domingo, 14 de agosto de 2016

SERÁ EL CALOR

          Hace unos días me pasé por la Biblioteca Municipal de Renedo a devolver un libro y, ya de paso, ver si pillaba algo interesante para leer. Carmen, la bibliotecaria, es uno de los pocos lujos culturales que tenemos en el pueblo. La pobre está siempre agobiada de trabajo y sufre la falta de medios que es característica de las instituciones culturales públicas de España. A pesar de todo, siempre saca tiempo para recomendarte un libro, comentarte las novedades del mes y cualquier otra cosa que podamos necesitar los usuarios. Pero resulta que Carmen ha cogido unas semanas de vacaciones, por lo que me atendió la persona que la sustituye, que no es lo mismo ni de lejos. Para empezar me dijo que devolvía el libro fuera de plazo, lo que podría jurar que es radicalmente falso. El problema es que si devuelves fuera de plazo, te castigan a no poder tomar otro libro en préstamo por un periodo de diez o doce días, no recuerdo bien, y yo quería llevarme uno. La chica no daba la sensación de ser precisamente el colmo de la simpatía, y  pensé  que intentar rebatir su taimada acusación de retraso iba a terminar, muy probablemente, en una discusión desagradable. Yo detesto discutir con desconocidos, porque no conozco sus puntos débiles; y detesto aún más discutir en verano, porque es muy fastidioso añadir el acaloramiento personal a la temperatura ambiente, que ya  de por sí me agobia mucho. A la vista de las circunstancias se me ocurrió la astuta añagaza de anotar el libro (que estaba decidido a llevarme como fuese) a nombre de mi hermana Verónica, que también es socia de la biblioteca. Mi propuesta no pareció ser muy del agrado de la señorita sustituta, porque frunció el ceño visiblemente y, con evidente ánimo de rechazarla, me dijo que sí, que podía pero solo “si se sabe los apellidos…”. Así, como suena.

          Yo soy miembro de familia numerosa y tengo que reconocer que soy muy despistado, pero estoy seguro de que si mis hermanos y yo no nos apellidásemos igual me acordaría, aunque reconozco que eso la señorita no tenía por qué saberlo. Por otra parte es verdad que en estos tiempos en los que la gente se casa y se divorcia tanto, puede darse el caso de que dos hermanos tengan uno de sus dos apellidos diferente, pero muy mal se tienen que llevar para no saberlos. Tan desconcertado me dejo la sustituta con su respuesta que estuve a punto de llamar a mi hermana para preguntarle. Afortunadamente reaccioné a tiempo para contestar con un escueto y estupefacto “sí”.

         Dice mi hermana Carmen que eso es imposible, que sería una broma pero, claro, es que ella no vio la expresión de pocos amigos de la señorita. Lo que yo creo es que le daba pereza anotarme el libro y me soltó el “si se sabe los apellidos” para dejarme noqueado y sin libro. La estratagema no es de las más brillantes que yo he visto, pero estoy seguro de que eso es exactamente lo que ocurrió.


          A mi hermana se le despegó el otro día una patilla de unas gafas. Ni corta ni perezosa se acercó hasta la óptica para ver si podían arreglarle la chapuza. Según me contó después, la atendió muy amablemente una señorita que, cogiendo con una mano las gafas y con la otra la patilla despegada, le dijo con rotundidad científica:”esta patilla se ha despegado”. Así, sin pasarla por una maquina ni nada, al primer vistazo. No se puede negar que el diagnostico daba toda la sensación de ser acertado, pero me parece muy imprudente precipitarse tanto en un asunto tan delicado e íntimo como es la separación de una patilla de sus gafas. Hay que tener mucha experiencia en asuntos de gafas y patillas, y ser muy sagaz en líneas generales, para deducir al primer vistazo que era la patilla la que se había despegado por el simple hecho de verla separada del resto de las gafas. Bien pudiera ser que en realidad fuera el resto de las gafas el que se hubiese separado de la patilla. El tema podría dar hasta para una discusión filosófica. Afortunadamente la perspicaz señorita zanjó la cuestión de un tajazo y al primer golpe de vista.

          En una de esas excursiones que hago algunas veces a las más remotas latitudes de Movistar TV, me encontré ayer con que el docto comentarista de un canal ultracatólico explicaba a sus oyentes, y a mí, que el Norte de África está habitado por árabes, bereberes y demás gentes musulmanas, pero que el África Subsahariana, por el contrario, la habitaban principalmente afroamericanos. Yo siempre he tenido la idea, evidentemente absurda por lo que veo, que en esa zona del continente vivían negros, gente de color (oscuro) o como mucho afroafricanos. Ahora resulta que no, que en un masivo movimiento de retorno los negros de EEUUAA han colonizado, o reconquistado o simplemente ocupado por la fuerza todo el África Subsahariana. Me parece raro que Eduardo Inda o Francisco Marhuenda, tan atentos siempre a los peligros que para la civilización occidental suponen los grandes movimientos migratorios, hayan pasado por alto un éxodo tan abrumadoramente multitudinario. Me pregunto quién vivirá ahora en Harlem, caso de vivir alguien. ¿Lo habrán reocupado los americoamericanos? ¿Estará vacío? ¿Estaremos llevando la corrección política hasta extremos tan ridículos? No se sabe.

          Para terminar citaré a una doctora en derecho, española convertida al Islam. Preguntada sobre la situación de las mujeres en países como Arabia Saudita, en donde ni conducir pueden, contestó ni corta ni perezosa que ese tipo de cosas hay que verlas en su contexto. Que no se puede decir, así al turuntutun, que fíjate tú que no las dejan conducir, que eso es muy imparcial y muy inexacto y que denota una escandalosa ignorancia sobre la sociedad saudí. Yo la miraba fascinado, con su perfecto traje sastre, su pelo al viento, su doctorado en derecho y su hablar en televisión a cara descubierta, tratando de descubrir en donde estaba la broma. Pero no, no había broma. No pueden conducir (ni prácticamente hacer ninguna otra cosa), eso es verdad, pero “quizás hay cosas que lo compensan”. Chúpate esa.

          Que digo yo que si el calor nos estará descoyuntando las mismísimas meninges, a algo así.

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