miércoles, 15 de agosto de 2018
domingo, 5 de agosto de 2018
SABIDURÍA POPULAR
Se equivocan quienes piensan que en los pueblos la gente tiene menos posibilidades de desarrollar sus inquietudes intelectuales, políticas y filosóficas que los habitantes de las ciudades. Es cierto que hay menor número de centros culturales, ateneos, asociaciones y círculos de discusión, pero la semilla de la sabiduría florece tan esplendorosa en el agro como en la urbe. En cuanto a expresarse, se expresa en donde puede. Atenas disponía de las stoas del ágora para estos menesteres, Renedo tiene las terrazas de Luis de la Concha. En un sitio tan pequeño es difícil sentarse en una terraza y estar mucho rato solo, pero merece la pena intentarlo de vez en cuando y prestar atención, con disimulo a ser posible, a las conversaciones de las mesas vecinas. Os aseguro que el famoso refrán “nunca te acostarás sin saber una cosa más” se verá cumplido con creces.
A propósito del caso del “Tirador de Turieno”, por poner un ejemplo, pude enterarme hace poco de las claves que explican los verdaderos intríngulis del asunto. De hecho puede enterarme de que el caso tenía intríngulis. La prensa nos ha informado que el tirador de Turieno es un señor al que hace un par de semanas o tres, tras una violenta discusión con su hermano, le dio la tontuna de recibir a tiro limpio a los guardias civiles que acudieron a tratar de restablecer la paz fraterna. Acto seguido se atrincheró en su casa (de Turieno) escopeta en ristre, disparando por la ventana de vez en cuando. A la violencia artillera del caso se unió la polémica cuando el atrincherado logró escabullirse al monte ante las mismísimas barbas de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Se informó también que el sujeto en cuestión tenía antecedentes de tráfico y consumo de drogas. Al día siguiente de la fuga fue capturado cuando volvía al pueblo y asunto resuelto. Aparentemente. Yo en verano tengo la costumbre de creérmelo todo, porque la mayor parte de las cosas que leo en prensa me importan bastante poco, y porque el esfuerzo intelectual de dudar resulta agotador con estos espantosos calores. Debido esa frívola actitud mía estaba lejos de sospechar que toda la información sobre el caso del tirador de Turieno fuese, como así parece haber sido, una conspiración de tomo y lomo, un maquiavélico montaje destinado a engañarnos del modo más repugnante.
¿Cómo lo supe? Poniendo la oreja en modo parabólica en una terraza de Luis de la Concha. Lo hice por el virulento empeño que una mujer estaba dedicando a explicar a los dos hombres que la acompañaban la verdadera verdad del “Caso Turieno”. La actitud de la mujer respecto de las noticias publicadas en prensa era, creo yo, tan radicalmente distinta de la mía como es posible: yo me lo creo todo y ella no se creía nada, ni en verano, ni en invierno. La idea motora de su discurso parecía estructurarse alrededor de un “Mierda de periodismo. Mierda de periodismo y mierda de políticos”, que repetía como un mantra pero sin asomo de espiritualidad en la entonación. “Todo lo que nos han dicho es mentira (mierda de periodismo y mierda de políticos). Ni drogadicto ni nada, a ese chico le han dado “algo” y por eso se ha puesto así” (mierda de periodismo y mierda de políticos). El punto de vista me pareció interesantísimo porque jamás se me hubiese ocurrido pensar que alguien (probablemente la mierda de periodistas o la mierda de políticos) se dedicase a “dar algo” a los pacíficos ciudadanos, con el fin de que se pongan a pegar tiros a la guardia Civil para, a continuación, engañar al pueblo soberano así, por capricho. Resulta tan absurdo que tiene que ser necesariamente cierto. Uno de sus acompañantes debió hacerse una reflexión como la mía, o parecida, porque se le ocurrió preguntar el motivo por el que le “dieron algo” al pobre desgraciado, a lo que la mujer, con más vocación de oradora que de polemista, contesto con un airado “vete a saber, porque todo es una mierda” (mierda de periodismo y mierda de políticos) muy poco convincente, pero dicho en un tono que invitaba poco a la réplica. Parece ser que lo de la fuga fue verdad, pero ocurrió porque los guardias civiles “no tienen cojones”. De nuevo objetó el acompañante preguntón (que no se había ido a saber a nigún sitio) que “por mil euros que ganan, no van a jugarse la vida” y esta vez pagó la imprudencia temeraria con un fuego graneado de “¡No, que ganan dos mil!”, “Qué se acojonaron”, “mierda de periodismo y mierda de políticos”, que concluyó con un revelador “con Franco no tenían cojones”.
Total, que “El caso del tirador de Turieno” queda más o menos así: A un pacífico lebaniego le “pusieron algo” que provocó en él una intensa furia tiroteadora. La razón de que se lo pusiesen es que todo es una mierda. Debido a la falta de cojones de unos guardias civiles que están obligados a jugarse la vida porque ganan dos mil al mes, se escapó al monte al tiempo que unos periodistas y unos políticos de mierda, que ahora sí tienen los cojones que no tenían con Franco, inventan una historieta para taparlo todo. Y de cosas así solo te enteras en las terrazas de Luis de la Concha.
En otra ocasión, también reciente, mi maleducada costumbre de escuchar las conversaciones ajenas me llevó por los territorios de la sociología, la filosofía y la medicina, todo en uno. De nuevo tres “terracistas”, todos hombres. Dos de ellos escuchando con cierta falta de interés y el tercero dándolo todo en una especie de clase magistral improvisada. La frase que captó mi atención fue: “El problema es que ahora, si no aceptas a los “trans”, te llaman homófono (sic)" y esa tendencia es peligrosa porque "los "trans" generan un estereotipo y eso provoca la baja natalidad”. Se puede aceptar que entre las palabras “transexualidad” y “natalidad” se de un ligero parecido, aunque cuesta un poco comprender ese salto desde la negra intransigencia a la inocente homofonía. Más duro se hace intentar poner en relación los estereotipos con la baja tasa de nacimientos pero, claro está, eso es porque yo no soy filósofo. Sobre el antojo de los “trans” de generar estereotipos no había oído hablar hasta ese momento. Dí tú si no se aprenden cosas tomando un Martini en Renedo.
Poco a poco me fui dando cuenta de que el tema “trans” no era más que una pequeña parte de un todo filosófico centrado en el viejo asunto de la causalidad, ya que mi docto vecino de mesa pasó a aplicar inmediatamente a la medicina la lógica causa-efecto. El gran problema de los médicos de cabecera es, según parece, que los médicos “recetan lo mismo a todos los pacientes, porque recetan por los efectos y no por las causas”. Personalmente nunca me ha ocurrido eso de ir a ver al médico con un catarro y salir de la consulta con una receta para un pañuelo, pero parece ser que ocurre. Este recetar tan al margen de la causalidad, tan verdaderamente al turuntuntún, se traduce en que a un mismo paciente le prescriben con mucha frecuencia “medicamentos antagonistas”. El antagonismo medicamentoso me dejó bastante estupefacto. Es sabido que la competencia entre laboratorios farmacéuticos es feroz, pero ignoraba yo que los propios medicamentos entrasen en la liza y sintiesen tan gran rivalidad entre ellos mismos. Otro lamentable defecto de los facultativos es no recetar “nada vegetal”, sabiendo como se sabe que “las lentejas tienen mucho hierro”, y que los vegetales “potencian cualidades”.Lamento tener que reconocer mi total desconocimiento de las cualidades que han potenciado en mí las lechugas, las coles de Bruselas y las judías verdes; de hecho lo único que suelen potenciarme es la tristeza cuando las veo en el plato, pero a partir de ahora prometo estar más atento no vaya a ser que esté potenciando cualidades que no me convengan.
La charla terminó, en lo que a mi respecta, con una eufórica reafirmación del Principio de Causalidad al poner en inequívoca relación causa-efecto al cambio climático con el hombre. “Ahí sí, ahí sí”, exclamó triunfante nuestro filósofo, “Ahí hay causa y efecto, porque el hombre provoca un efecto que tiene causa”. No digo yo que ese "eureka" causal se pueda considerar indiscutible, porque es evidente que la frase deja suelto algún cabo que otro. Pero estoy seguro, a tenor del entusiasmo con que fue dicha, que detrás de esa aparente falta de solidez se ocultaban sesudas reflexiones que, por desgracia, no consideró oportuno exponer ante un público tan escasamente participativo.
Para otra ocasión dejo el relato de cómo un vecino de Renedo, ayudado por su hermano, tuvo una participación activa y trascendental en la caída del Muro de Berlín.
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