viernes, 5 de mayo de 2017

INFLUENCER

               Desde la carpetovetónica atalaya de mis anticuados puntos de vista, rodeado por las gárgolas de mis prejuicios y mi añoranza del ayer (sea el ayer lo que sea, que entre Einstein y la física quántica uno ya no sabe a qué atenerse), observo con curiosidad el florecimiento de algunas profesiones cuyo objetivo y funcionamiento no acabo de comprender. Que yo no comprenda las cosas de ahora tampoco es que sea un dato muy a tener en cuenta, ya lo aviso, porque desde que el punk rock se puso de moda y la corrección política nos atacó desde Los EEUUAA como si fuese los Cuatro Jinetes del Apocalipsis todos en uno, no intento comprender nada de nada. Pero la curiosidad no la he perdido del todo, aunque ciertamente cada día que pasa me da más pereza preguntar cosas. Yo no sé quien dijo, pero podría haber sido perfectamente Miguel Mihura, que la definición de pesado es la de aquel que te encuentras por la calle, le preguntas que tal está y el tío va y te lo cuenta. Bueno, pues ahora pasa eso, que todo el mundo te lo cuenta todo con todo detalle, porque si no lo sabe saca el teléfono y lo mira en google. Y no es eso lo malo, o lo peor; lo peor es que lo que me cuentan me resulta por lo general tan ridículo y sin sentido, que a los diez segundos de empezar a escuchar explicaciones ya estoy flagelándome mentalmente por tonto y por preguntón.


                Pese a todos esos pesares yo, como he dicho, observo con curiosidad el florecimiento de algunas profesiones nuevas.


                Una de ellas es la de los denominados “influencer”. He comprobado a menudo que cuando se quiere hacer pasar por novedoso algo que ya es de sobra conocido, le ponen el nombre en inglés y tiran p’alante, a ver si cuela. Y cuela. Los entrenadores y asesores, por ejemplo, son ahora coach y ni entrenan ni asesoran ni nada de eso, hacen coaching, que es mucho más fino y, ya puestos, algo más laxo. Están también los “selfies”. Cuando los autorretratos los hacían quienes de verdad sabían hacerlo, se llamaban autorretratos. Ahora que todo el mundo se hace el suyo, generalmente con resultados catastróficos, pues lo llaman selfie. Dentro de nada veremos en las cartelas de los museos cosas del estilo de “Rembrandt  van Rijn. Selfie de 1652. Oleo sobre lienzo”, para que la gente sepa lo que está mirando.


                Las pioneras en este movimiento fueron las chachas, cuando les dio por pensar que eso de que les llamasen chachas era como si les estuviesen llamado “Petra, criada para todo”. Para no herir sensibilidades a lo tonto, se cambió  el clásico “chacha” por el más desarrollista “empleada del hogar”. Como en los años ochenta le dio a todo el mundo por hacerse el progre, eso de “empleada” empezó a sonar a cruda explotación burguesa y se prefirió el igualitario y descriptivo “señora de la limpieza”. Ahora, en tiempos de crisis,  reconocer que se tiene  servicio en casa tiende a despertar virulentos sentimientos jacobinos, y se habla de “la persona que me ayuda en casa”. Las condiciones laborales de las mujeres que trabajan limpiando casas no ha mejorado; de hecho han empeorado. Pero eso da igual, porque ya nos referimos a ellas de un modo politicamente correcto.



                Tampoco han mejorado precisamente las condiciones de trabajo de los camareros, pero eso de llamar camarero al camarero también ha pasado a la historia. Si se te ocurre llamar camarero al camarero, el camarero te mira ofendido, como si le hubieses llamado camarero o algo peor; y corres el gravísimo riesgo de que haga como que no te ha visto, que esa asignatura la aprueban todos en las escuelas de hostelería en la primer convocatoria, y te quedas sin tomar ese gin-tonic que te apetece tanto. Como el gremio  no ha lanzado al mercado lingüístico ningún barbarismo ni neologismo de sustitución,  los consumidores nos hemos tenido que buscar la vida. Si has hecho cuchipandi con el camarero, cosa que siempre es muy conveniente, le llamas por su nombre de pila; en caso contrario todos se llaman “oiga, por favor”.





                En el tema de la moda y la estética los pioneros fueron los peluqueros, el día que por  arte de birlibirloque pasaron a ser estilistas. Y ahora conseguir que un estilista se digne contestarte si le llamas peluquero es más difícil que deshacer el Nudo Gordiano sin espada. La razón por la que las peluquerías no han pasado a llamarse estilisterías (admito  que  tal vez estilisterios resultase demasiado monacal),  es para mí un misterio. Ahora se llaman “Salones de Belleza” o, como mucho “Pepita López y Kevin Aigorri, estilistas”.


                Bueno, pues ahora hay influencer. “Influencer”, según mi diccionario de inglés, significa “persona influyente”. Personas influyentes también han existido toda la vida, eso es bien sabido. Las personas influyentes son, o eran, las que pueden ayudarte a conseguir algo que quieres, con mayor facilidad que siguiendo los cauces normales. Ojo con esto, porque  se puede uno despistar y acudir a un influencer para que le consiga unas entradas para la ópera, y salir de allí vestido con zapatos verde limón, mini short rosa, un frigorífico pintado de lunares plantado en la cabeza y, por supuesto,   sin entradas. Antes éramos nosotros quienes perseguíamos a las personas influyentes, para nuestro beneficio; ahora los influencer nos persiguen a nosotros, para el suyo. Si esto no confirma definitivamente mi idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que baje Dios y lo vea.





                A los influencer se les puede esquivar con relativa facilidad , ya que ellos se preocupan muy mucho de destacar entre la masa de vulgares influenced que les rodeamos. Si ves en televisión un señor o una señora poniendo cara de estar ofendidos por tener que dirigir su mirada a este podrido mundo repleto de gente vulgar, vestidos de un modo tan grotesco y extravagante que no te lo pondrías ni muy borracho en carnavales, eso es un influencer. Los resultados de la influencia de los influencer sobre la imagen personal de los influenced suelen ser, como poco, caricaturescos. Tú vas al influencer a que te actualice un poco el aspecto y sales de allí como para que te declaren zona catastrófica.


 Dicho de otro modo: le pides a un influencer que te haga coaching con el estilismo, porque te ves con aspecto de “persona que trabaja en casa” o de “oiga por favor”, y te dejan que no te atreves a hacerte un selfie.

                

No hay comentarios:

Publicar un comentario