TEMPLOS
La religión es algo omnipresente en Tailandia, por lo que Bangkok está lleno de templos grandes y pequeños. Visitar los templos, después de haber visitado los palacios reales, te lleva al convencimiento de que, dejando aparte el barroco churrigueresco, no hay estilo artístico en el que el término “horror vacui” sea tan singularmente apropiado como la arquitectura tradicional tailandesa. Al igual que los palacios, los templos están rodeados por muros que les aíslan del exterior y da la sensación de que, una vez delimitado el recinto, a los monjes les entran unas arrecogidas insensatas por rellenarlo todo de santuarios, prangs, estatuas, kioscos y pabellones.
Uno de los templos más espectaculares es, según la opinión general y la mía particular, el Templo del Amanecer o Wat Arun. Naturalmente y siguiendo la inveterada costumbre del país, Wat Arun no se llama en realidad Wat Arun sino Wat Arunratchawararam Ratchaworamahavihara, lo que desde mi punto de vista justifica sobradamente la simplificación. Para visitar Wat Arun es necesario atravesar el río, que en época de lluvia baja hermoso y crecido como él solo. Ya decía un titular de “El Diario Montañés”, siempre tan rompedor, que “Cuando llueve, los ríos crecen”. Si uno va con el viaje organizado, le llevan en unos barcos muy apañados, a cubierto de la lluvia y todo; los que no, tenemos que negociar el alquiler de una barca con su correspondiente barquero, un tuc-tuc acuático se podría decir. Atravesar el Chao Phraya cuando baja crecido en una de esas barcas, es como coger la lancha de “Los Diez Hermanos” para pasar la Bahía de Santander en día de viento Sur. Aquello es un sin vivir de saltos, cabriolas y salpicaduras aderezadas, en nuestro caso, por uno de esos aguaceros cataclísmicos que llegan sin avisar en época de Monzón.
Llegados sanos y salvos al otro lado del río,lo que hice nada mas de desembarcar en el muelle de Wat Arun fue echar a correr enloquecidamente, huyendo como un cobarde de un nativo empeñado en que me hiciese una fotografía con una boa constrictor, viscosa,paliducha y repelente como ella sola, que llevaba colgada al hombro. Esa enajenación pánica transitoria tuvo un doble efecto beneficioso: me alejó de la culebra y me permitió sortear con gran agilidad a la cohorte de vendedores locales, que te rodean como una plaga de langosta en cuanto pones un pie en tierra.
El templo es uno de los más antiguos de Bangkok y consiste esencialmente en un picurucho muy alto, guarnecido en sus esquinas por cuatro picuruchos más pequeños, todo ello construido en un estilo Khemer que recuerda vagamente al conjunto camboyano de Angkor Wat. Para quienes “picurucho” resulte una palabra excesivamente vaga y coloquial, diré que el término exacto que utilizan en Tailandia es “Prang”, una especie de pirámide de base redonda sobre un podio cuadrangular. Rodeando este conjunto picuruchal (o prángico) se encuentran diversas salas y dependencias con su inevitable ración de oros y relumbreríos genuinamente tailandeses. La vista del conjunto desde el río es verdaderamente inolvidable, especialmente por la noche con todos los prangs bañados por una luz dorada. Como curiosidad hay que decir que los picuruchos de Wat Arun están todos ellos cubiertos de pedazos, cachos sería más exacto, de porcelana china venidos como lastre en los barcos que hacían la ruta de Hong-Kong a Bangkok. Opino que este alarde de reciclaje avant-la-lettre (el templo fue construido en el S.XVIII) no se le tiene suficientemente reconocido al pueblo de Tailandia.
Alquilar tu propia barca tiene la ventaja de que no tienes que volver corriendo al barco cuando el señorito o la señorita de la sombrilla en alto deciden que hay que salir pitando hacia el siguiente destino, que suele incluir alguna joyería o tienda de artesania. Nosotros, ya puestos a jugarnos la vida navegando, decidimos dar una vuelta por los khlongs de Thonburi antes de volver a cruzar el río. Thonburi fue por un breve periodo la capital de Tailandia, hasta que Chao Phraya Chakri Rama I (Phra Bat Somdet Phra Phutthayotfa Chulalok Maharat) la trasladó a Bangkok, al otro lado del río, y conserva gran parte de los canales (khlongs) que en su día recorrían la propia Bangkok. Vida tailandesa tradicional casi en estado puro. Merece la pena.
Igual que la proverbial ardilla podía recorrer la Península Ibérica saltando de árbol en árbol, puedes recorrer Bangkok saltando de templo en templo. Conviene hacer una selección previa si no se quiere regresar a España intoxicado de incienso y belleza exótica. Yo, además de los mencionados, visité un par de ellos y consideré completo mi cupo religioso-cultural. Mis amigas, más madrugadoras, tenían la costumbre de contratar excursiones mañaneras y, en consecuencia, visitaron algunos de los que no os puedo dar noticia.
Wat Po sí lo vi y es famoso por su enorme Buda reclinado cubierto de pan de oro y por su escuela de masajes. No sé de donde habrá salido la reputación de relajante que tiene el masaje tailandés, pero estoy seguro que no ha sido de Wat Po. La escuela del templo ofrece al visitante la posibilidad de “disfrutar” de sus habilidades por un módico precio. Los pobres incautos que pican en el anzuelo se ven sometidos a lo que los aprendices llaman “estiramientos”, pero que en cualquier país civilizado se llamaría simple y llanamente intento de descuartizar. Cuando descansan de su insano afán de descoyuntarte los miembros, empiezan con un apretujar y apisonar los músculos con manos, codos, piernas y brazos, como si te tuviesen rabia. Y todo ello en una colchonetucha tirada en el suelo y a la vista de todo el mundo. No lo recomiendo.
Finalmente Wat Benchamabophit, todo él de mármol blanco italiano y también muy preciosísimo. Tiene un patio rodeado por una galería cubierta, en la que se pueden ver 52 estatuas de bronce representado a Buda en sus diferentes manifestaciones. Del mismo modo que la Virgen María es representada de manera diferente dependiendo de si es La Inmaculada, La Dolorosa, La de los Siete Puñales o La Virgen del Puerto, así Buda puede ser gordo, flaco, con la mano para arriba, andando, sin andar… Y toda esa diversidad iconográfica se puede ver en Wat Benchamabopit arrejuntada en un claustro.
Así contado parece muy sencillito ir del río al Wat, y del Wat al Phra Thinang, y de un sitio a otro, pero desplazarse por Bangkok supone un gran número de riesgos, sinsabores y regateos. Después de visitar el Gran Palacio, por poner un ejemplo, no sé qué requiebros y que callejeamientos indebidos hicimos, que fuimos a parar a una explanada inclementemente expuesta al sol y muy escasa de tuc-tucs. De hecho solo había uno y muy decidido, por cierto, a sacar el mejor partido posible de nuestras tristes circunstancias. Hay que decir que aunque el regateo es imprescindible en Tailandia, porque si no regateas te consideran tonto, los precios que se discuten son siempre muy bajos para el turista. La cantidad que aquel hombre nos pedía por el desplazamiento era excesiva pero, estrictamente hablando, no era ni mucho menos caro y lo razonable hubiese sido pagarlo y largarnos de aquella meseta hirviente lo antes posible. Lo malo es que a la hora del regateo, en ocasiones aleatorias, me daban unos estúpidos arrobamientos ahorrativos (del tipo “a mí no me la das”) que a mis acompañantes les sacaban de quicio y que solían acabar casi siempre en desastres de algún tipo. En este caso concreto la conclusión de mis hábiles negociaciones fue que el tuc-tuc se largó y allí nos quedamos, al borde de la deshidratación y sin medios de transporte a la vista. Poco después cogíamos un taxi que nos cobró tres veces más por la carrera.
Hay que contar además con el embotellamiento gigantesco y perenne que es el tráfico en Bangkok, los peligros de cruzar las calles, las motocicletas con dos, tres y hasta cuatro personas subidas en ellas, que se cuelan por todas partes con su conducción suicida…. La cosa tiene sus riesgos, a que engañarnos, aunque merece la pena.
Como siempre una delicia leerte y "un soñar" con tus relatos Gracias Emilio.
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