Soy uno de tantos españoles que estuvo el pasado día 1 pendiente de los sucesos de Cataluña. Respecto del fondo de la cuestión prefiero no decir mucho, porque creo que ya se está diciendo demasiado. Mi punto de vista es que no se ha inventado, de momento, ningún sistema que sea tan garante de las libertades individuales como lo es la democracia parlamentaria y el estado de derecho. Sus defectos son evidentes para todos, pero no existe ni ha existido un sistema de convivencia que no los tenga. Actuar ignorando las leyes o directamente en su contra es ir en contra del estado de derecho y caminar directamente hacia el caos. Es el verdadero atentado contra la libertad. Me doy cuenta que esto está muy cuestionado últimamente y no pretendo dictar sentencia, sino sencillamente dejar clara mi postura.
Ver las imágenes de la violencia en las calles me horrorizó, como a casi todos. Nunca es agradable ver la parte oscura de la vida. Rápidamente las redes sociales se llenaron de twitts, mensajes y post con fotografías de heridos, cargas de las fuerzas de seguridad y, por resumir, del mantra de la brutalidad policial. Recuerdo especialmente los post de una catalana, amiga mía de facebook, en los que claramente transmitía el espanto y el rechazo a lo que estaba pasando. Nadie puede quedarse indiferente si ve a sus convecinos viviendo esa experiencia. Es lo natural.
Menos natural me resulto ver como, casi desde el primer momento, se fue formando la «opinión mayoritaria» de que las Fuerzas de Seguridad del Estado estaban machacando a una multitud pacífica que, al fin y al cabo, solo quería votar. Raramente estoy de acuerdo con las opiniones mayoritarias, al menos de acuerdo sin matices. En este caso, estoy especialmente en desacuerdo. No puedo creer que la Guardia Civil y la Policía Nacional llegasen a los puntos de votación (llamarles colegios electorales me parecería una burla), cerrasen tranquilamente los locales y, ya de paso, matasen un poco el tiempo dando porrazos a una multitud pacífica que solo estaba esperando votar, así por capricho. Sin embargo ese es el mensaje que ha quedado establecido y me da rabia.
Aunque resulte de Perogrullo, parece que es necesario recordar que la Guardia Civil y la Policía Nacional estaban cumpliendo órdenes. Órdenes de una jueza. Que alguno de ellos se excediese no lo niego (no lo sé, pero no lo niego), pero sí tengo que negar lo de la «multitud pacífica». Lo niego porque dias antes del infausto Uno de Octubre ya había «multitudes pacíficas» insultando y acosando a la policía en sus alojamientos; y acosando también a los hosteleros que les hospedaban. «Multitudes pacíficas» cercaron a los miembros de la Guardia Civil y la Policía Nacional en la Consejería de Economía de la Generalidad y en otros lugares a los que les llevaron, repito, órdenes judiciales. He visto a la fuerzas de seguridad cargando contra la gente, pero también he visto (¿yo solo?) a la «multitud pacífica» escupiéndoles, lanzando sillas y vallas, insultando, tirando piedras... Ha pasado en Cataluña como pasó otras veces en Madrid y en otros lugares. Siempre es igual: la policía carga contra una «multitud pacífica» porque sí, porque son unos animales.
Y ahí está el meollo de la cuestión. En la definición de «multitud pacífica». Llamar «pacíficos» a los vándalos que insultan y apedrean es tan ridículo que no debería merecer la pena comentarlo. Pero así se les llama precisamente: pacíficos ciudadanos. ¿Y la resistencia pasiva? ¿Se le puede llamar a eso ser pacífico? en mi opinión, no. Podría ser llamado «violencia no activa», pero no paz. Tan guerrero es el que se lanza a la carga como el que espera en la trinchera. Impedir que la policía entre, en cumplimiento de la Ley, en un centro de votación no es ser un «ciudadano pacífico que solo estaba esperando a votar», es ejercer violencia pasiva. «La actuación de la Fuerzas de Seguridad ha sido desproporcionada». Parece ser que así ha sido en algunos casos, pero también se ha visto el día uno (¿de nuevo yo solo?) a miles de personas sitiando y acosando a unas cuantas decenas de guardias civiles y policías nacionales. Y se sigue viendo ahora como les echan de sus hoteles como si fuesen indeseables, de nuevo entre los insultos y humillaciones de la «pacífica ciudadanía». Igual que en los peores "años de plomo" del País Vasco, a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado les hacen el vacío social, a ellos y a sus familias, "pacíficos ciudadanos" .
A todos nos gusta vivir seguros y amparados por la Ley, pero cuando los hombres y mujeres que dedican su vida precisamente a eso, a protegernos y a proteger la Ley, se ven obligados a actuar violentamente, les dejamos solos a su suerte. Son los bestias, los violentos, los desproporcionados. Nadie mira hacia los verdaderos violentos, hacia quienes de un lado y otro han generado la verdadera violencia con su obstinación, su dejadez y su desvergüenza.
Ya me imagino que después de escribir esto me espera la del pulpo, porque ahora a todo el mundo la ha dado por ser Gandhi, pero tenía que decirlo.Nos guste o no nos guste, para los tiempos de paz estaba Atenas; para los de lucha Esparta. Y las dos hacían falta.