domingo, 30 de julio de 2017

VIAJE A TAILANDIA

DE NOJA A BANGKOK

No soy de esos aventureros que disfrutan de los viajes que podríamos llamar de mochila. Ya sé que tienen mucho encanto y que, según dicen, son la mejor manera de conocer los países y las gentes “auténticos”. Pero ocurre que, por una parte, no estoy seguro de ser un gran partidario de esa “autenticidad” que se valora tanto ahora y, por otra, acarrean una cantidad tan enorme de incomodidades que creo firmemente que ni en el caso de valorarla me merecería la pena. Tampoco acabo de entender por qué es menos auténtico un hotel bueno que un albergue malo, un restaurante de tres tenedores que un puesto callejero de comida. Digamos que son autenticidades diferentes, pero igual de sólidas. Claro está que no puede uno viajar siempre como le gustaría, es decir sin reparar en gastos, pero de hacer un viaje modesto a hacer uno mísero me quedo con lo primero. Naturalmente, no es más que una cuestión de gustos. Mi segundo viaje a Tailandia fue tirando a modesto, pero sin exageraciones.

De Santander a Madrid viajamos en un Mercedes-Benz blindado, por razones (nada misteriorsas) que no viene al caso explicar. Dentro de unos de esos coches la sensación es de un aislamiento total. Sé que mucha gente tiene que recurrir a ellos por problemas de seguridad, pero estoy seguro que esos artilugios rodantes los han inventado los ricos, para poder viajar de un palacio a otro sin verse salpicados por pobrezas, mediocridades y demás incomodidades  del mundo. Por no sentir, no se siente ni la velocidad. Tanto es así que hicimos el viaje desde Santander a Madrid-Barajas-Adolfo Suarez ( que hay que tomar aliento para decirlo de carrerilla) en apenas tres horas y cuarto. Pero como dentro del coche no te dabas cuenta,  no nos dieron los dos o tres ataques de pánico histérico que hubiesen sido de esperar en un vehículo mas plebeyo. Y es lo que tiene el lujo, que hasta el miedo que pasas viajando puedes dejarlo para cuando ya estés sano y salvo en tu destino, lo que a mi parecer es prueba, otra más, de la maravillosa comodidad que proporciona la riqueza. Tengo que decir que con aquel desplazamiento blindado terminaron las comodidades del viaje.



La primera vez que fui a Tailandia lo hice a lomos de un Boeing-747 de la fabulosa (al menos lo era entonces) compañía australiana Quantas, que salió de Londres a unas razonables 11.30 am y nos depositó en Bangkok once horas después, aturdidos y felices tras haber disfrutado de un maremágnum de comida a la carta, gin-tonics a porrillo y toallitas húmedas, frías y de felpa buena. En este segundo viaje, más escasos de recursos, nos decidimos por economizar en el transporte para no tener que hacerlo durante la estancia. Comprar billetes baratos supone, como todo el mundo sabe, alguna que otra escala y los peores horarios posibles. Nuestro vuelo a Bangkok salía de Zúrich a las doce de la noche, pero, cosas del low cost, el avión Iberia que tomamos en Madrid nos escupió en el Flughafen Zúrich a unas indecentes 7.30 am. A favor de ese incivilizado madrugón he de decir que pocas veces he volado con tan poco miedo a perder el enlace.

Flughafen Zúrich, por muy modernísimo y eficiente que sea, no es sitio para pasar la enorme cantidad de horas que teníamos por delante. No sé si será por su condición de paritorio de viajes que empiezan y tanatorio de viajes que acaban, pero el caso es que los aeropuertos tienen un inconfundible aire hospitalario, que no logran disimular los bares, tiendas, cromados y marmoleríos que proliferan en ellos como setas. Salvo las de los hospitales, no hay horas más largas que las de los aeropuertos. No te digo nada cuando esas horas son tantísimas como las que nos tocaba esperar a nosotros. De modo que, en nuestra inocencia, nos dispusimos a pasar un agradable día  en Zúrich. 

Nos comen la cabeza con la historia de que en Suiza se hablan tres idiomas, con Heidi sus cabras y su abuelito, el chocolate, el reloj de cuco y demás fantasías florales.  Chocolate si hay, porque una amiga mía compro suministro como para empachar a un orfelinato, pero yo no vi ni rastro de relojes de cuco y, desde luego, todo el mundo habla alemán y nada más que alemán. Esto supuso serias dificultades a la hora de conseguir comprar billetes de tren para el centro de la ciudad. Para ello tuvimos que lidiar con una desagradable funcionaria, mucho más parecida a la Srta. Rotenmeyer que a Heidi en el trato, atrincherada como un granadero prusiano detrás de la ventanilla, sin una triste cabra al lado y poco dispuesta a hacerse entender. Sorteado ese peligro, llegamos sanos y salvos a la mismísima Hauptbahnhof .



Al salir de la Hauptbahnhof te encuentras, quien lo hubiese podido imaginar, en la Hauptbahnhofstrasse, lo que es decir en el mismo cogollo de la ciudad. Lamento decirlo pero Zúrich no me gusta nada. Es verdad que tiene su correspondiente cantidad de campanarios, tejados picudos y arquitectura pintoresca; tiene un lago con veleros, transbordadores,tranvías hasta y una escultura  de Ganimedes en la orilla del lago, muy del estilo de las que le gustaban a Adolfo Hitler. Tiene sus raciones de arquitectura burguesa del XIX  y bancaria del XX. Tiene de todo, menos carácter. Es como una postal, como un aeropuerto sin tejado. Ya se sabe que Zúrich es el hogar de montones  y montones de dinero del mundo entero; eso se nota en lo impecablemente cuidada y limpia que está, pero no tiene vida ni carácter. Es una perfecta ciudad burguesa en el peor sentido de la palabra. Tampoco parecía tener habitantes, o muy pocos. Al menos no los tiene el centro de la ciudad los sábados por la mañana. Es una tristeza deambular por aquellas calles tan llenas de bancos y tiendas caras, bajo un cielo gris de finales de octubre, sin casi ver gente. Nunca había sentido muchas ganas de conocer Suiza, la verdad, y así sigo. Comimos en el casco antiguo más impoluto y moribundo que me ha sido dado conocer, seguimos deambulando un rato y nos volvimos al aeropuerto con esa deprimente sensación que te queda cuando sales de los funerales de compromiso.



Llegada la hora de embarcar nos llevamos la desagradable sorpresa de que  Swissair no permitía fumar en sus aviones. Ahora pensareis que es lo normal, pero resulta que en aquellos remotos tiempos a la mayoría de nosotros nos apetecía más disfrutar de la vida que  amargarnos por preservarla, y se podía fumar en los aviones y atiborrarse uno de grasas, alcohol y colesteroles sin que le tratasen como a un delicuente peligroso. Admito todo el asunto de los fumadores pasivos, la salud y demás bendiciones modernas, pero la verdad es que para los que siempre nos subimos intranquilos a los aviones, fumar era una ayuda maravillosa. Justo en aquellos tiempos empezaba en EEUUAA la histeria desatada contra el tabaco, pero en Europa no reíamos de ellos (¡inocentes de nosotros!). Pero mira tú, a los suizos les dió por hacerse los avanzados y los modernos, y no dejaban fumar en sus aviones. Siempre he sido de la opinión de que Suiza no es Europa, lo que se dice Europa, con tanto cantón, tanto referendum y tanto sanatorio antituberculososo. Desde aquel día, lo creo con mayor firmeza.



Se podrá comprender que pasar once horas encerrado sin poder fumar es una tortura horrorosa para un fumador empedernido. A los cinco minutos de estar sentado yo no podía pensar más que en cigarrillos. Tres horas más tarde ya estaba cagándome en Swissair, en Suiza en general  y en los relojes de cuco en particular. A partir de ahí, simplemente quería matar y matar. Intentar dormir en ese estado de ansiedad era misión imposible, por lo que no me quedó más remedio que armarme de paciencia y deleitarme con visiones apocalípticas en las que Suiza era destruida por volcanes y terremotos, azotada de cantón a cantón por Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis con toda su rabia desatada.



Para calmar la ansiedad de los fumadores la compañía ofrecía como única opción unos chicles de nicotina. Cuando llegó el momento en que me veía a punto de abalanzarme hacia una puerta y abrirla para morir de una vez, me decidí a pedir uno. Por desgracia la azafata que me tocó en suerte debía formar parte de alguna liga antitabáquica, porque intentó convencerme por todos los medios de que esperase un poco (después de siete horas de vuelo), escupiéndome a la cara  una sarta de memeces en francés (precisamente ese francés que tanto había echado de menos en la taquilla de la estación) del tipo del “ya no queda tanto”, “procure relajarse” y alguna otra que no recuerdo. Por lo reacia que era a darme el puto chicle cualquiera diría que le había pedido un chute de heroína o algo peor. A punto estaba yo de darle un bandejazo en la cabeza cuando, quizás porque se dio cuenta, fue a buscarme el chicle. No sé si habréis probado alguna vez un chicle de nicotina, pero es exactamente igual que pasar la lengua por un cenicero sucio. Pocas veces he probado algo tan asqueroso. La conclusión del incidente fue que me quedé exactamente con las mismas ganas de fumar que antes, pero con los añadidos de tener la boca llena de un horrible sabor a ceniza rancia, que me acompañó el resto del vuelo, y un rencor homicida hacia la azafata aquella, que me revive con toda intensidad cada vez  que me acuerdo de ella.

Y así, de mala hostia, con mono de nicotina y cansado como nunca en mi vida, llegué por fin al País de la Sonrisa.








lunes, 24 de julio de 2017

ALQUIMIA



-Al igual que  las ballenas, vivo rodeado de una penumbra acogedora que me alimenta y me protege. Si me comporto  siempre como un pez, todos fingirán no saber que soy mamífero.
- Pero tú conoces los secretos del sol y de la luna, has sentido el viento.
- Ah…. Siempre que puedo rasgo el velo, pero ese es mi secreto.
- ¿Qué ocurrirá si te descubren? Sabes que nunca se perdona la locura.
- Todos se afanaran por empujarme hasta que quede varado y me pudra  en una playa. De ese modo creerán que me castigan, porque desconocen los secretos de la alquimia.



martes, 18 de julio de 2017

EL CULO Y LAS TÉMPORAS

         Este Mundo moderno nuestro, tan avanzado, tan preocupado por la salud y tan tecnológico, está resultando un verdadero engorro para la práctica cabal de las religiones monoteístas. Para mí que la culpa es de ellas, de las religiones quiero decir, porque no se yo a ton de qué tienen que adaptarse a nada. Los dioses como es debido son atemporales, o eternos, o como se les quiera llamar y no tienen por qué volverse modernos ni adaptados. Pero claro, las religiones es otra cosa porque si no se adaptan, pierden clientela.

                Los domingos hay un programa en televisión, “Medina”, que se dedica teóricamente a la difusión de la religión islámica. Digo teóricamente porque lo mismo te hablan de la correcta interpretación del Corán, que de una feria Halal, que se pasan el programa promocionando las vacaciones en Túnez. Yo, la verdad, las veces que he estado en Túnez no le he visto el punto religioso a mis despachurramientos hamaqueros en la playa de Hammamet, ni a tomar copas en las terrazas de Sidi Bou Said, ni a las discotecas de Monastir y Port-el-Kantaui, pero como tengo una amiga que dice que soy muy tordo, puede que sea por eso.

                “Medina” dedicaba hoy sus treinta minutos a analizar el impacto de las nuevas tecnologías en la práctica religiosa de los jóvenes musulmanes. Aparte de soltarnos la novedosa idea de que “hay que usar internet con prudencia”, que ya hay que ser original,  y de que los jóvenes musulmanes, al menos en España, usan las mismas aplicaciones que todo el mundo, como era de esperar, lo único original ha sido la noticia de que hay una nueva aplicación para teléfonos móviles, que avisa cuando llega la hora de las oraciones. Es sabido que los cristianos usan campanas para llamar a misa y que los musulmanes usan gargantas para llamar a la oración. Tengo que decir que los dos sonidos, el de las campanas y el de los muecines, me han resultado siempre muy atractivos y que me parece una pena que los tecnologicen, pero ya se sabe “o tempora, o mores”. A los cristianos les pasa a veces que oyen campanas y no saben dónde; a los musulmanes que a veces no oyen almuédanos, según en donde. Se comprende que hay que tener un oído muy fino para conseguir oír al muecín si estas, pongamos por caso, en el metro. Por lo visto  no es de recibo que uno deje de rezar las veces que corresponda, o que rece cuando escuche al muecín, pero pase de rezar cuando no lo escuche, que ya se sabe que las religiones son muy suyas para los preceptos. Bueno, pues para eso está pensado el telemuecín. Raro será que la Conferencia Episcopal no les copie y lance al mercado el telecampana para la próxima Navidad.



                Por desgracia el invento tiene un inconveniente grave. El telemuecín no te avisa con un timbre normal y corriente, o con una típica y empalagosa voz enlatada que te diga “toca rezar”. No, lo que hace el telemuecín es soltar a voz en grito un “Allahu akbar” así, sin previo aviso ni nada, como si tuvieses al almuédano encerrado en el bolsillo. Esto, según el experto en nuevas tecnologías, provoca un cierto rechazo entre los usuarios, porque temen que ese “Allahu akbar” soltado a gritos por el teléfono, en estos tiempos de terroristas suicidas, pueda tener consecuencias catastróficas para ellos, en forma de agresión violenta o estampida generalizada. Tengo que decir que el presentador del programa nos aclaro, entre carcajadas, que “Allahu akbar” NO SIEMPRE tiene que ser preludio de un atentado terrorista. Si estuvo afortunado, o no, lo dejo a vuestro criterio. La cuestión es que al islamismo le ha salido una complicación muy tonta por intentar adaptarse a los nuevos tiempos.

                Los católicos también tienen sus complicaciones a causa de la modernidad. Parece ser que sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, ha habido sacerdotes que se han dedicado a dar hostias sin gluten. Imagino que esos buenos párrocos lo habrán hecho por mor de evitar complicaciones a sus feligreses celíacos, lo que parece de todo punto encomiable. Ahora bien, Su Santidad el Papa ha dicho que de eso nada, que las hostias deben darse como se han dado toda la vida, con su gluten y todo. Puede parecer que en este caso el Vaticano peca de falta de sensibilidad, pero yo opino que se han quedado demasiado cortos en su censura. Los cristianos no toman las hostias así, recién salidas del horno, las toman consagradas; y si el misterio de la Transubstanciación no ha cambiado desde que yo  estudiaba el catecismo, que podría ser pero no he oído nada, lo que toman es literalmente, así lo dice el Dogma, la carne de Cristo. Y la carne no tiene gluten. De ser yo el Jefe de la Sagrada Congregación Para la Doctrina de la Fe, cosa que me encantaría, no solo prohibiría las hostias sin gluten, sino que suspendería A Divinis a todos los sacerdotes que las hayan repartido, por no tener esa cuestión tan trascendental en cuenta. Además, si tan modernos quieren ponerse ¿Qué pasa con los católicos veganos? ¿Habría que hacer una consagración aparte para que el pan se convirtiese en el tofu de Cristo? Porque en estas cosas se sabe en donde se empieza, pero no en donde se acaba.



                Tampoco pueden comprarse las hostias así, al turuntutún, ha dicho el Papa, que en esto también se han dejado llevarlos sacerdotes por los cantos de sirena de Internet. Entran a la web y compran lotes de hostias de oferta, sin saber quien las ha hecho ni como, y eso si que no puede ser. Muchas de ellas, según dicen en la Curia, las hacen los mismísimos chinos, que ya se sabe que el que no es pagano es ateo a más no poder. Eso de consagrar cualquier oblea se va a acabar. A comprárselas a las monjitas, como toda la vida, que así se sabe que están hechas con la devoción debida y, de paso, se queda el negocio en casa.

                De los judíos, de momento, no tengo nada que decir. Aparte, naturalmente, de que a los ultraortodoxos les sientas espantosamente mal esos tirabuzones que llevan colgando a ambos lados de la cabeza, por no hablar de los sombreros, que algunos son  como rollos de moqueta negra puestos en la cabeza. Yo  cuando los veo no sé nunca si son devotos judíos o tapiceros ambulantes.



                         Vamos a ver, señores religiosos, déjense de modernidades, que no hay que confundir el culo con las témporas, que la religión es de Dios, pero las nuevas tecnologías son del César.
                     

                

domingo, 16 de julio de 2017

CATEDRAL STORE

          Parece que las catedrales españolas están empezando a estar en peligro de extinción. Los concejales de la CUP en el Ayuntamiento de Barcelona han propuesto la “expropiación forzosa y socialización” de la Catedral de Barcelona, para instalar en ella un economato y una escuela de música. Yo recuerdo cuando, hace muchos años, se puso de moda en España la música de Luis Cobos. Luis Cobos “versionaba” piezas de música clásica, daba igual Beethoven, Mozart, Albinoni o cualquier otro compositor que a él se le antojase; a todos les ponía ritmo de tararintanchin y le salían los discos como churros. Lamento decir que tuvo un éxito fulgurante. Recuerdo que una amiga mía defendía a capa y espada esas “versiones” de Cobos, esgrimiendo el argumento de que de ese modo tararintanchinizado se acercaba la música clásica al pueblo. Para rebatirle, si es que hacía falta, yo ponía el ejemplo de instalar un Burger King en la Capilla del Condestable de la Catedral de Burgos, para acercar al pueblo el gótico flamígero. En aquellos tiempos el asunto resultaba absurdo, pero parece que ahora no tanto.

         Yo estoy a favor de que las catedrales pasen a ser de titularidad pública, pero socializarlas forzosamente y poner dentro un economato me parece algo excesivo. Además ¿Por qué precisamente un economato? Lo de la escuela de música lo veo más razonable porque, al fin y al cabo, siempre ha habido escolanías en las catedrales. Con lo moderna que se puso la Iglesia después del Vaticano Segundo, lo mismo hasta le parece bien al Santo Padre que se cante el kyrie a ritmo de reggaetón. Eso podría ser. Pero lo del economato no lo veo. Hay que imaginarse el yogur griego apretujado entre un “Ecce Homo”” y un “Noli me tángere”, que dará hasta miedo acercarse. El sitio apropiado para el fiambre estaría al lado de las tumbas, digo yo, y tiene que dar mucha impresión comprar chorizo de Cantimpalos bajo los restos mortales de Ramón Berenguer y Almodís de la Marca. Quizás podrían aprovecharse las estaciones del Vía Crucis para poner los clásicos carteles de “productos de limpieza”, “congelados” o “pastas y arroces”. Pero visto así, en su conjunto, no lo veo. ¿No sería más práctico expropiar forzosamente y socializar directamente los economatos? Y si quieren hacerse los modernos y originales, que socialicen las escuelas de música para poner economatos y los economatos para poner escuelas de música. Eso salvo que los economatos y las escuelas de música estén ya todos socializados, que podría ser.



          Hay que reconocer que el uso de las catedrales ha ido variando con el transcurso de los tiempos. En la Edad Media se celebraban en ellas “La fiesta de los locos”, que era como unas saturnales pero a lo salvaje, y “La fiesta del asno”, en la que metían un burro hasta el mismísimo presbiterio. Las locuras carnavalescas terminaron por ser prohibidas, pero lo del asno en el presbiterio parece que les cuesta más eliminarlo. De otro modo no se explican las declaraciones de algunos obispos. Y en cuanto a la propuesta economatizadora de la CUP pues, que queréis, la veo también más propia de asnos que de locos.



        Otra catedral que está en solfa es la Córdoba. Resulta que los astutos canónigos catedralicios han registrado la catedral a nombre del Obispado, por el precio simbólico de 30 euros (puede que pensando en Judas Iscariote, aunque este punto no está confirmado). Ahora el Ayuntamiento quiere que la titularidad del edificio sea pública, cosa que me parece de lo más razonable. Pero dice el obispo que no, que a ellos se la regaló Fernando III el Santo y que nanai de la China. Eso de remontarse a un rey medieval me parece algo tramposo, porque por muy santo que fuese el fenecido monarca, tampoco sabía nada de cosas modernas ni de lo que pasaría cientos y cientos de años después de haber palmado. Que me digas Alfonso X el Sabio podría ser, pero Fernando III precisamente por ser santo no podía estar muy al tanto de las cosas del mundo. Para resolver el problema yo creo que lo mejor sería expropiar forzosamente y socializar la catedral de Sevilla para poner una escuela de sevillanas y otro economato, exhumar los restos de Fernando III, poner una mercería en el hueco, y ver si por casualidad le enterraron con su testamento y últimas voluntades (ambos originales) para, de ese modo, dejar definitivamente zanjada la cuestión.



          Mientras se resuelve el problema de la titularidad se le presenta al obispado de Córdoba, que es que no ganan para disgustos, la petición de que autorice el culto musulmán en el recinto catedralicio porque, al fin y al cabo, antes que catedral fue mezquita y eso de que se dedique exclusivamente al culto católico es muy anti-multiculturalista y muy poco respetuoso con las minorías religiosas. Que los cultos religiosos se mezclen o se dejen de mezclar es un asunto que no me quita el sueño. Con todo, me resulta llamativo que los musulmanes sean tan multiculturales en Occidente y tan monoreligiosos en sus países de origen. Insisto en que yo no digo ni que sí ni que no a que los musulmanes tengan su espacio de culto en la catedral de Córdoba, que es grandísima además, pero no estaría mal que predicasen con el ejemplo. Ahí tenemos en Estambul la Iglesia de Santa Sofía, que ya no la usan ni de mezquita, pero que ni en sueños se les ocurre permitir a los cristianos volver a practicar el culto en ella. En Damasco, caso de quedar algo en pie en Damasco, está la mezquita de los Omeyas, antigua basílica bizantina ¿por qué no empezar en ella esa encantadora fraternidad cultual? Como no soy moderno, pues no entiendo bien ese empeño de exigir tolerancia en casa del vecino mientras practicamos la intolerancia en la nuestra.

          Seguramente mis planteamientos estén equivocados, o no siguen el carril de las ideas aceptadas, lo que en la actualidad viene a ser lo mismo. Quizás la propuesta de la CUP no sea una memez descabellada, pero, si es así ¿Por qué solo la catedral de Barcelona? Expropiemos forzosamente y socialicemos todas las catedrales de España para dotar al país de la mayor red de escuelas de música y economatos del mundo entero. Y en las que hayan sido mezquitas, reservemos una capilla para el culto musulmán y que el economato sea halal. Y los cristianos, pues que se le va a hacer, que se busquen un hueco para rezar en algún economato sin socializar. Con esta ola de calor puede que no sea mala idea celebrar los oficios en la zona de congelados.

lunes, 3 de julio de 2017

IMAGINACIONES

Últimamente el trabajo en la biblioteca me recuerda un poco al de cajero-reponedor de supermercado. Desde que Absis lo tiene todo controlado, no hay más que pasar el código de barras por el lector y reponer los libros a sus correspondientes estanterías. Naturalmente me refiero a mi trabajo, no al de mi jefa, que se pasa la pobre el día catalogando, poniendo tejuelos, organizando talleres y demás cosas propias de sus funciones. Con todo, siempre hay alguna variedad que anima un poco el día. 



Hoy, por ejemplo, ha venido un señor muy amable a preguntar si unos libros que había tomado en préstamo en la Biblioteca de Santander, podía devolverlos en la nuestra. Que vamos a ver, es como decir que quieres devolver en Zara una camisa que te has comprado en El Corte Inglés. Le dije que no, pero con una amable sonrisa. Ya se sabe que la gente tiene ideas muy peregrinas sobre los libros y la cultura.

A última hora se ha presentado una señora muy enérgica y algo acelerada, eso me ha parecido, preguntando por el horario de cierre. Cuando le he dicho que a las 14.00 (eran las 13.45), en lugar de decirme que qué bien, que llegaba a tiempo, me ha arrojado a los mismos morros un escatológico “Ah, bueno, entonces voy primero al baño”. Todos hemos pasado muchas veces por esos aprietos de vejiga, en los que tienes que decidir si hacer la gestión que sea, y mearte encima, o ir a buscar alivio al baño y que sea lo que Dios quiera, pero raramente lo expresamos con tanto desparpajo. El caso es que me alegró, la verdad, que el horario de verano le permitiese a la señora miccionar completamente a sus anchas y tomar prestado un libro, devolverlo, o lo que fuese que quería hacer. Pero poco después vuelve, se apoya en el mostrador y va y me dice: “El jueves voy a tener un problema”. Como no tenía aspecto de pitonisa a lo Aramís Fustér, ni de gitana con laurel, ni de quiromántica, ni de practicante, en fin, de cualquier otra “mancia” que se os ocurra, supuse que aquel “el jueves voy a tener un problema” no pretendía ser una demostración de sus dotes adivinatorias, sino algún aviso de catástrofe que, al parecer, incumbía de algún misterioso modo a la biblioteca (o no). Por otra parte allí se resuelven problemas asociados con la lectura o el préstamo de libros, pero no  los problemas en general, así al turuntuntun problemático de la gente. Y da igual que sea el jueves o cualquier otro día de la semana (sábados y domingos cerrado). Empecé a pensar ni no me habría tocado en suerte una de esas locas que se dedican a contar sus desgracias al primero que se les pone a tiro y que no hay forma de quitárselas de encima. Y todo esto a cinco minutos de mi hora de salida, que ya es mala suerte. Algo de ese espanto se debió de abrir paso hasta mi cara de absoluta perplejidad, porque la señora se dignó informarme: “soy la sustituta de la chica de la limpieza”. Bien, todo aclarado: se limpia primero el baño, después el resto y el jueves ya veremos.

Que digo yo si no me convendría ponerle puertas a la imaginación, para evitarme disgustos.