El pobre Chispas lleva un par de días viviendo sin vivir en sí. Mi gato es controlador, metódico y territorial; considera además que forma parte de su ámbito de dominio todo lo que se puede ver a través de las ventanas. Ocurre que estos últimos días han estado haciendo obras justo debajo de casa, y eso le tiene en una pura desazón. Toda esa colección de ruidos, máquinas y operarios montando bulla en sus mismitas barbas, o justo debajo de ellas, le inquieta sobremanera. Se pasa el día tumbado en el pasillo, el mi pobre, muerto de curiosidad pero incapaz de reunir el valor suficiente para acercarse a la ventana y ver con sus propios ojos cual es el origen de esa espantosa barahúnda que se desliza por las ventanas hasta el mismísimo sagrario de su reino.
Se dirá de Chispitas que peca de exceso de prudencia; habrá incluso quien le tache de cobarde. Pero lo cierto y verdad es que nunca pensé, y Chispas mucho menos, que el simple asfaltado de un minúsculo callejón requiriese tan gran cantidad de obreros, vehículos mastodónticos e instrumentos diversosde hacer ruido. No resulta muy agradable despertarse a las ocho de la mañana a los sones apocalípticos de los martillos hidráulicos. Tanto ruido han estado haciendo, y durante tanto tiempo, que cualquiera diría que el anterior piso estaba hecho de titanio reforzado. Eso o que estaban haciendo un túnel de metro hasta Nueva Zelanda.
Como todos mis esfuerzos por insuflar animo a Chispitas han resultado vanos, le he dejado cómodamente aterrorizado debajo de la cama y me he ido a dar el paseíto por La Vega, en donde me he encontrado con la agradable sorpresa de que el mar de maloliente estiércol de la semana pasada, tan agresivamente perjudicial para la pituitaria, ha sido sustituido por el fresco olor de la tierra recién arada. Empieza, según me han dicho, la temporada de sembrar patatas. Las parcelas de tierra que no están aradas se ven cubiertas de un verdor brillante cuajado de encantadoras margaritas, conformado un paisaje del que Millet hubiera hecho una obra maestra y que Picabia, o alguno de sus secuaces, hubiesen estado encantados de convertir en un espasmo de colorines rabiosos.
De vuelta del paseo, mi parada para tomar café en Madigans me ha proporcionado la oportunidad de leer uno de esos inimitables titulares con que El Diario Montañés tiene la gentileza de deleitarnos de vez en cuando. Parece ser que la Corporación Municipal de Torrelavega cuestiona muy seriamente la labor de la Jefa de Bomberos. Ella se defiende argumentando que lo que verdaderamente pasa es que “todo el mundo está en contra de ella”, a lo que un sagaz concejal ha replicado, y este es el titular, que “PIENSA QUE TODO EL MUNDO ESTÁ EN CONTRA DE ELLA, CUANDO LO QUE PASA ES QUE NADIE LA PUEDE VER”. En un primer momento se me ha ocurrido pensar que ese “nadie la puede ver” fuese una descripción literal de la realidad, esto es que la jefa de bomberos no aparecía por su trabajo o, caso de aparecer, se escondía tan hábilmente que nadie era capaz de echarle la vista encima. En ese caso se comprendería que la Corporación estuviese descontenta, porque tiene que ser muy exasperante tener que jugar con la Jefa de Bomberos al escondivirite cada vez que se produzca una alarma de incendio. Pero la lectura más detallada del artículo me desengañó sobre ese asunto. Lo que ocurre es que nadie está en contra de una jefa de bomberos a la que nadie puede ver ni en pintura, que viene a ser como decir que no es verdad que nadie la quiera, que lo que ocurre es que todos la odian.
No es que a estas alturas me vaya a sorprender por escuchar a un político diciendo verdades de Perogrullo. Tampoco es nada nuevo por desgracia que a un concejal le dé por soltar memeces a diestro y siniestro, pero se me reconocerá que esa distinción entre el “todos en contra de ella” y el “nadie la puede ver” solo deja dos opciones: o el concejal es tonto de baba, o es un titán de la sutileza. A vuestro criterio lo dejo.