Ayer
me pasé todo el santo el día sin pisar la calle. Con este repentino temporal
que nos azota, me pareció lo mejor quedarme en casita con Chispas, un libro y
una manta. Hoy hubiese hecho lo mismo, pero la necesidad de nicotina no me lo
ha permitido . Al salir de casa me he dado de bruces con un típico día de otoño en Cantabria, con frío,
lluvia y, sobre todo, un viento racheado de esos que convierten el paraguas en
un estorbo inútil, una declaración de intenciones (intenciones de no mojarte) tan
inútil como las de la Unión Europea, porque,
lo pongas como lo pongas, el agua te ataca por todas partes. Al llegar al estanco de Raúl
tenía los pantalones empapados y el chubasquero y el sombrero chorreando agua.
Tras un apresurado “buenos días” he soltado alguna tontería del estilo de “que bonito día primaveral” o algo parecido, una de
esas bobadas que se acostumbra a decir en esos casos. El señor que tenía
delante, un ancianito de aspecto inofensivo, con su boina y todo, ha
contestado:”bueno, por lo menos no hace viento”. Me gusta mucho la gente con
criterio propio, pero ese “no hace viento”, cuando las últimas ráfagas me habían
llenado de agua hasta las gafas, me pareció un punto de vista exageradamente
discrepante; y al estanquero y a los demás clientes debió ocurrirles algo
parecido, porque todos nos quedamos en silencio y mirando al techo. Callado
está dicho que en cuanto se marcho el señor todos nos pusimos a hacer chistes
malos y bromas tontas sobre la radical originalidad de su criterio, de su criterio
climatológico al menos, cuando lo más seguro es que el señor lo dijeses por
decir algo, un poco a tontas y a locas.
A
tontas y a locas soltamos unas memeces de tomo y lomo. Yo hace no mucho le
pregunté a una conocida si estaba embarazada, a lo que me contestó con notable
desparpajo que no, que lo que ocurría era que estaba muy gorda. ¿Tenía yo mucho
interés en saber si estaba o no embarazada? No ¿A poco que me hubiese parado a
pensar me habría dado cuenta de que ese embarazo era muy poco probable? Si.
¿Por qué lo pregunté? A tontas y a locas.
Hace
dos o tres semanas, antes de esta mini glaciación que nos ataca, estaba yo
sentado en la terraza de Madigans con una amiga, tomando el aperitivo y
charlando animadamente, cuando acertó a pasar por allí una conocida mía, poco
conocida en verdad, que me soltó un alegre y desenvuelto “Emilio, que solo te
veo hoy”. Tengo que decir que mi amiga no es muy grande, pero si lo suficiente
como para que se la vea perfectamente detrás de la mesita de una terraza. Por
otra parte era evidente que yo estaba en plena charla y todo el mundo sabe que
yo hablo solo únicamente en la estricta intimidad de mi domicilio. Total que
ese “que solo estás hoy” me dejo muy sorprendido; y a mi amiga algo sorprendida
y bastante mosqueada por el evidente ninguneo a que tan injustamente se veía
sometida. Todo el asunto resultaba tan desconcertante,
desde el brote de simpatía tan extemporáneo en una simple conocida, poco
conocida, a la aparente invisibilidad de mi amiga, que me pareció lo más
prudente contestar con un lacónico “¿Solo?”, entonado, eso sí, con cierto
retintín. Esto parece que hizo reaccionar a mi (poco) conocida, que se quedó
mirando a mi amiga y le soltó muy sonriente “Ay, perdona, que no te había
conocido”. Mi amiga, muy digna y sin decir palabra, bajó sus gafas de sol hasta
la punta de la nariz y le lanzo una mirada muy conseguida, mezcla de mala
leche, incredulidad y desprecio en estado puro; una mirada de Medusa que dejó a
mi (poco) conocida medio petrificada y balbuciendo “Ay, perdona, que me he
confundido”. Acto seguido siguió su camino. ¿Qué explicación le dimos al
incidente? Mi amiga decidió que la (poco) conocida debía de ir bastante
pimplada, pero eso lo dijo porque estaba resentida por haber sido ignorada con
tantísimo descaro. Yo creo que, simplemente, habló a tontas y a locas.
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