Comienzo la semana abrumado bajo el peso de una serie de (tres ) catastróficas desdichas.
La primera ha sido la decisión del Gobierno de Cantabria de prohibir fumar en las terrazas. No hay estudios que comparen si el humo exhalado por un fumador tiene mayor carga viral que el aliento exhalado por alguien que no esté fumando, ni está demostrado que el humo del tabaco sea un vehículo transmisor del virus, pero da lo mismo. Prohibir fumar ya es como una especie de coletilla que acompaña a cualquier medida sanitaria. Merced a una maquiavélica combinación de paternalismo, salud y moralina al estilo de la Ley Seca, los fumadores nos hemos convertido en el pim pam pum de todas las crisis. ¿Qué el Coronavirus se transmite principalmente en los locales de ocio nocturno y las reuniones familiares? Ok, hay que contenerlo, prohibamos fumar en las terrazas al aire libre. Estoy completamente seguro de que si llega a haber, pongamos por caso, una epidemia de sabañones, una de las medidas para combatirla será prohibir fumar en mitad de Los Monegros.
Esta nueva norma es difícil de sortear porque los comandos anti-tabaco abundan como los hongos. Constituidos mayormente por una mezcla de ex-fumadores resentidos, resentidos en general y tocapelotas profesionales, estos comandos babean de satisfacción con cada nueva restricción a los fumadores, y se lanzan a las calles con el único y exclusivo fin de pillarnos en renuncio y llamarnos la atención. En las actuales circunstancias puedes ir sin mascarilla, toser en los mismísimos morros de los transeúntes, morrear apasionadamente a todos los desconocidos y desconocidas que te encuentres por la calle, que no pasará nada. Medio en serio, medio en broma, te dirán que bueno, que no es para tanto, que nadie cumple las normas a rajatabla; pero como te pillen fumando a trecientos metros de la persona más cercana puedes tener la seguridad que te va a caer la del pulpo por algún lado. En fin, son cosas de la sociedad moderna que hay que aceptar para que no te llamen terraplanista, cuando no asesino de masas.
Debidamente ubicado y remangado he recibido el jabalinazo en el brazo con una gran presencia de ánimo, sin llorar apenas ni nada. Todo ha ido como la seda hasta que a mi “Bueno, pues ya me puedo ir” me ha contestado la amable auxiliar con un “Sí, pero no se aleje del Centro durante los próximos veinte minutos” que me ha helado la sangre. Lo primero que he pensado es que al Sistema Sanitario, tan cargado ahora de trabajo, le resultará mucho más práctico recoger los cadáveres en las cercanías del Centro de Salud, todos bien agrupaditos, que tener que ir buscarlos casa por casa; y por mucho que la auxiliar me ha hablado de ligeras erupciones cutáneas, rechazos y otras cosas por el estilo, he salido a la calle preocupado porque no tengo hecho testamento. Callado está dicho que durante esos veinte minutos he sentido síntomas no solo de gripe, coronavirus y neumonía, sino también de peste bubónica, malaria, hepatitis viral, paperas, varicela y esquizofrenia paranoide. La angustia ha sido de tal calibre que, pasados los veinte minutos, no he tenido más remedio que sentarme en una terraza a tomar un Martini y fumar con el cigarrillo escondido debajo de la mesa.