Hace
unos días estuve comiendo
con una amiga en Renedo, en el restaurante de un amigo. De entre la sabrosa y
variada oferta culinaria elegí, como primer plato, una ración de bocartes
rebozados. Con el tema de los bocartes pasa como con todo en España, que la
gente está dividida en dos mitades: estamos quienes los preferimos rebozados huevo y harina y
están a los que les gustan simplemente enharinados. Para evitar esos conflictos,
que se dan en todas las casas, mi madre siempre preparaba una bandeja con la
mitad de cada estilo y así todos contentos. El caso es que alguna complicación
surgió con la comanda, porque al rato me presentaron un plato lleno de bocartes,
pero no rebozados con su huevo y todo sino de esos que se echan a la sartén con un
miserable empolvado de harina, también llamados “a la andaluza”. Siendo como
soy un firme partidario de la coincidentia oppositorum no era cosa de ponerse a
defender a capa y espada mi tendencia rebozadofílica, y mucho menos en el
restaurante de un amigo, de modo que me zampé los bocartes que, por cierto,
estaban muy frescos y muy ricos. La equivocación, equivoco que dirían algunos,
me sugirió además el bonito neologismo “equibocarte”, que pongo a disposición
de mis lectores por si se ven alguna vez en parecidas circunstancias.
Pero yo no quería hablar del
bocarte como alimento, sino como muestra y ejemplo de la riqueza del
vocabulario de Cantabria. En otros lugares de España al "Engraulis encrasicolus" (que ya le zumba el mango con los nombrecitos que les da por poner a los zoologos) se le llama boquerón, solo
boquerón, anchoa, solo anchoa, y ve tú a saber qué más, pero aquí, en Cantabria, se llama de
las tres formas,que somos así de chulos. Se llama bocarte solo si está frito, boquerón solo si está en
vinagre (vade retro) y anchoa si está en filetes y conservado en aceite. Si estáis en Madrid y veis que alguien mira al camarero con
desdén cuando le ofrece boquerones fritos, podéis estar seguros que es de
Cantabria; en Andalucía ocurrirá lo
mismo con las anchoas en vinagre y en cualquier sitio si a las rabas les llaman
calamares fritos o, mucho peor, “a la romana”.
Nuestra riqueza lingüística traspasa
las fronteras. Con frecuencia he observado en las películas de Hollywood que
los estadounidenses llaman langosta a la langosta, pero también a lo que en
Cantabria llamamos, según la zona, bogavante, abacanto y oyocántaro u
oyacántaro. Si pido langosta y me ponen abacanto yo no me quejo, porque las
pinzas del bogavante tienen mucha más chicha que rascar, pero esperar un
oyocántaro con esa pinzas tan bien rellenas de sabroso músculo y que te traigan
una langosta, con esas patas tan esmirriadas y tan dificilísimas de chupar… eso
no. Parece mentira que en EEUUAA, que van de listos y de avanzados, se dejen
engañar de una manera tan descarada. Por añadidura se lo comen con salsa de
mantequilla, que hace falta ser bestias. Seguramente por eso inventaron la
“Langosta a la americana”, tan fileteada y embadurnada de salsa que lo mismo
puede ser langosta que bogavante que, ya puestos, pescadilla de enroscar.
Pero el leguaje propio de
Cantabria no solo derrocha cantidad, sino también calidad. Lo que en otros
lugares menos civilizados llaman guadaña, con las connotaciones tan
requetemacabras y apocalípticas que tiene, aquí lo llamamos dalle. Qué
diferente ese suave y poético “dalle”, que solo de escucharlo parece que estás
oyendo el sisear de la hierba al ser cortada, de la rotunda guadaña cortadora
de cabezas. La tétrica horca se dulcifica en Cantabria en un “bieldo” que da
gusto decirlo de lo sedoso y ligero que sale de los labios. Y con ellos la
cantarina colodra, nuestra versión de la desagradable “cuerna”. Bieldo, dalle y
colodra frente a horca, guadaña y cuerna… ¡No hay color!
Pero los aportes más sublimes de
Cantabria al vocabulario universal son, sin duda alguna, “pindio” y “sincio”. Pindio ha
conseguido hacerse un hueco en el Diccionario de la RAE, pero con un triste: “1.
adj. Cantb. Pino o empinado”, que no refleja ni de lejos el sentido de la
palabra. Pindio es una cuesta que te deja sin resuello, una cuesta de cojones,
un cuestón del carajo de la vela en resumidas cuentas. Sincio no ha tenido
tanta suerte. Parece increíble que nuestros académicos consideren dignos de
formar parte del Diccionario palabros tan malsonantes como “palabro”, “friqui”,
“almóndiga” y “asín”, nada más y nada menos que “asín”, y deje fuera joyas como
“peludín”, “aguachirri”, “albarca”, “grijo”, “milindres”, “manduquita y “sincio”,
sobre todo “sincio”.
Dice la conocida copla que “El “ole”
es una palabra que no tiene explicación. El “ole” es como una rosa que sale del
corazón”. Bueno, pues algo parecido pasa con el “sincio”. El sincio es una
apetencia, un deseo, unas ganas locas, un no sé qué intenso y repentino. El
sincio es como los “antojos” que tenían antes las mujeres embarazadas, pero en
contundente y total. Es sutil, porque no sabes de donde te viene, y rotundo,
porque no tienes más remedio que dejarte llevar por él.
Señores académicos,
micaguendiosla, hagan el favor de ser más serios, quiten “almóndiga” y pongan
“sincio”.
Debe ser que sin el gesto de frotar los dedos (corazón, indice y pulgar) no se entiende, vamos, digo yo. Y digo yo también; qué bien escribes, hijo¡¡¡
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