sábado, 29 de junio de 2019

BELLEZA




Dudo que se haya escrito música más bella que las “Variaciones Goldberg”. Ya, ya sé que Bach tiene muchas más cosas admirables y bellas. Siempre se me humedecen los ojos con “La Pasión según San Mateo”; y se me levanta el ánimo con los Conciertos de Brandenburgo; y yo lloro como una Madalena con la “Oda a Santa Cecilia” de 1683, de Purcell, que me trae al alma la memoria de mi hermana Zuzu; y me dan miedo las “Ogives” y las “Gymnopedies” de Satie. Pero las “Variaciones Goldberg” son belleza en estado puro. Eso siento. Y es de belleza de lo que querría hablaros.
Mi hermano Rafa murió hace unos días. Y todo se ha roto.
Hemos sido educados, mis hermanos y yo, en la estricta regla victoriana de no dejarse arrastrar por el drama. Esa norma que dicta que cuanto más grande es el dolor, mas recios deben ser el autocontrol y la resistencia. Es inapropiado, dice esa regla, cargar a los demás con los lloros y las lamentaciones propias, porque los demás las sufren igualmente. Pero si no lloro me ahogo; si no me lamento me destruyo. Me resulta físicamente imposible atenerme a la buena educación. Quiero llorar y quiero que todos sepáis que estoy llorando. No quiero consuelo (no lo hay), pero quiero hacer de mi dolor un acto de rebeldía contra todo aquello que, con la mejor voluntad, me incrustaron en el alma. Y sobre todo, un último acto de amor a Rafa, pese a que él estaría seguramente en desacuerdo con esta exhibición de duelo.
Pero quería hablaros de belleza, no de dolor. Belleza como la de las “Variaciones Goldberg” que ahora estoy escuchando.
A lo largo, larguísimo, de estos últimos días, he estado escuchando y leyendo las unánimes loas a Rafa: honesto, caballero, dialogante, bueno, honrado, leal… Todo ello es cierto, pero nadie ha dicho la verdad nuclear sobre mi hermano: era bello. De su belleza se desprendía todo lo demás. Era una bella persona, es cierto, pero sobre todo era una persona bella.
No me resigno a la muerte de mi hermano, ni la acepto, ni me da la gana de asumir que así es la vida. Reniego de la religión y del ateísmo. Y si no creo que su muerte ha sido injusta es solamente porque no creo en la justicia. No puedo atenerme a lo conveniente. Pido perdón a mi familia porque sé que este vómito de sentimiento es contrario a las normas, pero no me da la gana  tragarlo.
Ha ocurrido que sobre nosotros ha caído como un mantra tibetano, indudablemente con la mejor voluntad, el lamento por lo que habrá sido para nosotros “el último mes”. “Que duro!, “que triste”. QUE BELLO, digo yo.
El último mes de mi hermano fue, por decisión suya, una cuestión de familia. Cuestión de esa familia de la que que él, junto con mi hermana Zuzu, fue constructor y cimiento, pilar alrededor del cual todos trepábamos. Pero quiero deciros que día a día, este último mes, esa esa habitación de Valdecilla ha sido una fuente de belleza. Ningún detalle voy a dar de un tiempo que él decidió que fuese íntimo, pero os aseguro que todos los días nos regalaba un pedacito de belleza. ¿Duro? DurísImo? ¿Bello? Bellísimo.
Nadie abrazaba como Rafa. Año tras año, en Nochebuena, hemos acudido toda la familia en tropel hasta su casa. Y de esas nochebuenas, la fiesta por excelencia de la familia, lo mejor era ese abrazo de Rafa al llegar. Era, por decirlo brevemente, un abrazo pleno. ¿Conocéis el segundo movimiento de la Séptima de Beethoven? Así era.
Ahora que han pasado los homenajes y las visitas, las llamadas y los mensajes, el reconocimiento y los honores, ya puedo decir con libertad que aún sabiendo por experiencia que lo insoportable puede soportarse, a partir de la muerte de Rafa todo será peor. Pero sobre todo quiero decir que hasta su último instante, parafraseando a Byron:


 "caminó rodeado de  belleza, como la noche 


De cimas despejadas y noches estrelladas 


Y lo mejor de lo oscuro y lo brillante


Se encontraba en sus rasgos y en sus ojos