martes, 13 de agosto de 2019

MINIMALISMO TEXTUAL


          En mi infatigable lucha contra el progreso indiscriminado, hace ya tiempo que clamo (en el desierto) contra ese insensato minimalismo textual que se aplica al lenguaje en los mensajes telefónicos, whatsapp y demás sistemas de comunicación inmediata. Formulamos nuestras ideas y pensamientos, y los expresamos, con palabras. A menos palabras, menos capacidad intelectual, menos claridad al comunicar y, en definitiva, menor capacidad de discernir y mayor posibilidad de ser manipulados. Se acortan las palabras, se acortan las frases y se acortan refranes, adagios y dichos populares, con resultados absurdos y ridículos a corto plazo y difíciles de calcular, pero fáciles de predecir, a plazo más largo. Hace poco tuve oportunidad de comprobarlo con el mínimo esfuerzo de ponerme a ver la televisión. En el mismo programa de citas a ciegas, y con pocos minutos de diferencia, he escuchado,  a un joven que buscaba una chica “con la cabeza puesta” y a una señora que era partidaria del “Mente in corpore”.


       “Tener la cabeza bien puesta sobre los hombros” ha sido siempre un modo de definir a las personas sensatas y juiciosas. Eso, supongo yo, querría decir el joven, al modo minimalista actual pero, claro, recitar la frase entera lleva demasiado tiempo y, al fin y al cabo siempre está a mano la coletilla del “tú ya me entiendes”. Pero con tanto “tú ya me entiendes” cada vez se entiende menos y peor.

          El caso es que el joven dijo “con la cabeza puesta” y la frase, lejos de dejar claro lo que buscaba, se prestaba a todo tipo de interpretaciones, casi todas ellas muy inquietantes. No soy un experto en temas científicos, pero jamás he oído decir que nazcan chicas, o chicos, con la cabeza sin poner. Claro está que soy de pueblo y es sabido que en las grandes ciudades las cosas cambian mucho más deprisa que en el campo, pero estoy seguro que si el caso de personas naciendo en piezas, al funesto estilo de Ikea, fuese tan frecuente como para que a los jóvenes les preocupe si sus posibles parejas tienen, o no, puesta la cabeza, algo habríamos visto por Internet. ¿Qué buscaba entonces ese joven? ¿Era un fanático de Tim Burton y quería una novia cadáver, digamos, “completa”, con su cabeza y todo? ¿Ha pasado esa pobre criatura por la espantosa experiencia de presentarse a una cita a ciegas y encontrar esperándole a una chica decapitada, al estilo de “Seven”?

             He pensado también en algún tipo de desajuste de tipo, digamos,  "reencarnacional". Quizás el joven pasó una de sus otras vidas en el París del Terror, cuando tantas y tantas aristócratas y burguesas pasaron por la guillotina. Se comprende que los jóvenes de entonces tuviesen entre sus prioridades a la hora de buscar pareja el hecho de que su chica ideal tuviese la cabeza puesta, y no amontonada con otras decenas en una canasta. Sería entonces posible que nuestro joven, desobedeciendo la estricta Ley del Olvido que rige las reencarnaciones, conservase ese recuerdo y tuviese el obsesivo temor a encontrarse con una chica que tuviese el cuerpo intacto, sí, pero  la cabeza separada de un tajazo y pinchada en una pica.

            La chica que le presentaron poco después tenía la cabeza totalmente puesta (lo que no pareció sorprender al joven en absoluto) y parecía sensata, por añadidura; pero el asunto no cuajó porque, en opinión de él, estaban en “ciclos distintos”. Qué tipo de ciclos, no lo especificó. Una excusa tan poco trabajada me lleva a pensar que el joven era, en efecto, una víctima del minimalismo textual alarmantemente propenso a amputar sus ideas con la misma alegría con la que amputaba su lenguaje. O que era tonto.

       La señora que basaba su filosofía de vida en el “mente in corpore” me trajo más turbias reminiscencias de esoterismos y metempsicosis. Todos tenemos alguna vez la mente un poco ausente, pero no tan radicalmente “extra corpore”, eso espero al menos, como para hacer del asunto nada más y nada menos que toda una filosofía de vida. Yo, desde luego, no pienso hacerlo. En nuestra vida social ya resultan demasiado cansinas las numerosas ocasiones en las que nos vemos obligados dilucidar si las personas con las que nos relacionamos tienen o no tienen vida cerebral, como para añadir la fatiga de discernir si llevan su mente “in córpore” o se la han dejado encima del aparador.

           Se me ocurre pensar que en el caso de esta señora tal vez se hayan combinado dos errores muy frecuentes hoy en día: confundir mente con alma y ser asiduo a los programas de Iker Jiménez. De esa mêlée tan insana  ha podido surgir un batiburrillo que mezcle y confunda la transmigración de las almas con una hipotética extra-corporeidad de las mentes; y es digno de lástima imaginar que una buena señora se pase el día pensando en mentes que van pasando de un cuerpo a otro, o elevándose a sutiles niveles superiores, o simplemente extracorporeizándose al menor descuido nuestro (o suyo).

           Para mi tranquilidad, al “mente in corpore” siguió un exhaustivo relato de todas las actividades deportivas a las que la señora dedica su tiempo, pudiendo así comprobar con alivio que era sin asomo de duda un grave víctima de su minimalismo textual, y que, con las prisas, había reducido el venerable “mens sana in corpore sano” a ese “mente in corpore” tan breve y pizpireto. Me veo obligado a decir que, en mi modesta opinión, nuestra amiga había centrado sus esfuerzos casi exclusivamente en el “corpore”, dejando la mente para más tarde. Lo digo porque cuando le presentaron a su cita, que era el tipo más extremo, desagradable y carpetovetónico de gañan machista a lo Arturo Fernández, la señora se deshacía en elogios, y le pareció “todo un caballero”. A mayor abundamiento en mi impresión de que la filosofía de la dama escoraba por la parte mental, su afirmación  de que una de las cosas que más le gustaban del verraco galantuomo era que “huele muy bien”. Nunca he tenido una cita a ciegas, pero siempre he dado por supuesto que a esos acontecimientos no va la gente oliendo a macho cabrío. Maravillarse porque su cita “huele bien” denota una desmesurada consideración por su sentido del olfato, en claro detrimento de su sentido común. En fin, mente in corpore.

      Otra conversación entre una pareja “a ciegas”, como pincelada final, y sin relación con el minimalismo textual. Es una muestra de como el acceso universal a la cultura que nos da internet no sirve absolutamente para nada y de como el progreso solamente algunas veces significa avance. Preguntado por su obra de arte favorita, el sujeto contestó rápidamente: “Es una de Leonardo da Vinci”. “¿El Código da Vinci?”, replicó agudamente su pareja. “No, esa no, es la de la cena, pero no me sale el nombre”.