viernes, 11 de marzo de 2016

ALARMA





No he visto cosa más molesta que esos dispositivos que suenan cuando entras en una tienda, para avisar del que un cliente ha llegado. “El que tenga tienda, que la atienda” se decía antiguamente, pero en estos tiempos de explotación laboral es casi siempre la misma persona la tiene que atender el mostrador, el almacén y lo que haga falta; en consecuencia se ha sustituido al chico del mostrador de toda la vida por una alarma. Renedo, siempre al último grito de la moda, tiene, que yo sepa, dos establecimientos provistos de esos diabólicos artilugios. Curiosamente los dos son panaderías, que lo digo porque pudiera ser que el gremio de panaderos e industrias afines recomendase a sus asociados la instalación de esos repelentes avisadores, por alguna maligna razón que se me escapa. También tienen en común el hecho de ser unas tiendecitas minúsculas, de esas en las que no caben más de dos o tres personas juntas, lo que hace de esas alarmas algo innecesario a mi modo de ver, porque con un “hola” dicho en voz baja se te oye más que de sobra. Decía Nancy Mitford que el cambio de las ineficaces chimeneas a la bendita calefacción central, en las grandes casas de campo inglesas, era el signo más evidente del paso de la cultura del lujo a la del confort. Pues bien, en ese sentido esas alarmas son de un lujo absolutamente versallesco: se notan mucho, causan graves molestias y no sirven para nada.


Cada establecimiento ha elegido un estilo distinto para sus ¿alarmas de cliente a la vista? Una de ellas tiene un sonido que me recuerda mucho a las de los submarinos, de los submarinos que se veían en las películas antiguas quiero decir, pero en más corto y conciso. Suena una vez cuando entras y dos cuando sales. Si que suene al entrar me parece una memez, que suene al salir lo ya veo un tocar los cojones por tocarlos, coño, que te está viendo marchar la panadera. El caso es que vas tan tranquilo a comprar tu gallofa y sales de allí, después escuchar tres veces el alarmante bruuuhuhuuuu, con ganas de gritar “inmersión, inmersión” y salir pitando para que no te caigan encima dos o tres cargas de profundidad. La otra ha elegido una melodía que yo llamaría “sones celestiales del Todo a Cien”. Es como un repiquetear de campanas angélicas, pero de lata. Vamos, que es al sonido de campanas lo que José Luis Cobos a la música clásica. En este caso la tienda es tan pequeña que a poco que te muevas interfieres con la célula fotoeléctrica, o lo que coños sea que haga saltar la alarma. Están además las señoras y señores que no terminan nunca de marcharse, que salen y se acuerdan de no sé qué y vuelven a entrar, o que se quedan en la puerta a dar palique. Y mientras tanto el puñetero campanilleo dale que dale, sonando sin parar, destrozándote los tímpanos y, ya de paso, el sistema nervioso central.


Ya sé que soy un cascarrabias y un chapado a la antigua, que siempre estoy diciendo que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero el caso es que el progreso casi siempre avanza por donde menos nos conviene a los ciudadanos normales y corrientes. Cualquier tiempo pasado fue mejor y peor, según como se mire, ya lo sé; pero si ya era algo molesta aquella campanilla que sonaba al chocar contra ella la puerta ¿Por qué “mejorarla” con esos enloquecedores sonsonetes automáticos? ¿No sería más avanzado contratar dos personas, en lugar de una?


El ser humano, que es muy perspicaz y muy ladino, siempre tiende a utilizar el “lado B” de los avances. Primero nos seducen por la parte de la comodidad, que a todos nos tienta, y luego “zas”, sartenazo en la cabeza. La modernidad de los cajeros automáticos nos pareció el colmo de la maravillas, hasta que los banqueros empezaron a echar gente, gente conocida, gente amiga, y a poner carteles de “reintegros de menos de 200 euros solo en el cajero”; la tiranía y el asalto a la intimidad que han supuesto los teléfonos móviles es tan evidente que no merece la pena comentarlo… y así con todo. Nos convencen de que lo moderno es mucho más mejor, con perdón de la expresión, y a continuación, por la noche, tiran a la basura todo lo bueno que había en lo antiguo. Sabemos de sobra que ahora las cosas se hacen para no durar, pero en lugar de indignarnos estamos babeando por comprar el modelo nuevo de lo que sea.

Bueno, que me ponen enfermo esas alarmas.

2 comentarios:

  1. Esas alarmas son un asquito y el ejemplo de Luis Cobos, que por cierto me ha encantado, es perfecto. Empezamos hace años cuando sustituímos el sonido naturas de las campanas de las iglesias por esos repiques metálicos y sin eco y ya no hay quien nos pare.

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  2. Mi amigo Emilio, está hoy muy "quisquilloso" o me lo parece. En cambio muy "moderno" con su "mas mejor amigo" y yo, muy estúpida con tantas" " " Mejor sigo leyendo "la Mennulara" (otra vez las coñ. comillas) recomendación de Regino Mateo Pardo y que me encanta. Saludos, amigo y perdón por entrometida

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