domingo, 30 de octubre de 2016

BONJOUR CHISPESSE

           Tengo Entre mi gente más cercana a veganos, animalistas, activistas contra el maltrato y demás defensores de los derechos de los animales. A pesar de que algunas de sus posturas resultan algo radicales para mi gusto (la depredación, al fin y al cabo, es el es el motor de la naturaleza y de la vida)  la verdad es que simpatizo mucho con todos ellos, porque me parece vergonzosa la manera en que se martiriza a los animales, y a los humanos, a favor del sacrosanto consumo. Eso cuando no se les hace sufrir por mera “diversión”, protagonizando actos de auténtica barbarie con el único objetivo de reírse a costa del dolor y el miedo de unos seres indefensos. Pero, puestos a defender, no estaría mal que se defendiese a los pobres mortales que vivimos con mascotas, que también tenemos que aguantar lo nuestro. Yo propondría, por poner un ejemplo, una “Asociación para la defensa y protección de los humanos que viven con gatos que son como Chispas”. Está muy lejos de mi intención vilipendiar a mi pobre gato. No voy a negar todo el cariño y la compañía que me da, pero en el lote viene incluida toda una serie de manías y peculiaridades que ponen a prueba mi paciencia, mis nervios y mi  estabilidad emocional en general.



                El principal problema con Chispas es que  aborrece los adelantos de la vida moderna. Su innata elegancia felina y su antigua y misteriosa sabiduría casan mal con los artilugios, aparatos y dispositivos eléctricos y electrónicos. Tanto los detesta que algunas veces me pregunto si se habrá hecho Amish sin maullarme nada. Como yo tampoco soy muy moderno que digamos, nuestra convivencia resulta pacifica por lo general, aunque la postura de Chispas es tan intransigente que algunas veces surgen roces y desencuentros.

            Es justo que reconozca que esa progresofobia gatuna me resulta de gran ayuda en algunas ocasiones, sobre todo en la cocina. Don Gato siempre está rondando por la cocina cuando estoy haciendo la cena, a ver si cae alguna delicia extra por casualidad. Lo cierto y verdad es que casi nunca le cae nada, porque en sus hábitos alimenticios es tan extravagante como en todo lo demás: solo come pienso de gato, peladuras de tomate y gambas (y cualquier cosa que sea verde, excepto las espinacas). Ya estoy  resignado a que Chispas campe por sus respetos por toda la casa, faltaría más, pero  en la cocina resulta peligroso. Como anda siempre con tanto sigilo, tan sin hacer ningún ruido, muchas veces me encuentro con que está despatarrado en medio del suelo de la cocina y tengo que hacer mil malabarismos para no despachurrarle de un pisotón. Hace no mucho malabarismicé  tanto que terminé yo mismísimo  descalabrado en el suelo, después de medio desnucarme contra la mesa. Lo mejor para evitarme disgustos es sacar del armario cualquier aparto que se enchufe, da igual la  batidora, el exprimidor o lo que sea. En cuanto lo ve pone cara de espanto y se larga lo más deprisa que puede. Jamás de los jamases he usado yo esos artefactos para amedrentarle;  es su natural desconfianza hacia todo lo moderno lo que le pone en fuga, digo yo. Eso o que está loco como una cabra, que  también lo pienso algunas veces. Por desgracia  no siempre es tan fácil, y tan útil, manejar esa repulsión de Chispas hacia lo moderno.

                El teléfono, da igual fijo que móvil, es uno  de los enemigos viscerales de mi gato. En cuanto suena, se pone en guardia. Tumbado a mis pies y mirándome fijamente a los ojos, maúlla con toda su rabia en cuanto me pongo a hablar. No sé qué pasará por su maquinadora mente felina, pero me barrunto que lo que no soporta es que dedique mi atención a alguien que no sea ÉL, que hasta esos extremos de egotismo llega. Tanto miau ininterrumpido termina por sacarme de mis casillas y suelto un “CALLATE DE UNA VEZ” que deja perplejos, cuando no francamente ofendidos, a mis interlocutores y me obliga a dar las correspondientes explicaciones, perdiendo ya de paso el hilo de la conversación.

                Pero el adversario de Chispas por antonomasia, su más directo rival, es el ordenador. Eso de que yo esté sentado ante el teclado como un bobo, perdiendo un tiempo que podría  dedicar a   cepillarle, mimarle  o cualquier otro “arle” de los que a él le gustan, no lo puede sufrir. Se frota contra mis piernas una vez tras otra, se despachurra panza arriba para que le acaricie, me da golpes con la pata, maúlla…  me crispa los nervios. Algunas veces termino por sacarle de la habitación y cerrar la puerta, pero ocurre que Chispas no admite ver una puerta cerrada, eso nunca. Se podría pensar que esa intolerancia a las fronteras es un rasgo de progresismo, pero no. Lo que ocurre es que Su Majestad gatuna no consiente impedimentos a la hora de inspeccionar la casa de un rincón a otro. A puerta cerrada  el concierto de maullidos, lejos de remitir, aumenta considerablemente y cambia del tono lastimero al indignado. Lo único que se puede hacer es resignarse y esperar a que se vea arrastrado por su pasión favorita: dormir a pierna suelta.

               Si quiero sacarle completamente de sus casillas, lo único que tengo que hacer es ponerme a bailar. Porque yo, señoras y señores, algunas veces bailo en casa. Me doy cuenta de que es una actividad que se acomoda mal a mi edad y condición pero, que queréis, de vez en cuando me mola ponerme música de los años ochenta y dislocarme un rato. Estos frenesíes discotequeros para Chispas son el acabose de lo inaceptable. Maúlla, salta, me muerde el pie, se me enreda entre las piernas con gran riesgo para su integridad física y la mía… No lo soporta. Si la música la escucho por youtube la irritación se le transforma en  histeria gatuna pura y dura, porque al agravio del baile se une el de usar el ordenador que, como he dicho, no le gusta un pelo. A pesar de lo molesto que resulta bailar con un gato cabreado rondándole a uno e intentando arañarle, tengo que reconocer que esa actitud dice mucho del gusto estético de Chispas, porque tiene que ser un espectáculo lamentable ver a un cincuentón barrigudo  mientras mueve la pierna, mueve el pie, mueve la tibia y el peroné, y vestido con ropa de andar por casa por añadidura. Pero esa delicada sensibilidad artística no justifica ni aminora los efectos de la rampante intolerancia de Chispas a la informática.




                La única concesión de mi gato a los inventor modernos es BabyTV. Para quienes no lo conozcan diré que BabyTV es un canal de televisión infantil, bastante ñoño y aburrido, que se pasa el día poniendo dibujos animados de animales “simpáticos”, niños “encantadores” y prados llenos de flores con un Arco Iris de fondo. Todo ello muy de colorín colorado y acompañado de melodías relajantes y piezas de música clásica. Es, en definitiva, políticamente correcto hasta la nausea. Lo es hasta tal punto que dudo muchísimo que ningún niño normal y en sus cabales aguante más de cinco minutos viéndolo. Bueno, pues a Chispas le fascina. Es sintonizar el canal y quedarse como hipnotizado. No diré que se pase horas mirando la pantalla, porque él es incapaz, salvo de madrugada, de pasar más de media hora despierto. Pero esa media hora se la pasa sentadito en el sofá sin perder ripio. Así de excéntrica es la criatura.

                Para Chispas la felicidad completa es tumbarse a mi lado cuando estoy leyendo. Se acurruca a mi lado, posa la cabezuca en mi brazo y se queda dormido como un rorro el tiempo que haga falta. Quizás sea más sensato de lo que yo creo.

miércoles, 12 de octubre de 2016

QUE INVENTEN ELLOS

No puede negarse que en España somos mucho de criticar. Eso de poner a  la gente a caldo nos  chifla a más no poder y muchas veces, con tal de criticar, lo hacemos así, al turuntutún, sin pararnos a pensar ni nada. Véase el caso del pobre D. Miguel de Unamuno y su denostado “Que inventen ellos”, que se ha tenido siempre como muestra del celtiberismo más cerril y carpetovetónico, sin reflexionar, como sí hizo el filósofo, que España es una fábrica de tantos prodigios y maravillas que, en verdad, no nos hace falta perder el tiempo en el esfuerzo de inventar nada.

Me informa mi amiga y colaboradora Feli de un titular, otro más, de “El Diario Montañés” que reza así: “CUATRO OVEJAS SOBREVIVEN A UN ATAQUE DESPUÉS DE HABER SIDO DEVORADAS LITERALMENTE”. En cualquiera de los países de nuestro entorno una noticia de este calibre hubiese merecido ocupar media portada y dos páginas interiores enteritas, pero aquí, que no pensamos, lo relegamos a un triste suelto perdido entre las noticias regionales. Anda que no dieron la tabarra los ingleses con su ovejita Dolly, cuando el único merito que tuvo fue el de haber sido clonada. No quiero ni pensar en el tiempo y el dinero que  dedico el Instituto Roslin de Edimburgo en crear un vulgar y corriente ejemplar de ganado ovino, con la cantidad de ellos que hay sueltos por Escocia, que me lo ha dicho mi sobrino Pablo, que vive allí en una granja. Dice que en aquellas agrestes tierras hay ovejas para aburrir a un santo, de todos los tipos y tamaños, unas con mucha lana y otras con poca; las hay más domésticas y las hay más asilvestradas y que, en resumidas cuentas, aquello es un no parar de vellones y balidos. Entonces ¿A ton de qué fabricar una más, una de tantas? Pero entre esas tantas no hay ninguna, que se sepa, que haya sobrevivido tras haber sido devorada literalmente. Eso solo ocurre en España. Y ocurre de forma espontánea, por la propia sabiduría de la mismísima naturaleza, sin tirar el dinero en ridículas investigaciones ni nada.


            No le veo yo mucha utilidad a sobrevivir después de haber sido comido de cabo a rabo, eso es cierto. Pensemos, por ejemplo, en el frío que van a pasar esos animales este invierno. Pero eso no le resta al asunto asombro ni maravilla. También es verdad que la ovejita Dolly salía muy bien en las fotos, con toda su lana puesta. El suelto de “El Diario” no incluye ninguna foto de las supervivientes y se comprende, porque ese conjunto de huesos sanguinolentos dando balidos en un aprisco podría herir la sensibilidad de los lectores. Justo es reconocer que los anglosajones tienen para todo una contención y una elegancia muy de admirar. Para todo excepto para el futbol y los bares de Mallorca, que ya se sabe que para esas cosas se dejan la flema en casa. Pero dejando aparte la estética y la fotografía, queda el hecho indubitable de que clones se ven a porrillo en las películas de Hollywood, pero yo no he visto nunca en ningún sitio a una oveja, mucho menos a cuatro, que sigan tan pimpantes después de haber sufrido el desagradable percance de ser depredadas tan atrozmente.

Lo malo es que en España somos perezosos a la hora de sacar provecho de esos inventos que tan generosamente nos regala la naturaleza. Ya se sabe que suele valorarse más lo que se consigue a base de esfuerzo, que lo que se obtiene sin dificultad. Personalmente me parece una actitud completamente absurda, pero según me comenta la mayoría de mis amigos y conocidos, así suele ser. Hace dos día nos hemos despertado con la tristísima noticia del fallecimiento de la cabra de la Legión. El animalito se llamaba Pepe, lo que resulta muy original para una cabra, y era, además, la “cabra jubilada de la Legión”, que es un rango de la Administración de cuya existencia no tenía yo hasta ahora ni la más remota noticia. Sabía, como todos, que hay muchos cabrones premiados con jubilaciones de oro, pero no cabras. Aquí hasta las cabras usan las famosas “Puertas Giratorias”. Aclaro que la que ha muerto ha sido la cabra jubilada, para que los amantes de los desfiles no se alarmen pensando que el día 12 de octubre, tan cercano, vayan a tener los Legionarios que desfilar sin una cabra al frente, o teniendo que recurrir a un burro o al pequinés de la coronela para salir del paso. Tranquilidad, que parece ser que ya hay cabra titular. Pero a lo que yo voy es a que si hemos conseguido tener ovejas capaces de sobrevivir tras ser devoradas literalmente ¿Tanto costara conseguir una cabra de la Legión que no se muera? O, en su defecto ¿Una que sobreviva tras haber muerto literalmente? Yo creo que lo más difícil ya lo hemos conseguido pero, como de costumbre, ahí nos quedamos. Está previsto incinerar a Pepe en un tanatorio de mascotas, envuelta en la bandera nacional (sic), con el gasto que tiene que generar eso. Y está el asunto de la jubilación de la cabra, que también nos la hubiésemos ahorrado si hubiésemos desarrollado debidamente, con su laboratorio y todo, el prodigio de la ovejas devoradas.


          La cuestión es que aquel “Que inventen ellos” de D. Miguel tenía su razón de ser, como creo haber demostrado más allá de cualquier duda razonable. D. Miguel conocía nuestra particular idiosincrasia, esa aristocrática displicencia nuestra hacía el esfuerzo, tan de castellano viejo. Y lo que vale para los inventos, vale para todo. Así, nuestros políticos han convertido nuestra idiosincrasia en lo que podríamos  llamar su “sindiosincracia”. Nosotros les elegimos para que trabajen y resuelvan, para que se ganen el sueldo que les pagamos solucionando los problemas reales, nuestros problemas. Ellos se entretienen tumbando secretarios generales, o dándose de tortas entre bambalinas twiteras, o haciendo como que protegieron la corrupción sin darse cuenta. Todos ellos pensando en votos y perspectivas. Y cuanto toca pringarse y decidir se cagan por las patas abajo y sueltan un “Que decidan ellos”, y hala, vuelta a votar. Es para pensar si en España se habrá inventado una democracia que sobrevive tras haber sido literalmente devorada.