miércoles, 18 de mayo de 2016

SINCIO

                
              Hace unos días estuve comiendo con una amiga en Renedo, en el restaurante de un amigo. De entre la sabrosa y variada oferta culinaria elegí, como primer plato, una ración de bocartes rebozados. Con el tema de los bocartes pasa como con todo en España, que la gente está dividida en dos mitades: estamos quienes los preferimos rebozados huevo y harina y están a los que les gustan simplemente enharinados. Para evitar esos conflictos, que se dan en todas las casas, mi madre siempre preparaba una bandeja con la mitad de cada estilo y así todos contentos. El caso es que alguna complicación surgió con la comanda, porque al rato me presentaron un plato lleno de bocartes, pero no rebozados con su huevo y todo sino  de esos que se echan a la sartén con un miserable empolvado de harina, también llamados “a la andaluza”. Siendo como soy un firme partidario de la coincidentia oppositorum no era cosa de ponerse a defender a capa y espada mi tendencia rebozadofílica, y mucho menos en el restaurante de un amigo, de modo que me zampé los bocartes que, por cierto, estaban muy frescos y muy ricos. La equivocación, equivoco que dirían algunos, me sugirió además el bonito neologismo “equibocarte”, que pongo a disposición de mis lectores por si se ven alguna vez en parecidas circunstancias.


                Pero yo no quería hablar del bocarte como alimento, sino como muestra y ejemplo de la riqueza del vocabulario de Cantabria. En otros lugares de España al "Engraulis encrasicolus" (que ya le zumba el mango con los nombrecitos que les da por poner a los zoologos) se  le llama boquerón, solo boquerón, anchoa, solo anchoa, y ve tú a saber qué más, pero aquí, en Cantabria,  se llama de las tres formas,que somos así de chulos. Se llama bocarte solo si está frito, boquerón solo si está en vinagre (vade retro) y anchoa si está en filetes y conservado en aceite. Si estáis en Madrid y veis que alguien mira al camarero con desdén cuando le ofrece boquerones fritos, podéis estar seguros que es de Cantabria;  en Andalucía ocurrirá lo mismo con las anchoas en vinagre y en cualquier sitio si a las rabas les llaman calamares fritos o, mucho peor, “a la romana”.

                Nuestra riqueza lingüística traspasa las fronteras. Con frecuencia he observado en las películas de Hollywood que los estadounidenses llaman langosta a la langosta, pero también a lo que en Cantabria llamamos, según la zona, bogavante, abacanto y oyocántaro u oyacántaro. Si pido langosta y me ponen abacanto yo no me quejo, porque las pinzas del bogavante tienen mucha más chicha que rascar, pero esperar un oyocántaro con esa pinzas tan bien rellenas de sabroso músculo y que te traigan una langosta, con esas patas tan esmirriadas y tan dificilísimas de chupar… eso no. Parece mentira que en EEUUAA, que van de listos y de avanzados, se dejen engañar de una manera tan descarada. Por añadidura se lo comen con salsa de mantequilla, que hace falta ser bestias. Seguramente por eso inventaron la “Langosta a la americana”, tan fileteada y embadurnada de salsa que lo mismo puede ser langosta que bogavante que, ya puestos, pescadilla de enroscar.




                Pero el leguaje propio de Cantabria no solo derrocha cantidad, sino también calidad. Lo que en otros lugares menos civilizados llaman guadaña, con las connotaciones tan requetemacabras y apocalípticas que tiene, aquí lo llamamos dalle. Qué diferente ese suave y poético “dalle”, que solo de escucharlo parece que estás oyendo el sisear de la hierba al ser cortada, de la rotunda guadaña cortadora de cabezas. La tétrica horca se dulcifica en Cantabria en un “bieldo” que da gusto decirlo de lo sedoso y ligero que sale de los labios. Y con ellos la cantarina colodra, nuestra versión de la desagradable “cuerna”. Bieldo, dalle y colodra frente a horca, guadaña y cuerna… ¡No hay color!


                Pero los aportes más sublimes de Cantabria al vocabulario universal son, sin duda alguna, “pindio” y “sincio”. Pindio ha conseguido hacerse un hueco en el Diccionario de la RAE, pero con un triste: “1. adj. Cantb. Pino o empinado”, que no refleja ni de lejos el sentido de la palabra. Pindio es una cuesta que te deja sin resuello, una cuesta de cojones, un cuestón del carajo de la vela en resumidas cuentas. Sincio no ha tenido tanta suerte. Parece increíble que nuestros académicos consideren dignos de formar parte del Diccionario palabros tan malsonantes como “palabro”, “friqui”, “almóndiga” y “asín”, nada más y nada menos que “asín”, y deje fuera joyas como “peludín”, “aguachirri”, “albarca”, “grijo”, “milindres”, “manduquita y “sincio”, sobre todo “sincio”.

                Dice la conocida copla que “El “ole” es una palabra que no tiene explicación. El “ole” es como una rosa que sale del corazón”. Bueno, pues algo parecido pasa con el “sincio”. El sincio es una apetencia, un deseo, unas ganas locas, un no sé qué intenso y repentino. El sincio es como los “antojos” que tenían antes las mujeres embarazadas, pero en contundente y total. Es sutil, porque no sabes de donde te viene, y rotundo, porque no tienes más remedio que dejarte llevar por él.    
                      Señores académicos, micaguendiosla, hagan el favor de ser más serios, quiten “almóndiga” y pongan “sincio”. 

1 comentario:

  1. Debe ser que sin el gesto de frotar los dedos (corazón, indice y pulgar) no se entiende, vamos, digo yo. Y digo yo también; qué bien escribes, hijo¡¡¡

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