Tengo Entre mi gente más cercana a veganos, animalistas, activistas contra el maltrato y demás defensores de los derechos de los animales. A pesar de que algunas de sus posturas resultan algo radicales para mi gusto (la depredación, al fin y al cabo, es el es el motor de la naturaleza y de la vida) la verdad es que simpatizo mucho con todos ellos, porque me parece vergonzosa la manera en que se martiriza a los animales, y a los humanos, a favor del sacrosanto consumo. Eso cuando no se les hace sufrir por mera “diversión”, protagonizando actos de auténtica barbarie con el único objetivo de reírse a costa del dolor y el miedo de unos seres indefensos. Pero, puestos a defender, no estaría mal que se defendiese a los pobres mortales que vivimos con mascotas, que también tenemos que aguantar lo nuestro. Yo propondría, por poner un ejemplo, una “Asociación para la defensa y protección de los humanos que viven con gatos que son como Chispas”. Está muy lejos de mi intención vilipendiar a mi pobre gato. No voy a negar todo el cariño y la compañía que me da, pero en el lote viene incluida toda una serie de manías y peculiaridades que ponen a prueba mi paciencia, mis nervios y mi estabilidad emocional en general.
El principal problema con Chispas es que aborrece los adelantos de la vida moderna. Su innata elegancia felina y su antigua y misteriosa sabiduría casan mal con los artilugios, aparatos y dispositivos eléctricos y electrónicos. Tanto los detesta que algunas veces me pregunto si se habrá hecho Amish sin maullarme nada. Como yo tampoco soy muy moderno que digamos, nuestra convivencia resulta pacifica por lo general, aunque la postura de Chispas es tan intransigente que algunas veces surgen roces y desencuentros.
Es justo que reconozca que esa progresofobia gatuna me resulta de gran ayuda en algunas ocasiones, sobre todo en la cocina. Don Gato siempre está rondando por la cocina cuando estoy haciendo la cena, a ver si cae alguna delicia extra por casualidad. Lo cierto y verdad es que casi nunca le cae nada, porque en sus hábitos alimenticios es tan extravagante como en todo lo demás: solo come pienso de gato, peladuras de tomate y gambas (y cualquier cosa que sea verde, excepto las espinacas). Ya estoy resignado a que Chispas campe por sus respetos por toda la casa, faltaría más, pero en la cocina resulta peligroso. Como anda siempre con tanto sigilo, tan sin hacer ningún ruido, muchas veces me encuentro con que está despatarrado en medio del suelo de la cocina y tengo que hacer mil malabarismos para no despachurrarle de un pisotón. Hace no mucho malabarismicé tanto que terminé yo mismísimo descalabrado en el suelo, después de medio desnucarme contra la mesa. Lo mejor para evitarme disgustos es sacar del armario cualquier aparto que se enchufe, da igual la batidora, el exprimidor o lo que sea. En cuanto lo ve pone cara de espanto y se larga lo más deprisa que puede. Jamás de los jamases he usado yo esos artefactos para amedrentarle; es su natural desconfianza hacia todo lo moderno lo que le pone en fuga, digo yo. Eso o que está loco como una cabra, que también lo pienso algunas veces. Por desgracia no siempre es tan fácil, y tan útil, manejar esa repulsión de Chispas hacia lo moderno.
Es justo que reconozca que esa progresofobia gatuna me resulta de gran ayuda en algunas ocasiones, sobre todo en la cocina. Don Gato siempre está rondando por la cocina cuando estoy haciendo la cena, a ver si cae alguna delicia extra por casualidad. Lo cierto y verdad es que casi nunca le cae nada, porque en sus hábitos alimenticios es tan extravagante como en todo lo demás: solo come pienso de gato, peladuras de tomate y gambas (y cualquier cosa que sea verde, excepto las espinacas). Ya estoy resignado a que Chispas campe por sus respetos por toda la casa, faltaría más, pero en la cocina resulta peligroso. Como anda siempre con tanto sigilo, tan sin hacer ningún ruido, muchas veces me encuentro con que está despatarrado en medio del suelo de la cocina y tengo que hacer mil malabarismos para no despachurrarle de un pisotón. Hace no mucho malabarismicé tanto que terminé yo mismísimo descalabrado en el suelo, después de medio desnucarme contra la mesa. Lo mejor para evitarme disgustos es sacar del armario cualquier aparto que se enchufe, da igual la batidora, el exprimidor o lo que sea. En cuanto lo ve pone cara de espanto y se larga lo más deprisa que puede. Jamás de los jamases he usado yo esos artefactos para amedrentarle; es su natural desconfianza hacia todo lo moderno lo que le pone en fuga, digo yo. Eso o que está loco como una cabra, que también lo pienso algunas veces. Por desgracia no siempre es tan fácil, y tan útil, manejar esa repulsión de Chispas hacia lo moderno.
El teléfono, da igual fijo que móvil, es uno de los enemigos viscerales de mi gato. En cuanto suena, se pone en guardia. Tumbado a mis pies y mirándome fijamente a los ojos, maúlla con toda su rabia en cuanto me pongo a hablar. No sé qué pasará por su maquinadora mente felina, pero me barrunto que lo que no soporta es que dedique mi atención a alguien que no sea ÉL, que hasta esos extremos de egotismo llega. Tanto miau ininterrumpido termina por sacarme de mis casillas y suelto un “CALLATE DE UNA VEZ” que deja perplejos, cuando no francamente ofendidos, a mis interlocutores y me obliga a dar las correspondientes explicaciones, perdiendo ya de paso el hilo de la conversación.
Pero el adversario de Chispas por antonomasia, su más directo rival, es el ordenador. Eso de que yo esté sentado ante el teclado como un bobo, perdiendo un tiempo que podría dedicar a cepillarle, mimarle o cualquier otro “arle” de los que a él le gustan, no lo puede sufrir. Se frota contra mis piernas una vez tras otra, se despachurra panza arriba para que le acaricie, me da golpes con la pata, maúlla… me crispa los nervios. Algunas veces termino por sacarle de la habitación y cerrar la puerta, pero ocurre que Chispas no admite ver una puerta cerrada, eso nunca. Se podría pensar que esa intolerancia a las fronteras es un rasgo de progresismo, pero no. Lo que ocurre es que Su Majestad gatuna no consiente impedimentos a la hora de inspeccionar la casa de un rincón a otro. A puerta cerrada el concierto de maullidos, lejos de remitir, aumenta considerablemente y cambia del tono lastimero al indignado. Lo único que se puede hacer es resignarse y esperar a que se vea arrastrado por su pasión favorita: dormir a pierna suelta.
Si quiero sacarle completamente de sus casillas, lo único que tengo que hacer es ponerme a bailar. Porque yo, señoras y señores, algunas veces bailo en casa. Me doy cuenta de que es una actividad que se acomoda mal a mi edad y condición pero, que queréis, de vez en cuando me mola ponerme música de los años ochenta y dislocarme un rato. Estos frenesíes discotequeros para Chispas son el acabose de lo inaceptable. Maúlla, salta, me muerde el pie, se me enreda entre las piernas con gran riesgo para su integridad física y la mía… No lo soporta. Si la música la escucho por youtube la irritación se le transforma en histeria gatuna pura y dura, porque al agravio del baile se une el de usar el ordenador que, como he dicho, no le gusta un pelo. A pesar de lo molesto que resulta bailar con un gato cabreado rondándole a uno e intentando arañarle, tengo que reconocer que esa actitud dice mucho del gusto estético de Chispas, porque tiene que ser un espectáculo lamentable ver a un cincuentón barrigudo mientras mueve la pierna, mueve el pie, mueve la tibia y el peroné, y vestido con ropa de andar por casa por añadidura. Pero esa delicada sensibilidad artística no justifica ni aminora los efectos de la rampante intolerancia de Chispas a la informática.
La única concesión de mi gato a los inventor modernos es BabyTV. Para quienes no lo conozcan diré que BabyTV es un canal de televisión infantil, bastante ñoño y aburrido, que se pasa el día poniendo dibujos animados de animales “simpáticos”, niños “encantadores” y prados llenos de flores con un Arco Iris de fondo. Todo ello muy de colorín colorado y acompañado de melodías relajantes y piezas de música clásica. Es, en definitiva, políticamente correcto hasta la nausea. Lo es hasta tal punto que dudo muchísimo que ningún niño normal y en sus cabales aguante más de cinco minutos viéndolo. Bueno, pues a Chispas le fascina. Es sintonizar el canal y quedarse como hipnotizado. No diré que se pase horas mirando la pantalla, porque él es incapaz, salvo de madrugada, de pasar más de media hora despierto. Pero esa media hora se la pasa sentadito en el sofá sin perder ripio. Así de excéntrica es la criatura.
Para Chispas la felicidad completa es tumbarse a mi lado cuando estoy leyendo. Se acurruca a mi lado, posa la cabezuca en mi brazo y se queda dormido como un rorro el tiempo que haga falta. Quizás sea más sensato de lo que yo creo.