Un conocido mío dice que hacemos mal negándonos a ver todos esos programas que se agrupan bajo en nombre genérico de telebasura. Cree que se deben ver al menos una vez si se quiere tener una idea clara de la sociedad en la que vivimos. No porque la telebasura refleje la realidad social de España, que también, sino por la gran audiencia que suelen tener. Imbuido de ese espíritu me dispuse el otro día a telespectadorear “Gran Hermano VIP”.
“Gran Hermano VIP” es la versión first class de ese experimento sociológico al que ha vendido su alma de forma tan desvergonzada la pizpireta Mercedes Milá. Desde mi punto de vista no consiste en otra cosa que rebajar a los seres humanos al nivel de los animales que se exhiben en los zoológicos, pero si una intelectual de la altura de la Milá proclama tan alto sus bondades y sus excelencias, será que estoy equivocado. En “Gran Hermano” a secas se supone que concursan personas normales y corrientes, gente como tú y como yo. Desde fuera da la sensación de que el casting no lo pasa quien no tenga alguna tara grave en su carácter, pero como la Milá dice que no, que son gente común, será que son rarezas mías. Lo que es más difícil de digerir es ese VIP de la versión que podríamos llamar “extraordinaria”.
Como todo el mundo sabe VIP son las iniciales de Very Important Person, denominación que se utiliza en hoteles, aeropuertos y otros lugares para dar trato preferente a las personalidades que los visitan. Es imposible aplicar ese “Very” a ese conjunto conformado por presentadores de capa caída, colaboradores de “Sálvame” y restos de serie de anteriores reality shows; difícilmente se les podría considerar “Importants” y en un par de casos se dudaría bastante hasta de llamarles “Person”. De hecho yo he tenido que tirar de internet para averiguar quienes eran la mayor parte de ellos, así de “important” son.
La escenografía de Gran Hermano es muy de relumbrón, con mucho plateado y dorado y brillo al estilo de los modernos barcos de crucero "de lujo", y mucho foco de luz bailando alrededor de puertas y escaleras por las que van apareciendo los “personajes” protagonistas de todo aquello. En medio de ese esplendor de pacotilla oficia como sumo sacerdote del culto a la falta de pudor el veterano Jordi González. Jordi presenta el concurso así como si no quisiese que le salpicase mucho la mierda que allí se orea, con una especie de displicencia que está a años luz de la entrega total a la causa de su compañera Milá, que ha hecho de Gran Hermano una filosofía de vida. Yo no estoy muy seguro de que lo consiga. Tras prometernos grandes sorpresa y novedades, Jordi va dando paso por fin a la colección de especímenes que van a ser encerrados en la jaula.
La gran estrella de la presente edición es el inefable Pequeño Nicolás, ese Lazarillo de Tormes pasado por la piedra del Barrio de Salamanca que tanto estuvo de moda hace un par de años. Que la famosa picaresca española campa por sus respetos entre la clase política española nunca ha sido ningún secreto, pero nuestro Nicolasito se las apañó para ponerla en evidencia en sus aspectos más disparatados. El caso es que ahora resulta que Nicolás no es Nicolás, que es y siempre ha sido “Fran”. Toda la gala de presentación se la pasó paseando su disfraz de persona mayor, y, que Dios me perdone, su cara de pavo, de concursante en concursante, aclarando una y otra vez que él no es el Pequeño Nicolás, que él se llama y siempre se ha llamado Fran. Eso y su eterna promesa de “contar cosas” son las grandes aportaciones de Nicolás-llamadme-Fran al morbo del programa. A sus veinte añitos quizás sería mucho pedir al pobre chaval que se dé cuenta de que es una caricatura de sí mismo, pero evidentemente los responsables del programa si lo saben.
Junto con Fran ha entrado en la casa la archifamosa, que no importante pese a su opinión, “Concejala de Chicago”. Doña Carmen está muy orgullosa de ser la única política “en activo”, eso dice, que ha entrado en un reality show. Compresiva y generosa como es, se da cuenta de que su participación en el concurso le hará objeto de críticas, pero lo justo de su causa le dará fuerzas para afrontarlas con la dignidad que siempre le ha caracterizado. La ex Miss Sevilla apareció en el plató muy rutilantemente vestida con un traje rojo como el de la Barbie princesa, que se arremangaba tanto al andar que yo llegué a pensar que el plató estaba lleno de charcos. Lamento decir que ese obsesivo arremangamiento, así como si llevase las bragas bajo palio, desdecía mucho sus indiscutibles elegancia y señorío. Pero no es cuestión ponerse a criticar a una mujer que tanto está sufriendo por su inquebrantable vocación de servicio al pueblo de Castilleja de la Cuesta. Los nervios le jugaron la mala pasada de convertir esas tres carreras de las que tan ufana presumía hace tres meses, en “estudios” de derecho, periodismo y arte dramático. Son las cosas del directo.
Los profesionales de la televisión están representados por Carlos Lozano, antigua estrella del medio que parece estar bastante de capa caída. Carlos nos explicó que ahora estaba trabajando en Perú, con clamoroso éxito de crítica y público. Esa letanía del de triunfo profesional en Sudamérica o en Miami estaba muy de moda hace unos años entre todas las viejas glorias y los juguetes rotos del show business español. Yola Berrocal sin ir más lejos no paraba de decirlo entre aumento de pecho y aumento de pecho, pero en estos tiempos en que tan sencillo resulta comprobarlo yo intentaría ser algo más prudente. Por otra parte cruje un poco eso de tener tantísimo trabajo en Perú y aceptar entrar en Gran Hermano, que quieras que no siempre te rebaja un poco la imagen. Lozano es un guaperas de libro, de esos que niegan su fama de Don Juan diciendo con la boca un “no es para tanto” que desmiente con la mirada y la sonrisa. Naturalmente siguió negándolo mientras saludaba a todas las concursantas con ese aire de “sé que soy irresistible” con la que tanto hace el ridículo Arturo Fernández. Su evidente afán de hacerse el profesional desenvuelto le llevó a protagonizar dos o tres meteduras de pata muy notables, pero ese tipo de cosas son, al fin y al cabo, las que les molan en Gran Hermano. Aparte de eso se limitó a decir y repetir que volvía a España para quedarse, demostrando con ello una cruel ingratitud hacía los telespectadores peruanos que tantísimo le aprecian.
Con el resto de participantes y participantas, la verdad, me pierdo. Es un grupo de gente de esa que sale en la tele porque sale en la tele. Hijos de famosos que se van buscando la vida a base de vender sus vergüenzas en “Sálvame”, Misses y Misteres, ex novios y ex novias de famosos, o de gente que sale en la tele porque sale en la tele… De entre ese grupo tan heterogéneo destacaba el adivino Rappel, que cada día tiene más cara de abuelita desengañada, pero solo por los destellos cegadores de la pedrería que adornaba su túnica. Y un tal “Sema”, de profesión amigo de hija de famosa presidiaria. Sema se presentó con un tutú de gasa adosado a una panza de esas bailonas, con abrigo de mouton falso y una actitud de mariquita liberada de esas que tanto favorecen la imagen de los homosexuales.
Mientras toda la colección de VIP iba entrando en la casa, en el plató se afilaban los dientes el grupo de defensores y colaboradores, saboreando por anticipado las peleas, los escándalos y las revelaciones escabrosas que sin duda protagonizaran los concursantes. Hay que decir que este programa suele ser líder de audiencia, lo cual pudiera ser que explicase en parte el modo en que los políticos se ríen de nosotros en nuestras mismísimas narices. No sé, puede que al final tenga razón la Milá al llamarlo experimento sociológico.
"En “Gran Hermano” a secas se supone que concursan personas normales y corrientes, gente como tú y como yo." Estooooo, ¡ejem!
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