domingo, 27 de marzo de 2016

TEANNER CON NIÑOS


Ayer mi cuñado Félix nos invitó a un teanner en su casa. La convocatoria era a una merienda a las cinco y media, pero las meriendas en casa de mi cuñado, y en las de todos mis hermanos en general, son tan copiosas, duran tanto y están tan bien regados de alcoholes varios, que me he visto en la necesidad de inventar un neologismo para describirlas con propiedad. Se me ocurrió llamarlas “teanner” (tea time and dinner), porque si a los americanos se les pone en las narices inventarse el brunch, porque les viene bien, por qué no vamos a inventar los españoles un palabro nuevo que se adapte más a nuestras aficiones y costumbres. Ya tenía escrito casi un párrafo completo con el teanner en ristre, cuando me atacó el orgullo hispánico y me dije que a qué fin llamarlo a la inglesa, pudiéndolo llamar a la española. Los angloparlantes se inventan una palabra nueva cada diez minutos, y esa es la gran ventaja del inglés sobre el español. Aquí tenemos que esperar a que la Real Academia de la Lengua de su visto bueno, pero está tan ocupada en permitir que se puedan decir mal las palabras antiguas, que no tiene tiempo para ver la conveniencia de crear otras nuevas. Así me he visto en el triste trance de tener que soportar que el diccionario de la RAE contenga el vulgarísimo “almóndiga”, y “cocreta” dentro de nada”, y no contemple “mercena”, combinado de merienda y cena, con lo evidentísimamente necesario que es. En este país mío se considera de buen tono democrático oficializar lo vulgar, pero no lo nuevo.

Estaba casi decidido a incorporar “mercena” a mi vocabulario, y a hacer campaña para conseguir su difusión y asentamiento, cuando su sonoridad me hizo reflexionar un poco más sobre el asunto. Hay que admitir que “mercena” no suena muy elegante. Ser invitado a una “mercena” supondría ser invitado a "mercenar", infinitivo de tan evidente homofonía con mercenario que sugiere más una actividad política que gastronómica. Tú le dices a un amigo “te invito a mercenar” y lo mismo se cree que le estas proponiendo que se afilie al PP de Valencia, o similar. Intenté probar otras variantes. Podría ser “Cenamer”, y su subsecuente “cenamerar”, pero resulta que me ha dicho Google que existe un cierto “Cenamer Control” en Tegucigalpa, que tiene que ver con la Corporación Centroamericana de Servicios de Navegación Aérea, sea eso lo que sea. Se da la circunstancia de que uno de mis cuñados está felizmente retirado de su trabajo de ingeniero aeronáutico, por lo que invitarle a un “Cenamer” podría suponerle un innecesario sobresalto. “Mericena” tiene el inconveniente de parecerse mucho a Maizena y no sería muy agradable pasarse el día en la cocina para que al final la gente no vaya, pensando que les has preparado una triste y vulgar papilla. Creo, además, que en spanglish resultaría demasiado categórico: “Mary, cena” recuerda demasiado al famoso “Andreíta, cómete el pollo” que inmortalizó la gran Belén Esteban.

Todas estas prolijas explicaciones las doy para que no se piense que al final me haya decidido por el neobarbarismo “teanner” así, sin más ni más, sin tener en consideración todas las opciones posibles en nuestra lengua materna y paterna. Recurrir al clásico “merienda-cena” de toda la vida no me parece una alternativa viable, porque va contra la tendencia moderna a reducir el lenguaje a su mínima expresión y no quiero que mi amiga Almudena me acuse de ser un carcamal antediluviano.

Reconozco humildemente que esta primera incursión mía en el apasionante mundo de los neologismos en español no ha sido un éxito. Lo reconozco porque no me queda más remedio y lo hago humildemente por estar un poco a tono con la Semana Santa, a cuyas procesiones y misterios reconozco no haber hecho demasiado caso. Pero tampoco tuvo éxito el primer ser marino que, allá en las remotas antigüedades prehistóricas, asomó el hocico fuera del agua. Fue la perseverancia, suya y de sus congéneres, la que consiguió conquistar esta superficie planetaria que tan alegremente nos estamos cargando ahora. Por eso os exhorto, queridos hermanos en Cristo y demás divinidades y ateísmos, para que os lancéis con frenesí a la tarea de crear nuevas palabras españolas adaptadas a nuestros nuevos usos y costumbres, hasta que consigamos, gracias al esfuerzo de todos, arrebatar al pérfido albionés su hasta ahora incuestionable supremacía.


Pero en realidad yo quería hablar de la propia mismidad del teanner de Félix en sí mismo. De las viandas solo diré que eran apetitosas y abundantes, y que incluían un guacamole fenomenal del que mi sobrina Verónica no ha querido soltar ni a tiros el ingrediente secreto. De lo demás, que Mara Superstar fue la protagonista indiscutible. Mara es la más pequeña de mis sobrino nietos y nos tiene a todos trastornados. El segundo puesto en el top-ten se lo llevaron sus primos Manuela, Luis y Lara. Resulta que Manuela, Luis y Lara son niños felices, y guapísimos dicho sea de paso, que juegan y alborotan como es normal a su edad pero que, extravagancia máxima, obedecen a sus padres y saben que aunque sean los reyes de la casa, los adultos tenemos nuestro sitio y ellos el suyo. Son, lo digo sin acritud pero lo digo, niños bien educados. Habrá quien piense que estoy presumiendo incontrolablemente de sobrinos-nietos (¿”sobrietos”?), pero nada más lejos de mi intención. Mi propósito al decirlo es informar a los padres modernos que se pueden tener hijos felices que además hacen lo que deben cuando toca; que educar a los niños en libertad no consiste en dejar que se pasen todo el santo día brincando como monos y gritando como cacatúas enloquecidas; que no vale decir “es que son niños” cuando lo que en realidad ocurre es que a ellos les da pereza ejercer de padres. Así mismito lo digo, sin anestesia ni nada.
En resumidas cuentas, que el teanner de Félix resultó un éxito.


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