jueves, 19 de abril de 2018

LETIZIA VS SOFÍA

              La pobre reina Letizia no gana para disgustos. Por si fuera poco la retransmisión en vivo de la escandalera que le organizó a su suegra en la catedral de Palma de Mallorca, ahora va y se le desata el vestido en una cena de gala en el Palacio Real. Letizia está que trina ¿Qué le pasa a Letizia?


En una de sus últimas entrevistas decía la reina Victoria Eugenia  que sentía lástima por sus nietos, porque sería gobernados «por los hijos de sus taxistas». Mira tú por donde la frase fue no solo de un snobismo rampante, sino también absolutamente profética. Hace unos días hemos podido ver en la catedral de Palma de Mallorca como la nieta de un taxista le cantaba las cuarenta a una descendiente de reyes y emperadores. Hay que ser muy Schleswig-Holstein, muy Romanov y muy Hohenzollern para aguantarse las ganas de contestar con una fresca a esa nuera puesta en jarras y en garras; hay que tener una cabeza muy hecha a llevar la corona para ganar el combate sin dar un golpe. Lo que le pasa a Doña Letizia es que es muy contemporánea y muy cartesiana y eso casa mal con la tradición y la magia de la monarquía. Pretender que ser una buena reina se limita a hacer el trabajo de forma impecable es tan absurdo como creer que para hacer buena música es suficiente con seguir la partitura: es correcto, pero no emociona. Y por eso ha salido derrotada de la Batalla de la Catedral de Palma. Lo más llamativo del suceso es que el democrático e igualitario pueblo español se ha alineado en masa del lado de la hija del rey de Grecia, bisnieta del Kaiser y tataranieta del zar, y en contra de la  nieta de taxista. Yo creo que lo ha hecho porque el pueblo intuye que Letizia es una reina un poco de  plexiglass, que lo es solamente a ratos y eso ni es ser reina ni es nada.


La reina Letizia no es simpática, las cosas como son. Nunca simpatizamos mucho con la perfección y mucho menos con el intento frenético de conseguirla a toda costa. Se le ha metido en la cabeza que tiene que ser la reina perfecta, la mejor vestida y enjoyada, la de más estilo, la más profesional, la que todo lo hace bien, la mejor madre (o al menos la madre más eficiente) . Sabe que no se le perdona el ser plebeya, que siempre pende sobre su cabeza la espada de Damocles del « ¿que se habrá creído esta? » y para solucionarlo ha tomado el peor camino posible: ser impecable. ¿Quien quiere reinas impecables? ¿Que gracia tiene una reina como la Nancy Princesa?

Al hablar de Doña Sofía se cita muy a menudo ese «es una gran profesional» con  que la calificó hace tiempo el rey Juan Carlos. Sin embargo ella, en las entrevistas que se le han hecho, siempre se ha referido a «su trabajo» . Trabajo y profesión son cosas muy distintas. El trabajo es lo que se tiene que hacer, mientras que la profesión es lo que se quiere hacer. Ambos coinciden algunas veces, pero no siempre. Por decirlo de otro modo el trabajo es natural, mientras que la profesión es artificial. Y esa es la gran diferencia entre las dos reinas, lo que hizo que la reina Sofía ganase sin esfuerzo el round de Mallorca. La profesionalidad estricta de Doña Letizia ha conseguido que no tenga ni la más remota idea de lo que es, de lo que se espera de ella y del sitio en el que está. No le entra en la cabeza que ser reina consorte es una condición, no una profesión.



Las aventuras de Don Juan Carlos le dejaron a Don Felipe una monarquía bastante destartalada, las cosas como son. Hay que reconocer el gran esfuerzo que el rey Felipe y la reina Letizia han hecho por desvincular a la corona de los trejemanejes finacienros, las cacerías de elefantes, las actrices del destape y las pseudo princesas zu Sayn-Wittgenstein, construyendo ese famoso cortafuegos entre el rey actual y el emérito. Lo malo es que Letizia  ha llevado las cosas al extremo  y ha pretendido crear la monarquía ex novo,  sin darse cuenta de que la institución no puede ser sin lo que ha sido. Guardar la tradición en el cuarto de los trastos del Palacio de la Zarzuela es dar el primer paso hacia la puerta de salida. 

Muchos tronos de Europa están ocupados por reinas consortes de origen plebeyo, y el resto lo estará pronto. ¿Por qué fracasa Doña Letizia si triunfan Máxima de Holanda  o Mette-Marit de Noruega? ¿Porque no deja que las niñas se hagan una foto con su abuela? No, lo que ocurre es Maxima y Mette-Marit   han comprendido ese «esprit de corps» que es el cemento de la realeza, ese mismo cemento del que Letizia huye como de la peste. Huye de los Borbón, detesta  a los Grecia,  no se ajunta con los Dinamarca... Le vence la soberbia de pretender que ella solita con el rey Felipe al lado (al menos de momento) es más lista y sabe mejor que nadie como hay que trajinar el trono, arrejuntando a duras penas a Lady Di con la Señorita Rottenmeier. 

Ser impopular nunca ha sido un grave inconveniente para las reinas consortes de España. A la reina Victoria Eugenia le llamaban «La bella estatua indiferente» por su estirada forma de hacer las cosas a la inglesa y el snobismo propio de los Battemberg, que siempre querían parecer más príncipes que nadie. Victoria Eugenia era nieta de una condesa polaca del tres al cuarto, lo que para los estándares de la realeza de 1900 venía a ser como ahora ser nieta de un taxista, pero eso no le supuso ningún problema. Tampoco simpatizaba mucho con su suegra y antecesora la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, tan fría, tiesa y estirada que se ganó el mote de «Doña Virtudes». Pero sabía que  tenía que aguantarla y la aguantaba porque las dos remaban en el mismo barco. Letizia ha decidido que ella navega sola y en lancha motora.


La apoteosis de ese hacer las cosas tan particular  que tiene la reina Letizia, esa  especie de esquizofrenia de ser a ratos reina y a ratos ciudadana, ha sido su metamorfosis en  hidra de siete cabezas escupiendo en tres o cuatro segundos a la cara de su suegra todo el fuego de su profesionalidad concentrada,  mandando al garete tantos años de perfección exquisita. Lo hace en el peor sitio, en las peores circunstancias y por el motivo (aparente) que más impopularidad le podía dar: evitar que una abuela se hiciese una foto con sus nietas. Soy de los que opinan de Doña Sofía es un poco de meterse en donde no le llaman al estilo de su madre la reina Federica de Grecia, que de tanto mangonear contribuyo como la que más a que los griegos le quitasen a su hijo Constantino el trono de debajo. Es creíble que la reina Letizia esté hasta el mismísimo coño regio de que su suegra le de la matraca, pero hay que ser muy poco reina para tratarla en público como si se hubiese querido colar en la caja del super.

Indudablemente  debe ser un tostón de tomo y lomo aguantar a los Borbón, a los Grecia y a los Dinamarca, tan atiborrados todos ellos de sangres imperiales y reales, tan revestidos siempre de joyas de familia, costumbres de familia, tradiciones de familia... Seguramente serán un aburrimiento mortal esos saraos palaciegos con sus esplendores de plata y sus salones de oro, aguantando al lado al príncipe más idiota de Luxemburgo o la princesa más tostona del Reino Unido, pero son gajes del oficio. Supongo que Doña Sofía, tan llana y simpática,  tendrá un sentimiento aristocrático de las cosas y un mirar desde arriba (pero dando la impresión de que lo hace de frente) que hará que su trato íntimo sea bastante menos atractivo para nosostros, pueblo llano, que el de Doña Letizia. Pero esa extraordinaria habilidad que tiene la reina actual para comportarse siempre del modo que más le perjudica, ha convertido a la mayestática Sofía en una pobre abuelita a la que no dejan estar con sus nietas.¿Se puede ser más torpe?


A estas alturas cabe preguntarse si la reina Letizia es o no monárquica, o si se da cuenta de lo que  significa serlo. Ha mezclado lo peor de «la bella estatua indiferente» y de «Doña virtudes» y le ha salido lo que le ha salido: Doña Perfecta, la repelenta reina Vicenta. Ayyy Manolete, si no sabes torear ¿Pa qué te metes?










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