miércoles, 20 de enero de 2016

PALEODIETA

Hallábame ayer tranquilamente sentado en una terraza, aprovechando el precioso y escaso sol de invierno, como un lagarto. Reflexionaba sobre ese asunto de Carolina Bescansa y su niña en el Congreso que tanto está dando que hablar. Yo, así de primeras, soy bastante ultramontano y contrario a todo lo que me huela a modernidades de salón, pero intento escuchar lo que me dicen siempre y cuando sea inteligente; y se me ha dicho mucho últimamente que el gesto de la congresista Bescansa no pasa de ser una anécdota, que de lo que hay que hablar es de los graves problemas que tiene España y no de si una diputada lleva a su hija al Congreso. Se ha repetido tanto ese argumento que está corriendo grave riesgo de convertirse en un lugar común, cosa que también detesto; pero no dejo de reconocer que puede haber verdad en ello. Lo malo ha sido que cuando ya estaba casi convencido del asunto, me encuentro con que precisamente de las mismas filas que han enronquecido repitiéndolo, se me dice ahora que no, que no ha sido una cosa menor, que Carolina Bescansa y su hijita han sido las Agustinas de Aragón del cambio, las Emmelinas Pankhurst de la lucha contra el androcentrismo. Cuando estaba yo a punto de convencerme de que lo de la madre y la niña no tenía la importancia que yo le daba y que no era más que una anécdota , resulta que van y me dicen que no, que de anécdota nada y que estamos casi, casi, ante un hecho de trascendencia histórica. Se comprenderá que esté algo confundido.


De esas (¿inútiles?) reflexiones vino a sacarme un grupo de alegres ciclistas que, de vuelta de su excursión, habían decidido reponer con unas cañas y una ración de rabas las toxinas que pudiesen haber perdido por casualidad pedaleando. De entre toda su alegre cháchara llegó a mis oídos una palabra que despertó todas mis alertas: paleodieta. Ya más atento a la conversación me enteré de que estaban criticando a un compañero suyo, evidentemente ausente en ese momento, quien al parecer se ha hecho seguidor de la susodicha paleodieta. Uno de los ciclistas, claramente el más enterado del grupo, explicó entre rechiflas y carcajadas que la paleodieta consiste en comer solo lo que comían nuestros sufridos antepasados del Paleolítico. La novedad me ha dejado absolutamente estupefacto, porque no tenía yo ni idea que la fobia a la nouvelle cuisine, que comparto, pudiese ser llevada a semejantes extremos prehistóricos. Una cosa es preferir el cocido montañés a la “ninfa de algodón, mozarella casera con albahaca, tempura de salicomia al azafrán con emulsión de ostra y ostra con emulsión de jamón y su perla”, y otra muy distinta lanzarse en brazos de lo que podríamos llamar “carnivorismo antediluviano”.


Yo de pequeño pensaba que en la prehistoria se comían dinosaurios, porque lo vi en una película de Raquel Welch que se llamaba “Hace un millón de años”. Que yo recuerde la película consistía fundamentalmente en que a Raquel, muy picaronamente “vestida” con unos diminutos colgajos de cuero, se la querían zampar cada dos por tres uno bichos horrorosos de cartón-piedra, que no es que fuesen exactamente dinosaurios, pero que desde luego lo pretendían. Por suerte he sabido después que no, que para cuando nosotros empezamos a trastear por el planeta los dinosaurios estaban ya más muertos que Carracuca. Eso nos asegura la ciencia sin el más mínimo género de duda, al menos por el momento. El caso es que para nuestro ciclista es una suerte, porque no hay supermercado en el que quepa un dinosaurio bien refrigerado. De haber tenido la razón Raquel Welch y yo, ese pobre hombre se hubiese visto obligado a correr al menos una vez por semana detrás de, pongamos por caso, un apetitoso lufengosaurus para la cena, con el gravísimo riesgo de terminar corriendo delante de un tiranosaurio que hubiese tenido la misma idea.


Mamuts sí que comían, eso la ciencia lo sabe fijo de momento, pero conseguir unos buenos filetes de mamut tiene que ser dificilísimo a más no poder. Yo al menos no los he visto ni en la ofertas del DIA, ni en el “Delicatessen” del Corte Inglés, que son las grandes referencias gastronómicas españolas, la primera para los que no creemos a Rajoy cuando dice que estamos saliendo de la crisis y la segunda para los que sí. Sé que en Siberia han aparecido ejemplares de mamut enteritos sepultados en el hielo, pero es de suponer que por muy bien que se haya respetado la cadena de frío, esos mamuts estarán pasadísimos de fecha, máxime cuando los han sacado del hielo para llevarlos a un museo. En el mejor de los casos, si la carne fuese aún comestible, no dejaría de ser una pesadez tener que irse a Siberia a hacer la compra, con lo carísimo que dicen que está todo en Rusia. Y luego está lo mirados que son los rusos para sus cosas, que cualquier chisme que entre en sus museos no sale de allí ni aunque arda Troya. Díselo a los alemanes, que llevan setenta años pidiendo que les devuelvan, precisamente, los tesoros que encontró Schlieman en Troya, y lo que les queda. No, mamut tampoco podría comer ese chiquillo.


Cuando no sabía yo si preocuparme más por la neopolítica o por la pelodieta, el más enterado de los ciclistas aclaró que los hombres paleolíticos, así en general, comían carne, porque la cazaban, y fruta, porque la encontraban, que eso se sabe fijo fijísimo gracias a la ciencia, por lo menos hasta que se encuentre algo que lo desmienta definitivamente, pero de manera provisional. La paleodieta consistiría en esencia en no comer nada que esté cultivado, lo que deja fuera las legumbres, los cereales, las hortalizas y todas esas cosas. No es por desilusionar a los paleodietólogos, pero eso de no comer casi nada más que carne no es ninguna novedad, porque lleva años haciéndolo Homer Simpson sin darse tantos aires.


A la aclaración del enterado le siguieron unos cuantos ingeniosos comentarios de sus compañeros, quienes señalaron, con muchísima razón, que en el paleolítico no había bares, que tampoco lavadoras ni televisiones y que, dijo el más agudo de ellos con entonación de triunfo, tampoco había bicicletas, señalando así con contundencia lo esencialmente incongruente de ese intento de mezclar el ciclismo con el paleoliticismo. Con ese fino humor venían a decir que si el paleodietero quisiese ser consecuente con su dieta, debería vivir en una cueva, vestir con pieles, comer la carne a la brasa sin aceite ni nada y ser, en definitiva, un paleociclista como es debido. Es lo que tiene España, que no tenemos piedad con las falta de coherencia de las personas que no nos afectan y miramos para otro lado con las de quienes nos gobiernan.


No creo que sea necesario decir que la paleodieta me parece una memez como una casa. Es una forma más de ese “volver a lo primigenio” que se pone siempre de moda en las civilizaciones en decadencia. Pero tampoco descarto que alguien me argumente las excelencias de la ¿neopaleofilia? con argumentos sólidos y dignos de atención. Felizmente yo ya no me creo nada.

2 comentarios:

  1. Pues mira, yo conozco a una persona que se ha apuntado a eso de la paleodieta y me lo estoy empezando a pensar. No por lo que come ¡eh! (eso me tira un poco p'atrás, que renunciar al cocido montañés no está en mis planes) pero es que tenías que ver la de litros de cerveza y gin tonics que, al parecer, bebían los del paleolítico. Como esponjas, oiga.

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  2. Lo siento Emilio, hoy me he quedao "in albis" ignorantona que es una. Y mira que me gustan tus "refexiones" Haber la próxima

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