jueves, 18 de febrero de 2016
AVE MARÍA
Por muchas veces que lo he leído, no veo la blasfemia por ningún sitio en ese famoso “Ave, María” que tanta polvareda ha levantado estos días atrás. Yo solo veo mala poesía. Indudablemente es soez y algo vulgar, pero eso es porque sigue esa tendencia artística e intelectual que considera que la belleza es un síntoma intolerable de elitismo y que la creación solo debe mostrar la pura y dura realidad, en la forma más descarnada y atroz posible. Quizás ese “Madre nuestra que estás en el celo” podría ser forzado hasta el punto de ser visto como una negación de la pureza de María, que es dogma para la Iglesia, y ser por lo tanto considerado blasfemo por un católico, pero nada más. Es una cuestión de estética, pero no de moral. El problema es que llueve sobre mojado, porque con demasiada frecuencia se ha hecho escarnio de lo sagrado sin necesidad, por simple diversión la mayoría de las veces, por revancha o por esa estúpida forma de esnobismo que consiste en cagarse en todo establecido para hacerse el moderno y el progresista. Si la sociedad va avanzando poco a poco en el respeto a lo diferente y en la igualdad de derechos, si ahora se consideran intolerables actitudes y formas de expresión que pueden herir la sensibilidad de las mujeres, los homosexuales, los discapacitados o cualquier otro colectivo ¿Por qué no con los católicos? Una cosa es la crítica y otra el escarnio.
Por su parte muchos creyentes han abusado vergonzosamente de términos como blasfemia, persecución y catástrofe ética cada vez que la sociedad civil ha dado un paso en el sentido de recortar los privilegios de la Iglesia, bien pocos pasos en verdad, o ha ejercido su derecho a no verse regida por principios morales propios y exclusivos de una confesión religiosa en particular. Desde la Conferencia Episcopal se insiste y machaca una y otra vez en que no hay más camino que el de Cristo y que la sociedad que no le sigue es perversa por definición; las asociaciones familiares católicas, a su vez, se apropian con descaro de la representación de La Familia, como si los no creyentes no formásemos familias perfectamente funcionales. Los católicos piden respeto, que se les debe, al mismo tiempo que afirman que su verdad es La Verdad y que todos los demás nos equivocamos o somos sencillamente malos. ¿Qué respeto es ese?
Yo siempre he pensado que es imposible un verdadero diálogo entre alguien creyente y alguien que no lo es, cuando el tema de conversación es lo religioso o lo divino. La actitud nuclear del no creyente es la duda, mientras que la del creyente es la certeza. Yo no creo en Dios pero no le niego, porque la simple imposibilidad de probar su existencia no me parece argumento suficiente. Por el contrario un católico ve en la misma existencia una prueba del poder divino, con lo que seguramente se entendería mejor con un ateo militante, dado que ambos se consideran en posesión de la verdad absoluta. De cualquier forma esa creencia en la verdad debe ser respetada, por muy ajena que sea a nuestro modo de ver la vida. Al fin y al cabo verdad y duda no son más que dos aspectos de la misma cosa. Si cualquier crítica es molesta ¿Por qué llevarla hasta extremos tan desagradables?
En el fondo de ese “Ave María”, como en el de los titiriteros de Madrid, subyace la cuestión de los límites de la libertad de expresión. Mi punto de vista es que no debería tenerlos en absoluto y que todo el mundo pudiese decir lo que quisiese, pero me gustaría que todo aquello que hiere de forma gratuita los sentimientos más íntimos de las personas, no quisiese ser dicho por nadie. Quienes se han sentido heridos por ese “poema” cuentan con mi apoyo y mi simpatía más sinceros, pero si quieren dar el paso de prohibir ese tipo de expresión, o cualquier otro, me tendrán enfrente. Mientras tanto, que se aplique la ley.
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