lunes, 23 de abril de 2018

LUIS DE LA CONCHA

          Los semáforos de Renedo no son de esos que se ponen rojos y verdes a intervalos regulares.  Los de aquí están siempre verdes para los coches  y los peatones tenemos que apretar un botón cada vez que queremos cruzar. Desconozco el motivo de esa injusta discriminación tan estadounidense a favor de los automovilistas, pero la cuestión es que así están las cosas. A esta peculiaridad se une otra bastante más molesta: cuando oprimes el botón no pasa nada.  Esperas y esperas y el mini-antropoide rojo que te impide el paso permanece tenazmente iluminado. A diestra y a siniestra la calle aparece despejada de vehículos automóviles, pero el semáforo no se pone verde. Los peatones locales ya estamos acostumbrados y oprimimos el botoncito por pura deferencia hacia lo absurdo,  pero cruzamos el paso de cebra a la antigua, como si el semáforo no existiese. Yo, que soy propenso a las situaciones extravagantes, me encontré una mañana con la insólita circunstancia de que el semáforo se puso verde al segundo y medio de haber solicitado el paso, pero me quedé tan aturdido que no fui capaz de cruzar hasta que volvió a su color rojo de toda la vida.


Este pertinaz rojerío de los semáforos da pie a conversaciones, chascarrillos y toda clase de descabelladas teorías sobre la razón de esa aparente irracionalidad semaforil. Una de las más originales la escuché de labios de una señora bastante mayor con la que coincidí en el paso de cebra Pescadería-Petisú. Yo supongo que la señora no sería del pueblo porque  de otro modo no se explica que estuviese allí esperando pacientemente el verde. El caso es que al llegar yo me arremetió verbalmente con un «¿donde estarán estos sinvergüenzas?» que me dejó muy desconcertado. Ajena por completo a mi evidente expresión de perplejidad, o tal vez ignorándola olímpicamente,  la señora insistió con un nuevo «pero ¿donde estarán?» que infiltró en mi cerebro la peregrina idea de que la señora tenía interés por localizar  a los operarios encargados de poner en verde los semáforos, pero la deseché por absurda. Mal hecho, porque un furibundo «seguro que ellos están tomando café y nosotros aquí, esperando» confirmó mi estrambótica idea inicial. Confieso que no me tomé la molestia de sacar a la señora de su asombroso error, sino que crucé el semáforo en rojo, como siempre, y corrí al Madigans a poner a Feli al corriente de la encantadora anécdota. Pero Dios ha castigado ese desaprensivo abandono con la duda ¿Y si la señora estaba en lo cierto? He comprobado en el Ayuntamiento que no hay ninguna concejalía de semaforismo, ni negociado de botones, ni departamento de Rojo y Verde. Pero no me he quedado tranquilo, porque es sabido que las administraciones públicas subcontratan ahora mucho, y pudiera ser que alguna malvada ETT hubiese conseguido convencer a la Corporación, ya se sabe como, de la imperiosa necesidad de tener un operario a cargo de la importante función de poner los semáforos en verde o en rojo. La verdad es que aún no he conseguido llegar a una conclusión que me convenza sobre este importante asunto. Justo castigo a la maldad de haber dejado a la señora sola, esperando probablemente horas y horas a que el semáforo pasase al verde.

La mayoría de los semáforos están en la Avenida Luis de la Concha, que es la gran arteria finaciero-comercial-hostelera de Renedo. En estos últimos años me he vuelto yo un defensor de mi pueblo a capa y espada, pero al hacerlo trato de concentrar mis observaciones en la simpatía de sus gentes y la belleza del paisaje que le rodea, porque en el aspecto aquitectónico y urbanístico no hay quien tenga narices de defenderlo. En los tiempos de mi infancia era una calle bordeada de casas, jardines y huertas apenas mancillada por un par de mamotretos de viviendas espantosos, de los que en los años cincuenta llamaban "de estilo moderno". Todo aquello ha desaparecido para dar cabida a una colección de edificios  horrorosos tan numerosa y variada que es raro que no aparezca en el Libro Guiness. Hormigón, azulejo, ladrillo cara vista y demás elementos de construcción están dispuestos de la manera menos agradable posible. Completan el panorama unos cuantos árboles raquíticos y algún que otro parterre de hierba, casi siempre en estado semi-selvático, de esos que los reyes de la burbuja inmobiliaria tenían la desfachatez de denominar «zonas ajardinadas».

  En descargo de Luis de la Concha hay que decir que está está guarnecida a babor y estribor de pescaderías, farmacias, tiendas de ropa, panadería, tiendas de fotografía, zapaterías, joyerías y todas las demás «ías» que nos ofrece el gremio del comercio. Pero su gran atractivo reside en su nutrida variedad de  bares y terrazas y, last but not least,  en que allí se instala está La Carpa.


Todo el mundo sabe que hay arquitecturas permanentes y arquitecturas efímeras, pero en Renedo, siempre tan dados a innovar,  tenemos también arquitectura intermitente. Hacia la mitad de la avenida hay un solar cuyo destino inicial fue la construcción de un edificio de viviendas, muy probablemente espantoso, pero que dejó en barbecho la explosión de la burbuja inmobiliaria. A la espera de mejores tiempos especulativos, la finca se ha habilitado como parking público. Allí se instala La Carpa. Si no recuerdo mal, la primera vez que se instaló La Carpa fue con motivo de las Fiestas Patronales de San Antonio. En San Antonio siempre llueve en Renedo, eso es un hecho tan firme e inmutable como la Gran Pirámide, por lo que la idea de instalar una cubierta para poder comer los churros o bailar  a los alegres sones  de la Orquesta Princesa o el Grupo Apache sin empaparse de agua fue generalmente bienvenida. No hay cosa más incómoda que intentar comer churros con el paraguas abierto. Más tarde se empezaron a instalar allí Las Casetas, esos bares de ocasión  que los bilbaínos y su meritoria habilidad para poner nombres horrorosos a las cosas llaman «choznas». A partir de ahí, la cosa se ha desbocado. Como si el intrascendente hecho de ver instalar una carpa hubiese desatado un deseo irrefrenable de organizar eventos, el pueblo a pasado a ser sede de La Feria de Segunda Mano, La Feria del Stock, La Feria de la Leche, La Feria de Artesanía y algunos otros eventos que ahora no recuerdo. Ayer mismo hemos podido disfrutar de un concurso de ollas ferroviarias; cierto es que aquello parecía más un campamento de refugiados afganos que otra cosa, pero la intención es lo que cuenta. Se arma La Carpa para San Antonio y para Carnavales, para Halloween... A este ritmo el parking de Luis de la Concha va a poder competir con los más prestigiosos palacios de exposiciones y congresos del mundo entero. Las consecuencias de esta fiebre por los simposios de diverso tipo son que la carpa no para de ser montada y desmontada y que ver el parking despejado  empieza a ser tan difícil como cruzar el paso de cebra en verde.  Yo creo que  con tanto gasto de montaje y desmontaje se podría haber construido la Mole Antonelliana, o por lo menos dar la entrada. Ni que decir tiene que Luis de la Concha bulle de maledicencias, murmullos y rumores de diversa índole cada vez que La Carpa se monta, permanece, se desmonta y se vuelve a montar.

Podría pasar horas hablando de Luis de la Concha, pero tampoco es cosa contarlo todo de golpe.

jueves, 19 de abril de 2018

LETIZIA VS SOFÍA

              La pobre reina Letizia no gana para disgustos. Por si fuera poco la retransmisión en vivo de la escandalera que le organizó a su suegra en la catedral de Palma de Mallorca, ahora va y se le desata el vestido en una cena de gala en el Palacio Real. Letizia está que trina ¿Qué le pasa a Letizia?


En una de sus últimas entrevistas decía la reina Victoria Eugenia  que sentía lástima por sus nietos, porque sería gobernados «por los hijos de sus taxistas». Mira tú por donde la frase fue no solo de un snobismo rampante, sino también absolutamente profética. Hace unos días hemos podido ver en la catedral de Palma de Mallorca como la nieta de un taxista le cantaba las cuarenta a una descendiente de reyes y emperadores. Hay que ser muy Schleswig-Holstein, muy Romanov y muy Hohenzollern para aguantarse las ganas de contestar con una fresca a esa nuera puesta en jarras y en garras; hay que tener una cabeza muy hecha a llevar la corona para ganar el combate sin dar un golpe. Lo que le pasa a Doña Letizia es que es muy contemporánea y muy cartesiana y eso casa mal con la tradición y la magia de la monarquía. Pretender que ser una buena reina se limita a hacer el trabajo de forma impecable es tan absurdo como creer que para hacer buena música es suficiente con seguir la partitura: es correcto, pero no emociona. Y por eso ha salido derrotada de la Batalla de la Catedral de Palma. Lo más llamativo del suceso es que el democrático e igualitario pueblo español se ha alineado en masa del lado de la hija del rey de Grecia, bisnieta del Kaiser y tataranieta del zar, y en contra de la  nieta de taxista. Yo creo que lo ha hecho porque el pueblo intuye que Letizia es una reina un poco de  plexiglass, que lo es solamente a ratos y eso ni es ser reina ni es nada.


La reina Letizia no es simpática, las cosas como son. Nunca simpatizamos mucho con la perfección y mucho menos con el intento frenético de conseguirla a toda costa. Se le ha metido en la cabeza que tiene que ser la reina perfecta, la mejor vestida y enjoyada, la de más estilo, la más profesional, la que todo lo hace bien, la mejor madre (o al menos la madre más eficiente) . Sabe que no se le perdona el ser plebeya, que siempre pende sobre su cabeza la espada de Damocles del « ¿que se habrá creído esta? » y para solucionarlo ha tomado el peor camino posible: ser impecable. ¿Quien quiere reinas impecables? ¿Que gracia tiene una reina como la Nancy Princesa?

Al hablar de Doña Sofía se cita muy a menudo ese «es una gran profesional» con  que la calificó hace tiempo el rey Juan Carlos. Sin embargo ella, en las entrevistas que se le han hecho, siempre se ha referido a «su trabajo» . Trabajo y profesión son cosas muy distintas. El trabajo es lo que se tiene que hacer, mientras que la profesión es lo que se quiere hacer. Ambos coinciden algunas veces, pero no siempre. Por decirlo de otro modo el trabajo es natural, mientras que la profesión es artificial. Y esa es la gran diferencia entre las dos reinas, lo que hizo que la reina Sofía ganase sin esfuerzo el round de Mallorca. La profesionalidad estricta de Doña Letizia ha conseguido que no tenga ni la más remota idea de lo que es, de lo que se espera de ella y del sitio en el que está. No le entra en la cabeza que ser reina consorte es una condición, no una profesión.



Las aventuras de Don Juan Carlos le dejaron a Don Felipe una monarquía bastante destartalada, las cosas como son. Hay que reconocer el gran esfuerzo que el rey Felipe y la reina Letizia han hecho por desvincular a la corona de los trejemanejes finacienros, las cacerías de elefantes, las actrices del destape y las pseudo princesas zu Sayn-Wittgenstein, construyendo ese famoso cortafuegos entre el rey actual y el emérito. Lo malo es que Letizia  ha llevado las cosas al extremo  y ha pretendido crear la monarquía ex novo,  sin darse cuenta de que la institución no puede ser sin lo que ha sido. Guardar la tradición en el cuarto de los trastos del Palacio de la Zarzuela es dar el primer paso hacia la puerta de salida. 

Muchos tronos de Europa están ocupados por reinas consortes de origen plebeyo, y el resto lo estará pronto. ¿Por qué fracasa Doña Letizia si triunfan Máxima de Holanda  o Mette-Marit de Noruega? ¿Porque no deja que las niñas se hagan una foto con su abuela? No, lo que ocurre es Maxima y Mette-Marit   han comprendido ese «esprit de corps» que es el cemento de la realeza, ese mismo cemento del que Letizia huye como de la peste. Huye de los Borbón, detesta  a los Grecia,  no se ajunta con los Dinamarca... Le vence la soberbia de pretender que ella solita con el rey Felipe al lado (al menos de momento) es más lista y sabe mejor que nadie como hay que trajinar el trono, arrejuntando a duras penas a Lady Di con la Señorita Rottenmeier. 

Ser impopular nunca ha sido un grave inconveniente para las reinas consortes de España. A la reina Victoria Eugenia le llamaban «La bella estatua indiferente» por su estirada forma de hacer las cosas a la inglesa y el snobismo propio de los Battemberg, que siempre querían parecer más príncipes que nadie. Victoria Eugenia era nieta de una condesa polaca del tres al cuarto, lo que para los estándares de la realeza de 1900 venía a ser como ahora ser nieta de un taxista, pero eso no le supuso ningún problema. Tampoco simpatizaba mucho con su suegra y antecesora la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, tan fría, tiesa y estirada que se ganó el mote de «Doña Virtudes». Pero sabía que  tenía que aguantarla y la aguantaba porque las dos remaban en el mismo barco. Letizia ha decidido que ella navega sola y en lancha motora.


La apoteosis de ese hacer las cosas tan particular  que tiene la reina Letizia, esa  especie de esquizofrenia de ser a ratos reina y a ratos ciudadana, ha sido su metamorfosis en  hidra de siete cabezas escupiendo en tres o cuatro segundos a la cara de su suegra todo el fuego de su profesionalidad concentrada,  mandando al garete tantos años de perfección exquisita. Lo hace en el peor sitio, en las peores circunstancias y por el motivo (aparente) que más impopularidad le podía dar: evitar que una abuela se hiciese una foto con sus nietas. Soy de los que opinan de Doña Sofía es un poco de meterse en donde no le llaman al estilo de su madre la reina Federica de Grecia, que de tanto mangonear contribuyo como la que más a que los griegos le quitasen a su hijo Constantino el trono de debajo. Es creíble que la reina Letizia esté hasta el mismísimo coño regio de que su suegra le de la matraca, pero hay que ser muy poco reina para tratarla en público como si se hubiese querido colar en la caja del super.

Indudablemente  debe ser un tostón de tomo y lomo aguantar a los Borbón, a los Grecia y a los Dinamarca, tan atiborrados todos ellos de sangres imperiales y reales, tan revestidos siempre de joyas de familia, costumbres de familia, tradiciones de familia... Seguramente serán un aburrimiento mortal esos saraos palaciegos con sus esplendores de plata y sus salones de oro, aguantando al lado al príncipe más idiota de Luxemburgo o la princesa más tostona del Reino Unido, pero son gajes del oficio. Supongo que Doña Sofía, tan llana y simpática,  tendrá un sentimiento aristocrático de las cosas y un mirar desde arriba (pero dando la impresión de que lo hace de frente) que hará que su trato íntimo sea bastante menos atractivo para nosostros, pueblo llano, que el de Doña Letizia. Pero esa extraordinaria habilidad que tiene la reina actual para comportarse siempre del modo que más le perjudica, ha convertido a la mayestática Sofía en una pobre abuelita a la que no dejan estar con sus nietas.¿Se puede ser más torpe?


A estas alturas cabe preguntarse si la reina Letizia es o no monárquica, o si se da cuenta de lo que  significa serlo. Ha mezclado lo peor de «la bella estatua indiferente» y de «Doña virtudes» y le ha salido lo que le ha salido: Doña Perfecta, la repelenta reina Vicenta. Ayyy Manolete, si no sabes torear ¿Pa qué te metes?










viernes, 6 de abril de 2018

EL TREN DE LAS 11.06



          El tren con destino Santander que tiene su llegada a la estación de Renedo a las 11.06, llega siempre con un retraso de 9 minutos. Esto ha venido siendo un  hecho tan imperturbable y firme como la Gran Pirámide. La razón de este sistemático retraso es una incógnita que escapa a mi capacidad de compresión. Hay mil razones, o por lo menos quinientas, para que un tren llegue con retraso alguna que otra vez a la estación de Renedo (o a cualquier otra, para que no se me tache de localista). Las que con más frecuencia son esgrimidas por los responsables de RENFE ( o de ADIF o como diablos se llame ahora) son las circunstancias climatológicas y esa intrigante y misteriosa catenaria cuya principal función en este mundo parece ser la de descacharrarse en los momentos más inoportunos. Vale, muy bien. No se puede luchar contra la naturaleza (mucho menos contra la catenaria) y hay que admitir como inevitables los inconvenientes que nos causa, que en nuestro caso son esos molestos retrasos. 

Ahora bien, cuando el retraso es sistemático, cuando día tras día el tren de la 11.06 llega con nueve minutos de retraso llueva, truene o brille el sol, la excusa climatológica se desploma sin remedio; y la de la catenaria resuena demasiado al «faltan un sello y una firma» de los antiguos funcionarios ministeriales como para tomarla en serio, lo que eleva el asunto de anécdota a categoría. Estoy convencido de que la cuestión pondría los pelos de punta a todas las pequeñas células grises de Don Hércules Poirot. El gran detective pensaría de los horarios de RENFE (o de ADIF) lo mismo que Churchill de la Unión Soviética: que son «un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». A decir verdad este misterio de los nueve minutos podría compararse sin exageración con el de los miles y millones de calcetines que desaparecen en las voraces entrañas de nuestras lavadoras, con el que por cierto todos hacemos bromas pero ninguno se atreve a enfrentar abiertamente.

Lo habitual en estos casos es hacer caer la carga de la responsabilidad en el famosísimo «factor humano" que tan buen resultado les da a los políticos ineptos, y  que adoptaría  aquí la forma de maquinista. Pero el caso es que tengo dos poderosas razones para oponerme a ello. La primera y fundamental es que tengo dos primos maquinistas de RENFE (o de ADIF) y aunque esté mal que yo lo diga, me consta que son personas competentes, profesionales y muy responsables, al menos en su trabajo (para lo demás consulten a mi prima Lourdes). La segunda es que es difícil imaginar que  un maquinista tuviese el trastorno obesivo-compulsivo (o la mala baba) de llegar a Renedo nueve minutos tarde todos los días sin que nadie en su entorno profesional se diese cuenta; y si efectivamente se diese ese improbable caso hay que considerar que no siempre los mismos maquinistas conducen  los mismos trenes, con lo que el tren de las 11.06 llegaría con nueve minutos de retraso únicamente los días que condujese el maquinista obseso-compulso (Por cierto ¿Se dice «conducir» trenes?). No, el factor humano-maquinístico es atractivo, pero hay que desecharlo.

Pero es sabido que RENFE (o ADIF) acoge en su seno un gran número de humanidades, cada una de ellas con sus específicos cometidos y funciónes. Reconozco humildemente  mi ignorancia sobre el modo en que se confeccionan los horarios de RENFE (o ADIF), pero me inclino a pensar que alguien, algún humano susceptible de ser factorizado,  ha cometido un error en alguna suma, resta o raíz cuadrada a la hora de calcular la llegada a la estación de Renedo del tren de las 11.06 (más nueve minutos de retraso). Refuerza mi argumento el asombroso hecho de que el tren que hasta la semana pasada tenía su hora de llegada a la estación de Renedo a las 11.06, la tiene ahora ¡A las 11.09! (más seis minutos de retraso). Hay que ser muy remoto, como dice mi hermano, para no llegar a la conclusión de que alguien en algún lugar se ha dado cuenta del error y está tratando de solucionarlo con discreción. No hay cosa que satisfaga más que hacer ver a los demás sus errores, ni nada más fastidioso que   verse obligado a reconocer los propios. Eso lo llevamos tan marcado a fuego en los genes como la costumbre de atrincherarnos en bandos irreconciliables y la recurrente «envidia sana» que con tanta frecuencia nos ataca. Así es al menos en España. Lo más honesto hubiese sido que el responsable del error hubiera tenido el coraje suficiente para arreglar la chapuza responsable de la llegada teórica del tren a la estación de Renedo a las 11.06,  sorprendiendo a todos con una valerosa rectificación a las 11.15 y asumiendo así abiertamente su condición de factor humano,  en lugar de intentar arreglarla con ese astuto disimulo de hacerlo en tramos de de tres minutos. Bien, no debemos ser demasiado exigentes en esos asuntos. Si a Cristina Cifuentes le damos la oportunidad de presentar  documentos falsificados e ir sonrojándose poco a poco, en lugar de obligarla a ponerse roja como un tomate de sopetón, que siempre resulta muy violento ¡Cómo no hacerlo con un oscuro confeccionador de horarios y su error de nueve minutos! 

No pretendo arrogarme el mérito de haber resuelto el misterio del tren de las 11.06. Opino que mi teoría es razonable y avispada, pero con numeroso flecos sueltos. Se trata más de resaltar el hecho de que desde el Big Bang hasta los andenes de la estación de Renedo nuestra vida está rodeada de misterios, y que es mejor buscar nuestras propias soluciones, aunque sean erróneas, a conformarnos con las que nos da enlatadas Google. Eso y que a veces no sabe uno que escribir.