sábado, 25 de junio de 2016

POLLING STATION



          Allá por los años de mi juventud era yo muy aficionado a leer libros de historia. Imbuido hasta las trancas del espíritu del “Quien no conoce bien su historia, está condenado a repetirla”, devoraba todo lo que pillaba sobre nuestros antepasados y sus cuitas. Más tarde me pilló esa avalancha del “revisionismo histórico”, que consistía fundamentalmente en decir que era malo lo que nos habían dicho que era bueno, que los antiguos y gloriosos hechos no eran más que tapaderas de los motivos más ruines y miserables y que todo, entonces como ahora, se movía solo si estaba engrasado con dinero. A esa tendencia generalizada, se añadía en España la circunstancia de que al haber cargado tan exageradamente las tintas el franquismo en las Glorias de la Patria, la democracia creyó su deber hacer todo lo contrario, elevando la leyenda negra a unas cotas que ni en sueños llegaron a imaginar sus inventores. Este exceso de revisionismo provocó un revisionismo del revisionismo y así sucesivamente. Están también los nuevos descubrimientos y reinterpretaciones que mandan al desván de los trastos viejos todo lo que siempre se consideró cierto y probado, con ese olímpico desprecio hacia todo lo anterior que es típico de quienes ven en el progreso un bien absoluto. El caso es que entre tantos dimes y diretes, tanto contra y tanto pro, tanta revisión y contra revisión, he llegado a creer que lo se llama Historia, lejos de poder ser considerado algo cierto y asentado, no es más que la proyección hacia el pasado de los puntos de vista que estén de moda en cada momento.


         De aquellos tiempos de estudiante de historia me viene ahora a la cabeza el concepto de “Espléndido aislamiento” (Splendid isolation) que practicó el Reino Unido en los últimos años del reinado de Victoria. Y es que siempre que los británicos han tenido miedo a perder hegemonía, o poder económico, o lo que sea, se vuelven sobre si mismos y le echan la culpa de todo al extranjero. Cuando se dan cuenta de que solos tampoco pueden, regresan a lo bestia y hacen Ententes Cordiales, se meten en la Gran Guerra y la lían parda. Son cosas de ellos. Ahora les ha dado por ese “Brexit” que les conduce de nuevo a la isolation, aunque es más que dudoso que en el presente caso sea splendid.


          Lo primero que tengo que decir sobre ese referéndum es que difícilmente podía haber salido un resultado distinto en un país que llama a los colegios electorales “polling station”, que dice el traductor de google que significa “estación de la interrogación”. Es notorio que los ingleses son muy excéntricos a la hora de hacer y decir las cosas, pero esa “estación de la interrogación” es llevar las cosas demasiado lejos. ¿Qué estación es esa? ¿Primavera, verano, otoño, invierno, interrogación? ¿Santander, Torrelavega, Palencia, Valladolid, Madid-Cahmartin, Interrogación? Ese “station” induce claramente al movimiento, a la salida en este caso. Lo de “polling” no sé cómo abordarlo sin caer en la grosería, porque si al pasar la tarde viendo la tele le llamamos “sofing”, si cuando nos despatarramos en una tumbona hacemos tumbing, cuando hacemos polling… hacemos polling y que Dios nos perdone y Santa Lucía nos conserve la vista. No me parece improbable que a la vista de las “polling station” muchos británicos de bien hayan pensado que se trataba de ir a cascársela a la estación, con el joder a Europa como fantasía sexual, que para ese tipo de filias tienen la imaginación muy calenturienta los súbditos de Doña Elizabeth, con el fastidioso resultado de que por tocarse ellos la polling, nos está tocando los cojones a los demás.


         Tampoco ha sido acertado sustituir el British Exit, claro y rotundo, por esa abreviatura Brexit, que parece como que le quita importancia a la cosa. Un Brexit es como un Bruch, un ni sí, ni no, un no se sabe bien qué. Es una ambigüedad muy peligrosa para tratar temas tan serios. Si en España hubiésemos llamado “Cataladeu” a la independencia de Cataluña, o “Euskoagur a la de Euskadi, es fácil que el Congreso de los Diputados les hubiese aprobado ya la secesión, sin darse cuenta. Al pan, pan y al vino, vino. Si de lo que se trata es de ir al colegio electoral a votar sobre la salido de Gran Bretaña de la Unión, pues dices: “Go to electoral college to vote about the departure of the United Kingdom from de UE”. Con un enunciado tan largo y terminante los ingleses, que detestan lo rimbombante y tratan de eludir las repuestas directas más que los gallegos, que eso lo sé yo porque lo he visto en Downton Abbey, pues se hubiesen quedado en casa tan ricamente tomando el té, o hubiesen votado mantenerse dentro de la UE por aquello de no cambiar las cosas, que es igualmente muy británico. Pero claro, van y les dicen:”tira pa la polling station pa lo del Brexit” y los pobres chiquillos no ha sabido ni lo que hacían.


          Hay que tener en consideracion otro factor y es  la cuestión de que las reinas británicas tienen la manía de hacerse viejísimas en el trono. En la época de la Splendid Isolatión la reina Victoria llevaba ya ni se sabe los años amargando la vida a todos los que tenía alrededor. Tan pequeñita, tan tremendamente oronda y tan repujada de diamantes, Victoria parecía una bola de discoteca, de esas que hay que quitar para modernizar el establecimiento, pero que da pena porque llevan allí toda la vida. Si se hubiese muerto unos años antes lo más probable es que en Londres, entretenidos con los funerales y la coronación, ni se le hubiese ocurrido “isolarse”, porque a los ingleses el despliegue de los esplendores de la monarquía le chifla más que el After eight. Pero claro, con aquella señorona de luto que lo único que hacía era ir de Windsor a Balmoral, y de Balmoral a Windsor, llorando como una posesa la muerte de su marido, no había suficiente entretenimiento, y para no aburrirse decidieron inventar la Splendid Isolation, a ver qué pasaba. Isabel II también ha cogido la perra de matusalenizarse con la corona puesta. A diferencia de su tatarabuela, Doña Isabel no es viuda; y se cuenta que el carácter autoritario y las meteduras de pata de su marido avinagran la existencia de su parentela y entretienen al pueblo, a partes iguales. Asimismo ha tenido la  monarca la habilidad de parir a una pandilla de descerebrados que entre divorcios, infidelidades, derroches y dislates varios han amenizado mucho el cotarro real. Pero el repertorio de los escándalos parece que ya no da para más y la reina sigue reinando. El resultado de ese insensato apego al trono y a la vida, no sabría decir en qué orden, empiezan sus buenos subditos han vuelto a ser presa del hastío. Y ha sido por eso, y nada más que por eso, que se inventaron el Brexit. Para no aburrirse.


          La cuestión es que los británicos se han largado, provocando con su marcha un terremoto en las bolsas y una gran preocupación en los gobiernos, aterrorizados pensando en un posible “efecto dominó”. Todo un bamboleo enloquecido que hace reflexionar sobre la firmeza de nuestro sistema. En el propio Reino Unido dicen los escoceses que si Gran Bretaña se va de Europa, ellos se van de Gran Bretaña; y los galeses que si se va Escocia, pues puede que ellos también se larguen. Dicen que este furor por cambiar las cosas, en Gran Bretaña y en todos los sitios,  es consecuencia de la crisis económica y es probable que así sea. Yo, sin ser inmovilista, pienso como San Ignacio de Loyola: “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”.

domingo, 19 de junio de 2016

TELERELIGION



          Dicen que la belleza que verdaderamente importa es la belleza interior. Claro, si nos ponemos a mirar a un cabracho, la cosa sale rodada; pero si nos dedicamos a escuchar “La noche transfigurada” del bendito Schoenberg, que Dios tenga en su Gloria, eso de que la belleza va por dentro, o por fuera, o por cualquier sitio, requiere sin duda alguna un mayor esfuerzo de fe. Ya si nos lanzamos a oír su indescriptible ópera “Moses und Aarón” la cosa va muy a mayores. Solo con escuchar el primer acto tiene uno material para tres o cuatro meses de espantosas pesadillas. Rara vez me acuerdo yo de Schoenberg, pero resulta que me he enterado esta mañana, viendo la televisión, que el Teatro Real de Madrid ha programado un mes de “Ópera Judía”, con, precisamente, “Moses and Aarón” como representación estrella. Que los directores de los teatros de ópera europeos dediquen meses a trastornar los sentidos de los pobres abonados programando esa delicia llamada “música contemporánea”, adornándola con unas puestas en escena completamente enloquecidas no es, por desgracia, ninguna novedad. Lo que me ha llamado la atención es eso de la “Ópera Judía”, de cuya existencia no tenía hasta ahora la menor noticia.

           ¿Qué será "Opera Judía? Quizás sea ópera kosher, pero me extrañaría mucho porque jamás de los jamases he visto yo una ópera en la que un carnicero se dedique a sacrificar vacas o corderos, ni desangradas totalmente ni sin desangrar, ni con pezuñas partidas o sin partir, ni que sean rumiantes o no rumiantes, ni que, en resumidas cuentas, se adapten o se deje de adaptar a las estrictas normas alimentarias del Pueblo Elegido. Pero como para cualquiera que haya visitado el museo judío de Berlín, o el de cualquier otra parte, habrá resultado evidente que los judíos han siempre los más habilidosos, los más inteligentísimos y los más relistos, que si les hacemos caso han inventado desde la rueda hasta el zapatófono del Superagente 86, pues igual resulta que también han inventado la ópera. En cualquier caso el asunto es resbaladizo, porque ya le llaman a uno antisemita hasta por decir que no le gustan los niños con tirabuzones. Por otra parte, como no tengo intención de asistir a las funciones del Real ni el mes judío ni más adelante, poco me importan las mamamarrachadas que se les ocurra programar a sus directores.


         Lo que me dejado algo patidifuso, sorpresa sobre sorpresa y sobre sorpresa una, es que la noticia la he escuchado en uno de esos programas que Televisión Española ofrece a las distintas confesiones religiosas para que puedan hacer apología de sus diversos dioses y morales. La razón por la que los directivos de la cadena consideran que las únicas religiones con presencia en España son la Evangélica, la Católica, la Judía y la Musulmana es otro de los muchos misterios sin resolver que nos proporciona el solar patrio, pero así son las cosas. Ahora bien, si de lo que se trata es de que difundir la palabra de Dios ¿Qué es eso de pasarse el programa entero hablando de ópera, sea o no judía? Alguna vez he oído decir que hay aficionados al bel canto que van a ver a sus divos y divas con un auténtico fervor religioso, pero nunca creí que la cosa hubiese que tomarla tan literalmente. Cuando era pequeño me enseñaron en la catequesis que el Dios de los católicos está en todas partes. Conociendo como se las gastaba el Iahvé del Antiguo Testamento, que tenía unas malas pulgas de aquí te espero, supongo que no habrá querido ser ni más ni menos omnipresente; y por lo tanto  estar en la sinagoga, sí,  pero también en la ópera, entre sartenes como la Santa o en la mismísima cumbre del Kangchenjunga. Vistas así las cosas se comprendería que un programa de religión judía hablase de ópera o, ya total, de “Sálvame de Luxe”, que es un programa en el que se dan unas cuchilladas tan sangrientas los unos a los otros que estoy seguro de que la Esteban es Kosher desde hace tiempo.


         Picado por la curiosidad decidí quedarme a ver lo que se decía en los espacios de las tres “religiones mayoritarias” restantes. Bueno, pues resulta que los musulmanes, en lugar de decirnos que vayamos a La Meca, nos arrodillemos en una alfombra unas cuantas veces al día, respetemos el Ramadán, no comamos cerdo y no pimplemos, como sería de esperar, dedicaron todo su tiempo a una feria que promocionaba el turismo en los países árabes. Y vuelta la burra al trigo ¿Qué hay de religioso en una feria de turismo? ¿No se estará confundiendo el culo con las témporas? ¿No estarán liando la gimnasia con la magnesia? (Por cierto ¿qué coños es la magnesia?). Pienso con preocupación  en todos esos padres musulmanes diciéndoles a sus hijos que vayan al salón a ver el programa, en la confianza de que serán debidamente instruidos en los principios de su religión. Y pienso también en su pasmo atónito y desconcertado cuando las criaturas, en lugar de volver a la cocina recitando alguna poética azora, les canten de memoria los precios comparados de los hoteles de Túnez y de Abu Dabi. No seré yo quien se oponga a una cierta adecuación del Islam a los tiempos modernos, pero una caída tan radical en los brazos del laicismo va a dejar a los fieles bastante patidifusos, creo yo, sin saber si los viernes es mejor ir a la mezquita o a Viajes El Corte Inglés.


         Los católicos se pasaron el rato haciendo cábalas (lo que en mi opinión hubiese sido más propio de los judíos) sobre la dirección que tomará el voto de sus fieles en las próximas elecciones. Sin llegar a poner en la boca de los televidentes la papeleta del PP, al menos no con descaro, recordaron la obligatoriedad de defender la vida, el verdadero matrimonio y todas las demás cosas que los obispos quieren imponer a la sociedad civil. Del Evangelio, ni una palabra (de Dios). Sin llegar a justificar esa extravagancia de dedicarse a hablar de política en el tiempo que les conceden para hablar de religión, entiendo hasta cierto punto que los católicos lo hagan. En primer lugar porque los obispos jamás han visto la diferencia entre la una y la otra, y en segundo porque a ellos se les concede ración doble de programación, ya después de su espacio, viene la retransmisión de la misa, con su lectura del Evangelio, su homilía y su todo. Eso suena mucho a jugar con ventaja, pero no quisiera yo levantar falso testimonio.

         En honor de la Iglesia Evangélica tengo que decir que hablaron de la Biblia y nada más que de la Biblia. Y es que hay que ver la obsesión que tienen los evangélicos con pasarse el día leyendo la Biblia.Alguien debería decirles que no está mal empezar por leer best-sellers, pero que hay que ir avanzando poco a poco hacia la buena literatura.Pero justo es reconocerles que utilizaron su espacio para lo que se supone que está concebido. Si es por honestidad o por hacerse los interesante no sabría decirlo.


         En buena lógica deberíamos preguntarnos por qué los responsables de programación de Televisión Española-La Dos permiten esos usos mercenarios de los espacios religiosos. Y si lo permiten, si están de acuerdo, me parece que son culpables de agravio comparativo. ¿Por qué los sintoístas que haya en España no tienen derecho a un programa religioso en el que poder promocionar el “Mes de Teatro Kabuki” en los Teatros del Canal? o los budistas a ofrecer 15 días en Bangkok y Phuket con pensión completa por 800 euros; o los Neocatecumenales pedir el voto para VOX. Claro que, en buena lógica, la televisión del estado no debería emitir espacios religiosos. Pero para eso necesitaríamos vivir en un estado aconfesional lo que, pese a lo que diga la Constitución, no es el caso.

viernes, 10 de junio de 2016

MISCELÁNEA


         Ya he dicho alguna vez que una de las cosas más fastidiosas de la vida cotidiana moderna es hacer cola en la caja del supermercado. Por alguna razón desconocida somos incapaces de aguantarla con paciencia. A lo largo del día perdemos el tiempo de las más diversas formas y maneras, pero el que perdemos en la cola del súper nos parece siempre el más precioso, el más imprescindible. Todos estamos deseando que llegue el momento maravilloso en que la cajera, sin dignarse a darnos los buenos días y mientras habla a gritos con su compañera de la caja de al lado, empiece a manipular nuestra compra como si la tuviese rabia. Yo propondría para las próximas olimpiadas la modalidad de lanzamiento de productos contra clientes, porque es desde luego cosa maravillosa ver la energía que ponen esas mujeres cuando empiezan a bombardearte con latas de tomate y paquetes de macarrones. Lo que un momento antes era tu compra, se convierte en un depósito de municiones repleto de peligroso proyectiles que la cajera dispara con inclemente regularidad. En menos que canta un gallo te encuentras con todo amontonado y algunas veces medio despachurrado, mientras estás todavía sudando con esas malditas bolsas que no hay Dios que las abra. Es justo el momento en el que la cajera te dice sin mirarte que son 35, 67 euros, coge las bolsas con displicencia, las abre sin dificultad mediante algún procedimiento mágico que solo ellas conocen y te mira con cara de desaprobación, así como diciendo:¿Qué coños haces aquí todavía? Paga y jospa.


         En esas circunstancias tan hostiles y estremecedoras se agradecen mucho los pequeños gestos de cortesía. Es normal ceder tu turno en la fila si ves que la persona que va detrás de ti lleva solo el pan, o un litro de leche, o el Avecrem que se le olvidó coger cuando hizo su compra. Yo lo hago siempre; siempre que no me toque una de esas personas que se creen con derecho a que lo haga. Es esa gente que se te pega a la espalda y sopla y resopla con cara de mala leche, que pasea su mirada de vinagre sobre tu compra, te mira con un poco de altanería, mira después su botella de aceite y vuelven a soplar y resoplar con aire de resignación malhumorada. Cuando eso ocurre no solo no les cedo el turno, sino que soy especialmente meticuloso a la hora de colocar mi compra, tardo todo lo que puedo en encontrar mi tarjeta en la cartera y pongo en práctica todos los demás trucos dilatorios que se me vayan ocurriendo sobre la marcha. Poco me importan las miradas de rencor reconcentrado que me lanza la cajera, porque las compensa con generosidad el fastidio de quien va detrás. No concibo cosa más descortés que exigir cortesía a los demás con malos modos. Ni más absurda.


          Ayer me ocurrió algo parecido, pero en versión terraza llena. Cuando hace buen tiempo me gusta mucho tomar un café en la terraza de Bourbon, que a primera hora suele ser un sitio tranquilo, leyendo el periódico y fumando. Cuando hube terminado de hacer las tres cosas y estaba pensando en recoger mis trastos y marcharme, me percaté de que una pareja de cierta edad estaba lanzando unas miradas de ofendida indignación que iban de mi taza de café, vacía, a mi periódico, doblado encima de la mesa, pasando por mi mismísima cara. No hacía falta ser un experto en comunicación no verbal para darse cuenta de que me estaban echando maldiciones, indignados por el hecho de yo, que ya había terminado mi café, ocupase, yo solo, la mesa en la que ellos ansiaban hacer descansar sus posaderas. Ante ese ataque de hostilidad desconsiderada, hice lo único que podía hacer: saqué mis gafas de su estuche, desdoblé el periódico y me puse a hacer como que leía un artículo que ya había leído. Tengo que decir que me hizo sentir algo culpable el hecho de que Juan, siempre atento a la comodidad de sus clientes, se vio obligado a sacar y colocar una mesa para la desagradable pareja aunque, eso sí, en un sitio mucho peor que el mío. Una vez lanzado por los caminos de la maldad, no pude menos que redondear debidamente la faena. En el mismo momento en que les vi sentados en su mesa, recogí ostensiblemente mi periódico, mi tabaco y mis gafas, me levanté y me fui, acompañado por una nueva andanada de miradas mucho más descaradamente malévolas en este caso. Chupaos esa. Con una simple sonrisa, aunque fuese falsa, hubiesen conseguido que yo, que al fin y al cabo estaba a punto de marcharme, les cediese la mesa, pero nuevamente esa exigencia de amabilidad con su toquecito de soberbia me hizo caer en el lado oscuro de la buena educación.


          Pienso que en esa actitud mía tan desconsiderada hacia el bueno de Juan, que al fin y al cabo no tenía culpa alguna, estuvo influida por el aturdimiento que me produjo la previa lectura del periódico, que últimamente se está convirtiendo en un verdadero deporte de riesgo. Uno de los artículos ahondaba en esa impactante declaración de Pablo Iglesias de que D. Karl Marx era socialdemócrata. No cabe duda de que al punto de vista de el Sr. Iglesias se le podrá tachar de cualquier cosa, excepto de falta de originalidad. Es seguro que los pobres mencheviques hubiesen agradecido mucho esa interpretación sobre el marxismo cuando los bolcheviques se dedicaron a cazarlos como a conejos por tener tendencias precisamente socialdemócratas. Esa afición de Pablo Iglesias por lo transversal se está volviendo tan extremada que corre el riego de ser confundido con el clásico político camaleónico de toda la vida. En las antípodas de la actitud desconsiderada de los de la cola del súper o la terraza llena, Pablo practica esa exquisita cortesía a la antigua, tan parecida a la hipocresía, consistente en decirle a cada cual lo que quiere oír en cada circunstancia. Mientras tanto, dice el periódico, Pedro Sánchez reivindica para sí los títulos de propiedad de esa socialdemocracia que de repente se ha vuelto tan apetitosa. Rajoy siguen en la luna de Valencia de las cifras macroeconómicas. Rivera, según parece, intenta maquillar “sus propuestas más polémicas”. En el resto de la crónica política, más de lo mismo. Se pasaron por el forro de los cojones nuestros votos de las últimas elecciones por sus juegos de poder y sus mezquindades, pero nos piden que no nos desanimemos, que hay que volver votar con ilusión y que a ver si esta vez hacemos el favor de votar más a su gusto, que parecemos tontos.


          He leído también que el templete que cubre la llamada “Tumba de Cristo” está a punto de derrumbarse de puro ruinoso y destartalado. Como no soy cristiano no sabría decir si morir despachurrado por los cascotes en la tumba de Jesucristo se consideraría una desgracia o una bendición, pero es indudable que haría muy mal efecto de cara a la opinión pública. La causa del destartalamiento es la falta de acuerdo entre los Padres franciscanos, los popes ortodoxos griegos y los sacerdotes de la Iglesia Armenia, que se reparten mancomunadamente el control del monumento. Todos ellos prefieren que el templete se despachurre antes de perder ni un milímetro de influencia. Según me han dicho los conocidos que han visitado Tierra Santa, esa guerra de guerrillas se repite en todos y cada uno de los santuarios, ermitas, basílicas y demás templos de los que tan profusamente están poblada Jerusalén y sus alrededores. Es tanto y tan apasionado su amor por Cristo que la policía ha tenido que intervenir en más de una ocasión, cuando han confundido la mejilla propia del Evangelio por la ajena y se han liado a tortas los unos contra los otros. Los custodios de Tierra Santa predican la paz y la salvación al mismo tiempo que dedican todas sus energías a conseguir un pedacito más del pastel sagrado. En eso coinciden con los políticos españoles, que se secan la boca diciendo lo mucho que les preocupa el pueblo, pero anteponen a todo el cálculo meticuloso de sus opciones y estrategias de partido, que es lo que de verdad les importa.

           En EEUUAA un juez ha condenado a seis meses de prisión a un estudiante que violó a una compañera en el campus. El juez Aarón Persky ha considerado que “una condena de cárcel tendría un impacto severo en él (violador)”. El impacto de la violación en la vida de la mujer, si es que ha pensado en él, pues ya, total, no tiene remedio. Sería una crueldad innecesaria añadir mal al mal condenando al pobre chico a una pena de cárcel de severo impacto. Según las encuestas un 10% de las estudiantes estadounidenses declara haber sido violadas en la universidad. Nada más y nada menos que un 10%. Imagino que el pobrecito Mr. Persky estará preocupadísimo por el impacto que las hipotéticas penas de cárcel provoquen en la vida de los violadores que tengan la mala pata de ser juzgados. Por fortuna no serán muchos si a la judicatura americana le da por seguir su ejemplo.

         Toda esta selección de maravillas tenía yo en la cabeza cuando pille a los señores impertinentes mirándome con cara de fastidio. ¿Vosotros les hubieseis cedido la mesa?