lunes, 14 de marzo de 2016

RELIGION CIVIL



Ayer me fui a tomar el aperitivo al Bourbon, con mis hermanos. Mi familia y yo siempre vamos al Bourbon un ratito, “a tomar un par de cervezas y a casa”, pero luego siempre resulta que de tres o cuatro horas no baja la cosa. Que si unas rabas, que si unas croquetas, que si habrá que pedir otra ronda… la cosa se va alargando y siempre termina en un “bueno, ya, total, le decimos a Juan que nos saque algo y comemos” (o “cenamos”, según la hora). Como Juan tiene la habilidad de hacerte sentir en su casa como en la tuya, y como con mis hermanos se lo pasa uno bien, la cosa no tiene mayor importancia. Tanto tiempo da para muchos temas de conversación, como fácilmente se podrá comprender. Tenemos todos caracteres tan interesantes e inquietudes tan diversas que bien podríamos llenar las horas hablando de nosotros mismos, pero como también somos generosos, dedicamos parte del tiempo a hablar de asuntos de interés general. En esas estábamos precisamente ayer cuando me llegó la noticia de que el Ayuntamiento de Piélagos va a ser el primero de Cantabria en establecer los llamados “bautismos civiles”.


Resulta que el concejal de Izquierda Unida propuso, y la Corporación aceptó, la reglamentación de una ceremonia de acogida a la sociedad civil para los hijos de las familias que podríamos llamar “no confesionales”. Debe ser que se aprecia agravio comparativo en el hecho de que las familias católicas bauticen a sus hijos y aprovechen para organizar una cuchipandi de tomo y lomo, mientras que las no confesionales tienen que hacerse cargo de sus hijos así, a palo seco. Reconozco que ayer me lancé como un poseso a carcajearme del asunto, al que de manera muy precipitada, ahora lo veo, califiqué de memez sin paliativos. Por suerte tengo la costumbre de reflexionar las cosas, sobre todo cuando no tomo cerveza, lo que me ha permitido ver la indudable justicia de la medida. Ahora solo hace falta que la corporación municipal ponga en la organización y reglamentación de esos bautizos la dedicación que se merecen. Yo propondría que los padrinos y madrinas civiles recitasen la Constitución a turnos, al tiempo que los padres sostienen sobre la cabeza del rorro, acostado dentro de una urna electoral, sendos ejemplares del Código Civil. Los invitados, mientras tanto, podrían silbar a coro el Himno Nacional, o el de Riego si se le quiere dar a la civilización del nene un tono más revolucionario, que podría ser. Habrá que diseñar para el alcalde o el concejal que oficie la ceremonia un traje de sacerdote civil que dé a la ceremonia la debida solemnidad y buscar la manera de hacerse con un monaguillo civil, que siempre adornan mucho. Y luego ya pueden irse todos de jolgorio al restaurante que es, en resumidas cuentas, de lo que se trata.Es evidente que todas estas novedades generaran ese gasto que tan ansiosamente necesita la economía nacionalpara reactivarse.Ciertamente reconforta, en estos tiempos tan duros, comprobar que nuestro representantes tienen tan clara su escala de prioridades.



Lo único que yo reprocharía al Sr. concejal que ha presentado la propuesta es una cierta falta de visión general y a largo plazo. ¿Por qué quedarse en el bautizo? Ya lanzados al apasionante mundo de civilizar ceremonias yo hubiese sugerido la Primera Comunión civil, que ahí si que se organizan fiestorros por todo lo alto, y ¿por qué no? la Confirmación civil. Quizás el concejal es tímido y no se ha atrevido a presentar el gran Plan General de Civilizaciones que es a todas luces tan necesario y cuya falta, dicho sea de paso, tan escandalizada tiene a la sociedad.



Claro está que si se concede por fin a los ciudadanos no confesionales la posibilidad de civilizar las ceremonias religiosa, es justo que los sí confesionales pidan a su vez que se religionicen las ceremonias civiles. Habrá que establecer graduaciones religiosas, matrimonios civiles religiosos, sesiones de investidura religiosas; al lado del Cuartel de la Guardia Civil habrá que poner otro de la Guardia Religiosa… yo que sé, si ya no entiendo nada. Lo mejor es hacer lo de los monos: no ver nada, no ir nada, no decir nada.



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