Hace unos días estaba yo en una terraza tomando un café, fumando y pasando frío, como manda la legislación vigente. En la mesa de al lado, dos señoras, a las que llamaremos señora A y Señora B, estaban haciendo lo mismo que yo y, además, charlando amigablemente. A tan corta distancia hubiese sido imposible no escuchar lo que decían, y de todos modos hablaban a tal volumen que me hubiese enterado exactamente igual de haber estado a quinientos metros. Normalmente consigo abstraerme bastante bien en estos casos, pero esta vez me picó la curiosidad al escuchar que estaban hablando de Guadalajara. No es que yo piense que Guadalajara sea un tema de conversación inapropiado para señoras de cierta edad, pero ciertamente es muy extravagante a menos, naturalmente, que sea uno de allí y aun en ese caso es dudoso que se haga. Nadie va a Guadalajara a menos que sea absolutamente necesario, ni salen noticias de Guadalajara en los periódicos, ni se tiene allí familia. De hecho yo hacía tanto tiempo que no oía hablar de Guadalajara que estaba convencido de que lo habían cerrado. La cosa iba más o menos así:
Señora A.- La verdad es que Guadalajara es una provincia preciosa.
Señora B.- Yo lo conozco porque mi hijo estuvo allí trabajando varios años.
Señora A.- La gente lo conoce poco, pero hay sitios maravillosos
Señora B.- Me acuerdo que mi hijo me venía a casa con tres o cuatro amigos a pasar el fin de semana. Yo no sé como conseguía acomodarles a todos.
Señora A.- La capital no es muy bonita, pero la provincia sí.
Señora B.- Claro que antes tenía dos habitaciones con dos camas cada una.
Señora A.- Está el Alto Tajo, el barranco del río Dulce…
Señora B.- Y tenía dos colchones en el trastero, que ya los tiré hace unos años.
Señora A.- La Sierra Norte también es preciosa.
Señora B.- Me acuerdo que yo hacía comida para todos. Les decía que comiesen en casa, que no les costaba nada, y que se fuesen de copas después.
Señora A.- Un paisaje precioso
Señora B.- ¿Para qué iban a gastarse el dinero en comer fuera?
Señora A.- Es una pena que no lo promocionen más.
Señora B.- Ahora no sé si podría meterles en casa, como cambié las camas… Bueno, tendrían que dormir juntos.
A esas alturas de la “charla” yo ya estaba escuchando con todo el descaro, absolutamente fascinado por la fluidez con la que aquellas señoras se lanzaban sus monólogos a la cara la una a la otra, sin alterarse, sin desconcertarse, sin descomponer el gesto, cada una de ellas firmemente decidida a contar su historia contra el viento y la marea de la historia de la otra. Y todo ello tan surrealista y, al mismo tiempo, tan magníficamente disfrazado de conversación normal y corriente.
Al darse cuenta de que estaba yo tan embelesado, la Señora A se dirigió a mí para decirme:
Señora A.- Y la verdad es que la gente es de lo más hospitalaria.
A lo que añadió la Señora B:
Señora B.- Sí, eso es verdad. Te acogen divinamente
Aquella inesperada coincidencia de opinión rompió todo el encanto del momento. Al ver que tenían público, y haciendo gala de un admirable “esprit de corps”, las dos señoras se dispusieron aburrirme con un relato pormenorizado de lo bien que habían sido recibidas, y en que sitios exactos de Guadalajara había ocurrido aquello. Les concedí cinco minutos de cortesía antes de pedir disculpas y marcharme, pensando en cuanto más entretenido sería el mundo si nos dejásemos llevar más por el surrealismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario