miércoles, 9 de diciembre de 2015

CUENTO CHINO

Cuando yo era niño estaba convencido de que todos los chinos eran de la piel de Judas. No es que hubiese nacido con esa manía incorporada, es que todos los datos que me daban sobre los habitantes del Celeste Imperio eran para echarse a temblar. Mi madre, que siempre fue muy cinéfila, me contaba una y otra vez el miedo que pasaba cuando veía, allá por los años treinta, las películas de Fu-Manchú. Fu-Manchú era el mismísimo Peligro Amarillo hecho carne mortal, siempre conspirando contra los nobles y bueno ingleses para arrebatarles, así porque sí, el dominio del mundo entero, para ponerlo a los pies ¿de quién? De los chinos. A Fu-Manchú le perdía precisamente lo refinado de su crueldad oriental. Cada vez que secuestraba al buen padre de la chica, o a la misma chica en si, cosa que ocurría dos o tres veces por película, inventaba unos artilugios tan sofisticados para matarles, unos métodos tan retorcidos y exquisitos, que siempre le daba al chico tiempo más que de sobra para rescatarles. Con esa negra influencia incrustada en el alma me llevaron mis padres al cine “Capitol” a ver “55 días en Pekín”. La película narra las vicisitudes de unos diplomáticos occidentales sitiados en sus legaciones por una banda de desalmados rebeldes Bóxer, que tenían la delirante pretensión de devolver China a los chinos, privando así a las potencias coloniales de su legítimo derecho al pillaje y saqueo que con tanta eficiencia y laboriosidad estaban llevando a cabo. Todos los diplomáticos eran buenos y nobles hasta decir basta, mientras que la emperatriz Tseu_Hi y su ministro el príncipe Tuan eran de una maldad, una doblez y una perfidia que ponía los pelos de punta. Eran de un chinesco que estremecía.

A la influencia del cine en mi percepción negativa de los chinos había que sumar la literaria. Yo tenía un libro de vidas de niños santos en la que esos mismos bóxer chinos asesinaban a venerables misioneros, junto con todos los niños que habían conseguido bautizar. Hasta a los simples catecúmenos mataban los muy bestias. Y lo hacían así como quien lava, sin remordimientos ni nada, adornando sus sangrientos desenfrenos con toda clase de espeluznantes tormentos y sacrilegios. El libro venía adornado con unas ilustraciones en blanco y negro de misioneros elevando a Dios sus beatíficos ojos, mientras un chino de aviesa mirada levantaba hacia él una espada con intenciones muy poco tranquilizadoras, al tiempo que sus compañeros se dedicaban, al fondo de la imagen, a estampanar a un niño, sin mirada beatífica en este caso, contra la esquina de una iglesia.

Sobre la China contemporánea, contemporánea de los años sesenta, me informaba a través de la edición española de Reader’s Digest, a la que mis padres estaba suscritos. La tendencia ultraconservadora del Reader’s Digest adornaba las barbaridades de la Revolución Cultural, ya de por si terroríficas, con los tintes más negros y dantescos concebibles. Con todo ese cargamento en la cabeza ¿cómo no iba yo a pensar que los chinos eran más malos que un dolor?

A pesar de mi corta edad yo pensé que había que hacer algo sobre el asunto. Mi primera profesora, la Srta. Nelly, tenía dos huchas encima de su mesa, una con forma de cabeza de negro y otra con cabeza de chino. Si echabas una peseta en la hucha, bautizaban a un negro o a un chino, a escoger, poniéndole tu nombre de pila. La tendencia en aquellos días era la de bautizar negritos, por el asunto de la descolonización de África y porque pillaban mucho más a mano, pero yo decidí que la perfidia de los chinos requería dedicar a ellos todo el esfuerzo posible. Además sabía por mi libro de vidas de niños santos que los Bóxer, con sus blasfemas tropelías, habían dejado mogollón de plazas de bautizado vacantes. De modo que cada vez que pillaba una peseta, la metía en la hucha para bautizar a un chino y curarle así, por el poder de Dios, de esa manía de ser tan malísimos que seguramente tenía origen en su bárbaro paganismo. Ya de mayor me ha dado por pensar si todo aquel asunto de los bautismos no sería una engañifa, porque yo desde luego bauticé chinos como para llenar la cuenca del río Amarillo, y hasta ahora nunca he oído hablar de ningún Emilio Txiao Ping, Emilio Chang o, que menos, un Emilio Lee. Pero luego me di cuenta que con lo prístinas y transparentes que han sido siempre las finanzas de La Iglesia, un desvió de fondos destinados a bautizar niños chinos a, pongamos por caso, una inversión de dudosa legalidad en el Banco Ambrosiano, resulta inconcebible.

Con el tiempo he aprendido a diversificar las tendencias de mis fuentes de información. Eso y la experiencia de los años me han llevado a replantearme el asunto de los chinos y sus malignidades, y puedo decir que, sin llegar a la chinofilia, había conseguido superar aquella tozuda chinofobia infantil. Digo “había” porque así estaba yo, tan ricamente deschinofobiazado, cuando hace unos días di por casualidad con el canal CCTV, el canal chino en español, y su programa “Ronda Artística”. Todas mis alarmas se dispararon y volvieron, tengo que decirlo, los viejos resquemores infantiles.

CCTV tiene algunas característica muy curiosas. Una de ellas es que el nombre del programa nunca tiene nada que ver con el programa en sí. Si anuncian “Arte culinario”, te encuentras con un programa de arqueología; el “Documental” siempre resulta ser una telenovela; si prometen “Así es China”, y aquí empiezan otra vez las astutas maniobras chinas para engañarnos, van y ponen un película de dibujos animados. Así no es China, que yo he visto documentales que eran documentales en los que se ve perfectamente que China no es de dibujos animados. Está claro que tratan de dar al mundo una falsa imagen de ingenuidad, para engañarnos y que nos confiemos. Pero bueno, cuando pone “Ronda Artística” siempre ponen “Ronda Artística”.

Al empezar el programa un rótulo no dice que: “En este programa les hemos preparado las canciones populares de China. Aquí ustedes pueden disfrutar de las melodías muy bonitas interpretadas por cantantes más populares en todo el País”. Todo mentira de arriba abajo. En un estudio decorado con lo que parece una mezcla de “La estrella de la muerte” y la discoteca de “Fiebre del sábado noche” aparece la Srta. Chen Ming cantando “Días y meses”. Cuando la Srta. Ming empieza a cantar, naturalmente en chino, la traducción va pareciendo en subtítulos y dice lo siguiente:

“Te pregunté sonriendo si has conocido el amor
“tu intención de disimular
“se parece al pelo teñido de negro.
“En tiempos prósperos y complicados
” ¿Quien no se siente solo?”

¿Qué sin Dios es ese? ¿Qué coño es eso del “pelo teñido de negro? ¿Qué está diciendo en realidad Chen Ming? Además la melodía no es “muy bonita” y yo no me creo ni harto de grifa que esa chica sea “más popular en todo el país” cantando esas mamarrachadas sin sentido. Y no va vestida de china ni nada, que parecía Karina teñida de negro (negro disimulo, probablemente). Y es de tener muy mala fe eso de prometerte a Madama Butterfly y endosarte el baúl de los recuerdos. Engaños.

Le sigue la Srta. Suolang Wangmu, que cantará “El camino celestial”. Suolang si parece que lleva lo que podría llamarse “traje tradicional”, aunque su vestido es clavadito a una jarapa que compré una vez en Portugal, de esas a franjas. La cabeza la lleva adornada con ristras y más ristras de turquesas, con un chirimbolo encima de la frente que tendrá seguramente un hermoso simbolismo, pero que parece talmente un chupete gigante. ¿Qué nos cuenta Suolang?:

“Al atardecer estoy en la montaña alta
“esperando que el ferrocarril llegue a mi pueblo.
“Los dragones suben y pasan por las montañas
“Trayendo salud y paz a la meseta”

Vamos a ver. Supongamos que existiesen los dragones, que es mentira ¿Qué ferroviario sensato iba a llevar su “ferrocarril” a un pueblo que está lleno de ellos, subiendo y bajando montañas? ¿Qué seguro cubriría eso? ¿A ton de qué esa absurda mezcolanza de ferrocarriles y dragones, de mitología e ingeniería? ¿Cuántos tripis se ha metido la Suolang mientras esperaba el tren? Engaños y manipulaciones.

Así hasta ocho actuaciones llenas de “los gansos vuelan al norte”, “la pradera está melancólica” y “la fuente habla con pureza”, todas ellas cantadas con empalagoso romanticismo. ¿Qué pandilla de criminales artísticos compone las canciones de esta gente? ¿Por qué lanzan los chinos a las ondas esa bomba de relojería estética? Podéis estar seguros de que alguna astucia se esconde detrás de esto.

Yo, después de “Ronda Artística”, pienso volver a leer las vidas de los niños santos y las novelas de Fu-Manchú.





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