verdades simples y aceptaciones acríticas del «sentir general de la población» que nos quieran transmitir los poderes públicos del momento. Por ello podría verse como utilitario ese ya famoso «no tinc por» que nos quieren grabar en el cerebro, pero solo para los primeros momentos, como una forma de canalizar de una forma fácil y concisa el sentir general.Pero después no, después es preciso que reconozcamos el miedo tenemos. Y lo tenemos porque si no lo tuviésemos seríamos una pandilla de inconscientes, estaríamos locos. Estamos dispuestos a defender nuestra forma de vida, claro está; no van a conseguir imponernos su bárbara concepción de la vida y lucharemos por ello si es necesario, por supuesto. Pero reconociendo que les tememos. Debemos reconocer ese miedo que es componente indispensable del verdadero valor. Lo contrario, su negación, no es más que una bravuconería suicida.
Yo, desde luego, tengo miedo. Miedo de los terroristas, pero miedo también por la clase política que nos ha tocado en suerte, la misma que debe dirigir la lucha contra los bárbaros. Como ejemplo, la manifestación de Barcelona que todos, creo yo, esperábamos con ilusión. En primer lugar estuvieron esos «que yo no voy porque con este no me ajunto», el «que yo si voy y que vergüenza que no vayas tú»... Y después las "esteladas", las pitadas al Rey y al Gobierno, las declaraciones insensatas. ¿Unidad frente al terrorismo? Y un cuerno.
La misma noche de la manifestación escuche a Pilar Rahola justificar esas pitadas. Yo trato de escuchar siempre lo que dice la vivaracha Sra. Rahola, porque jamás de los jamases se sale del carril de lo multitudinariamente aceptado, ni de esa corrección política «gauche divine» que tan buenos resultados le da en las tertulias televisivas. Cuando se quiere saber hacia donde se inclina la opinión pública, hay que escuchar a Pilar. Decía Doña Pilar que hay que entender las sensibilidades especiales de Cataluña, que no les gusta nada lo que hace el PP y no tienen simpatía ninguna, o muy escasa, por la monarquía. Vale ¿y qué? Los catalanes no son los únicos españoles que tienen esas «sensibilidades». Pero tendrán también, digo yo, sentido de la oportunidad y, sobre todo, la generosidad de espíritu que se requiere para aparcar las propias ideas en favor de un bien mayor ¿O no? Porque muchos de ellos no lo demostraron cuando convirtieron una marcha de fuerza, respeto y solidaridad en un guirigay de «sensibilidades», cada una por su lado. ¿Es ese el frente unido que presentamos al Daesh? ¿Ese es el respeto a las víctimas? Yo soy profundamente anticlerical, pero acudo a los funerales de mis conocidos católicos como muestra de respeto. ¿Debería yo dejar suelta mi «sensibilidad» para ponerme a pitar en la homilía? Según Pilar Rahola, eso es precisamente lo que tendría que hacer.
La cuestión es que se perdió la oportunidad de demostrar que somos capaces de unirnos para lo importante y que, a mi entender, se hizo rechufla de la memoria de los muertos. Resumiendo, que hay lo que dicen que no hay: miedo; y no hay lo que dicen que hay: unidad. Lo de siempre.
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Como siempre acertadísimo, hoy, mas. Dicen que el miedo guarda la viña, así que si el refranero acierta (como casi siempre) somos unos insensatos proclamando a voz en grito "no tenemos miedo" "ale, chincharos, no os tememos" Yo SÏ tengo miedo, no por mi que ya estoy aquí con permiso del enterrador, sino por.... tu ya me entiendes. Un abrazo, amigo Emilio
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