Leí el lunes pasado en “El País” una noticia que me puso los pelos de punta. El titular rezaba: “BOGOTÁ PIDE PERDÓN TRAS CULPAR A UNA MUJER DE SU ASESINATO”. Tengo Que confesar que fue lo absurdo del enunciado lo que me llevó a detenerme en la noticia. ¿Una mujer acusada de su propio asesinato? Olfatee algún error de esos de los que se puede sacar un articulito gracioso, pero no, por desgracia no. La crónica de Sally Palomino relataba como Rosa Elvira Cely, una estudiante de Bogotá, consiguió llamar a la policía y decir: “Estoy en el Parque Nacional. Me está violando”. Dos horas después (¡dos horas!) llegó al parque la policía, en donde hallaron el cuerpo sin vida de Rosa Elvira. No es difícil imaginar el terror de Rosa Elvira, ni toda la esperanza que pondría en esa llamada que tantos esfuerzos le costaría hacer y que tan inútil resultó ser. Una mujer consigue avisar de que le está violando y la policía llega dos horas después.
Nada se puede hacer ya para reparar ese dolor, esa humillación, ese miedo, pero sí se encontró una forma de acrecentarlos. La familia de Rosa Elvira Cely presentó una denuncia por negligencia contra la Alcaldía de Bogotá, que argumentó en su defensa justamente lo que dice ese extravagante titular, acusando a la víctima de su asesinato. Según la funcionaria encargada de la defensa, la tragedia fue “culpa exclusiva de la víctima” porque “Puso en riesgo su integridad y vida, hasta el punto de que Javier Velasco le cercenó su existencia. Si Rosa Elvira Cely no hubiera salido con los dos compañeros de estudios después de terminar sus clases en las horas de la noche, hoy no estaríamos lamentando su muerte.” Vamos, que se lo mereció, por puta. Es aquel viejo “luego se quejaran si las violan” que se soltaba en España, entre carcajadas y rechuflas de macho, cuando pasaba una chica en minifalda. Posteriormente, eso sí, la Alcaldía pidió disculpas.
Uno siente la tentación de pensar que eso sería impensable en Europa, que eso pasa en Colombia pero no aquí. Aquí, en Europa, la policía y la sociedad están concienciadas del problema; un caso como el de Rosa Elvira Cely supondría un escándalo mayúsculo y demás. Pero resulta que es aquí mismito en donde día sí, día no, una mujer muere asesinada por su pareja o su expareja, en un rosario de violencia que nos escandaliza, pero solo a medias porque, al fin y al cabo, a todo acaba uno acostumbrándose. Y fue aquí, en Europa, en donde no hace tantos años la violación de mujeres era una estrategia más de la guerra de los Balcanes.
Sepultadas bajo el peso de cultura tradicional las mujeres son tratadas como personas de segunda clase en una espeluznante cantidad de países del mundo. No pueden votar, no pueden conducir, no pueden salir solas, no pueden, no pueden, no pueden… En la India muchas mujeres son valoradas en función de la dote que aportan al matrimonio. Estamos hartos de ver reportajes sobre aquellas cuyas familias no han podido cumplir con la dote prometida, arrojadas a la calle como trastos inútiles por la familia de su marido, convertidas de por vida en parias sociales, en apestadas. La política del “hijo único” ha causado en China el asesinato de miles de niñas recién nacidas porque si solo se puede tener un hijo, que sea uno de clase A, es decir varón. En todo el mundo se las compra y se las vende como objetos sexuales. En los países pobres las mujeres soportan el doble peso de la miseria, compartido con los hombres, y el de su sexo, que las convierte muchas veces en víctimas de las víctimas.
Pero no hay que ir tan lejos para verlo. Durante algún tiempo tuve como vecinos a una familia marroquí. Casi todas las mañanas coincidía en el portal con la madre, una mujeruca menuda tapada de la cabeza a los pies con chilabas y pañuelos. Saludaba siempre con una sonrisa tímida, pero de esas que iluminan toda la cara. Siempre, excepto cuando estaba con su marido. Aún ahora que se han mudado, nos saludamos por la calle siempre que va sola, porque cuando va con su marido, detrás de su marido, lleva siempre la cabeza baja. A los hombres marroquíes que viven en Renedo puedes verlos, vestidos a la occidental, en los bares, en el supermercado, tomando café en una terraza, en cualquier sitio; a las mujeres solo las ves, forradas de túnicas de la cabeza a los pies, cuando van a la escuela a recoger a sus hijos. Cosas culturales.
Tampoco nosotros estamos libres de esas discriminaciones culturales. Seguimos considerando normal marcar a las niñas recién nacidas insertando pendientes en sus orejitas. Solo a las niñas. Estoy harto de hablar con padres y madres que se quejan de los madrugones que tienen que darse los sábados para llevar a sus hijos a jugar al futbol o al baloncesto. No me encontrado a ninguno que madrugue para llevar a su hija; y si hubiese alguna, sonreiríamos y diríamos “que graciosa la niña” El deporte de competición es más de niños.
Hace un par de días hemos podido leer en el muro de Paula Lisaso una historia de terror ocurrida en el colegio de su hijo. Se trata de una niña que, muy afectada por el alcohol, fue grabada por una amiga diciendo: “me gusta chupar pollas gordas”. Víctima del alcohol y de esas nuevas tecnologías que han pulverizado el concepto de intimidad, la chica se encontró con que la grabación fue subida por su “amiga” a uno de esos famosos grupos de whatsapp que están tan de moda, añadiendo el número de teléfono de la pobre cría. A partir de ese momento la vida se le ha convertido en una tortura de llamadas obscenas, insultos, desprecios y humillaciones. A nadie se le ha ocurrido criticar a la “amiga” que subió el vídeo, ni a los asquerosos que la llamaron; todas las críticas se las lleva ella, por cerda. Reflexionaba Paula, con mucha razón, que si el vídeo hubiese sido de un chico diciendo:”me gusta lamer coños” todo el mundo lo hubiese considerado natural, gracioso. Cuando leemos la historia trágica de Rosa Elvira Cely nuestro estúpido engreimiento de europeos nos hace decir: “bueno, esto no es Colombia”, pero justo al lado nuestro se está violando y asesinando el alma de una niña y no pasa nada. ¿Cosas culturales?
Yo tengo la suerte de que las mujeres que conozco, la mayoría de ellas al menos, son activas luchadoras contra la discriminación machista. Sin llegar a ese feminismo radical, si es que es verdadero feminismo, que considera al hombre un enemigo, todas ellas son muy conscientes del problema. Una de las cuestiones en las que insisten mucho es la del lenguaje. Ese plural en masculino que según la Academia incluye a hombres y mujeres les lleva por la calle de la amargura. Reconozco que yo nunca me lo he tomado muy en serio. A mi pobre hermana Carmen, que es una luchadora muy fiera, estoy siempre gastándole bromas del tipo de “tenedor y tenedora”, “dentista y dentisto” y cosas así. A la vista de la que está cayendo, reconozco que lo he reflexionado poco. Cuidar el vocabulario, o reformarlo si es necesario, no es ni mucho menos lo único que se debería hacer, pero es importante porque al fin y al cabo nuestros pensamientos se formulan en palabras. Sin llegar a la caricatura del “jóvenes y jóvenas” quizás convendría hacer una revisión seria del lenguaje, de ese plural, por ejemplo, que perpetúa aquello de ver a la mujer como “la costilla de Adán”.
Si siempre estás bien, hoy te has superado. Enhorabuena o enhorabueno?
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