El tren con destino Santander que tiene su llegada a la estación de Renedo a las 11.06, llega siempre con un retraso de 9 minutos. Esto ha venido siendo un hecho tan imperturbable y firme como la Gran Pirámide. La razón de este sistemático retraso es una incógnita que escapa a mi capacidad de compresión. Hay mil razones, o por lo menos quinientas, para que un tren llegue con retraso alguna que otra vez a la estación de Renedo (o a cualquier otra, para que no se me tache de localista). Las que con más frecuencia son esgrimidas por los responsables de RENFE ( o de ADIF o como diablos se llame ahora) son las circunstancias climatológicas y esa intrigante y misteriosa catenaria cuya principal función en este mundo parece ser la de descacharrarse en los momentos más inoportunos. Vale, muy bien. No se puede luchar contra la naturaleza (mucho menos contra la catenaria) y hay que admitir como inevitables los inconvenientes que nos causa, que en nuestro caso son esos molestos retrasos.
Ahora bien, cuando el retraso es sistemático, cuando día tras día el tren de la 11.06 llega con nueve minutos de retraso llueva, truene o brille el sol, la excusa climatológica se desploma sin remedio; y la de la catenaria resuena demasiado al «faltan un sello y una firma» de los antiguos funcionarios ministeriales como para tomarla en serio, lo que eleva el asunto de anécdota a categoría. Estoy convencido de que la cuestión pondría los pelos de punta a todas las pequeñas células grises de Don Hércules Poirot. El gran detective pensaría de los horarios de RENFE (o de ADIF) lo mismo que Churchill de la Unión Soviética: que son «un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». A decir verdad este misterio de los nueve minutos podría compararse sin exageración con el de los miles y millones de calcetines que desaparecen en las voraces entrañas de nuestras lavadoras, con el que por cierto todos hacemos bromas pero ninguno se atreve a enfrentar abiertamente.
Lo habitual en estos casos es hacer caer la carga de la responsabilidad en el famosísimo «factor humano" que tan buen resultado les da a los políticos ineptos, y que adoptaría aquí la forma de maquinista. Pero el caso es que tengo dos poderosas razones para oponerme a ello. La primera y fundamental es que tengo dos primos maquinistas de RENFE (o de ADIF) y aunque esté mal que yo lo diga, me consta que son personas competentes, profesionales y muy responsables, al menos en su trabajo (para lo demás consulten a mi prima Lourdes). La segunda es que es difícil imaginar que un maquinista tuviese el trastorno obesivo-compulsivo (o la mala baba) de llegar a Renedo nueve minutos tarde todos los días sin que nadie en su entorno profesional se diese cuenta; y si efectivamente se diese ese improbable caso hay que considerar que no siempre los mismos maquinistas conducen los mismos trenes, con lo que el tren de las 11.06 llegaría con nueve minutos de retraso únicamente los días que condujese el maquinista obseso-compulso (Por cierto ¿Se dice «conducir» trenes?). No, el factor humano-maquinístico es atractivo, pero hay que desecharlo.
Pero es sabido que RENFE (o ADIF) acoge en su seno un gran número de humanidades, cada una de ellas con sus específicos cometidos y funciónes. Reconozco humildemente mi ignorancia sobre el modo en que se confeccionan los horarios de RENFE (o ADIF), pero me inclino a pensar que alguien, algún humano susceptible de ser factorizado, ha cometido un error en alguna suma, resta o raíz cuadrada a la hora de calcular la llegada a la estación de Renedo del tren de las 11.06 (más nueve minutos de retraso). Refuerza mi argumento el asombroso hecho de que el tren que hasta la semana pasada tenía su hora de llegada a la estación de Renedo a las 11.06, la tiene ahora ¡A las 11.09! (más seis minutos de retraso). Hay que ser muy remoto, como dice mi hermano, para no llegar a la conclusión de que alguien en algún lugar se ha dado cuenta del error y está tratando de solucionarlo con discreción. No hay cosa que satisfaga más que hacer ver a los demás sus errores, ni nada más fastidioso que verse obligado a reconocer los propios. Eso lo llevamos tan marcado a fuego en los genes como la costumbre de atrincherarnos en bandos irreconciliables y la recurrente «envidia sana» que con tanta frecuencia nos ataca. Así es al menos en España. Lo más honesto hubiese sido que el responsable del error hubiera tenido el coraje suficiente para arreglar la chapuza responsable de la llegada teórica del tren a la estación de Renedo a las 11.06, sorprendiendo a todos con una valerosa rectificación a las 11.15 y asumiendo así abiertamente su condición de factor humano, en lugar de intentar arreglarla con ese astuto disimulo de hacerlo en tramos de de tres minutos. Bien, no debemos ser demasiado exigentes en esos asuntos. Si a Cristina Cifuentes le damos la oportunidad de presentar documentos falsificados e ir sonrojándose poco a poco, en lugar de obligarla a ponerse roja como un tomate de sopetón, que siempre resulta muy violento ¡Cómo no hacerlo con un oscuro confeccionador de horarios y su error de nueve minutos!
No pretendo arrogarme el mérito de haber resuelto el misterio del tren de las 11.06. Opino que mi teoría es razonable y avispada, pero con numeroso flecos sueltos. Se trata más de resaltar el hecho de que desde el Big Bang hasta los andenes de la estación de Renedo nuestra vida está rodeada de misterios, y que es mejor buscar nuestras propias soluciones, aunque sean erróneas, a conformarnos con las que nos da enlatadas Google. Eso y que a veces no sabe uno que escribir.
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